Este texto lo escribí después de que una amiga a quien quiero mucho me pidió consejo al tratar con víctimas de abuso sexual, hablando con ella me di cuenta que nunca había escrito nada sobre mi propia experiencia, ni siquiera en el diario. Lo he mencionado porque obvio mi diario ya sabe de lo que estoy hablando, pero nunca me había puesto a escribir mis reflexiones, mis pinches mal viajes, ni mis conclusiones. Este texto es una especie de catarsis/carta de amor a mí misma y a las morras chidas que me acompañan y me cuidan.
Me extraño mucho
Han pasado cuatro años y hay cosas que ya no recuerdo.
No recuerdo el día en el que sucedió (solo sé que fue en verano), no recuerdo qué había hecho ese día, no recuerdo de qué hablamos.
Pero sí recuerdo que yo traía mi pijama puesta, que fue en mi casa, en mi cuarto, en mi cama (que después regalé al igual que el colchón), que vimos un episodio de Bojack Horseman (serie que ya no he podido volver a ver) y que al momento de subirme a dormir, él estaba en el cuarto de mi hermana, según demasiado high para manejar.
Recuerdo que dudé al momento de poner el candado de mi puerta; algo me dijo que la cerrara con seguro, una pequeña voz que ahora reconozco como intuición y que en ese momento ignoré con un “no seas paranoica”.
Recuerdo que me quería tomar fotos, no recuerdo si las tomó o no.
Recuerdo que dije que no. Varias veces.
A ninguna le hizo caso.
Tardé varios meses en procesar que lo que me sucedió fue violación. (¿Cómo puede ser violación si no terminaste golpeada y destrozada? Seguro estoy exagerando)
Tardé un año entero en decirle a mis papás, siempre con el miedo a que, de alguna forma, me culparan, y cada día doy gracias de que ese no fue el caso.
Y hasta ahora, he tardado cuatro años —y contando— para sentir que verdaderamente no fue mi culpa. (Tú lo invitaste a tu casa, ¿qué esperabas que hiciera? ¿Quién te va a creer? Seguro le diste alas)
Hay una parte de mí que he perdido o, más bien, que alguien me arrancó a la fuerza y reemplazó con culpa y vergüenza, las cuales son muy buenas para hacerme creer que todos mis miedos son un reflejo verídico de la realidad.
Son ellas las que me tratan de convencer de que mi poder de decisión es un mito. No es cierto que yo elijo con quien tener relaciones: si un vato me quiere coger, poco puedo hacer para detenerlo, como mi propia experiencia me ha enseñado. Estoy totalmente a su merced.
Sin embargo, me recuerdo y me extraño. Mucho. |