Hace unas semanas a mi mami le diagnosticaron cáncer linfático. Desde entonces, o incluso desde unos días antes, me siento como en un torbellino; ya saben, sin tener mucho control de nada, en una dolorosa incertidumbre que me asalta cada tanto y me desborda.
Lo más difícil ha sido nombrarlo. De hecho, me resistí tanto como pude. Pero tuve que hacerlo cuando reconocí que esta experiencia estaba siendo un poco discapacitante. Es decir, las cosas mecánicas podía resolverlas sin mucho problema, pero no me sentía capaz de concentrarme para, por ejemplo, escribir un texto, incluso esta sencilla botella al mar, me requería un esfuerzo imposible (por eso no escribí nada la semana pasada).
Y cuando lo nombré, cuando tuve que hacerlo, me rompí. Y cada vez que lo hago, me vuelvo a romper. No encuentro otra manera de describirlo, es eso: es estar rota.
Estar rota es levantarte en las mañanas, lavarte los dientes, abrir las cortinas, tomarte un café como todas las mañanas.
Estar rota es despertar y no querer levantarte, mirar el teléfono sin mirarlo, cerrar los ojos, dejarte ir, despertar de nuevo. |