Nodo de Derechos Humanos
La sangrienta decisión de Felipe Calderón de usar a las fuerzas armadas para apuntalar su tambaleante presidencia nos ha costado cientos de miles de muertes y una violencia que se pierde en el horizonte. Las decisiones que toma ahora López Obrador pueden resultar igual de devastadoras.
No se le puede culpar a López Obrador de iniciar la militarización del país, pero sí de lograr lo que Felipe Calderón y Peña Nieto no pudieron, institucionalizarla. Que las fuerzas armadas adquieran más poder y más centralidad en la vida civil en un país como México, en el que representan una larga historia vinculada a desapariciones, ejecuciones extrajudiciales y matanzas, y en el que son la institución que rinde menos cuentas a la ciudadanía y sobre la que hay escasos contrapesos, es razón para estar preocupados, muy preocupados.
López Obrador ha logrado la institucionalización de la militarización del país usando lo que sus antecesores carecían: legitimidad electoral, esto a pesar de que parte de su plataforma de campaña iba en el sentido exactamente contrario, en 2018 había prometido regresar al ejército a los cuarteles. La crítica que antes llovía torrencialmente sobre los militarismos presidenciales ahora se convierte en juego electoral y en una especie de beneficio de la duda interminable hacia el actual presidente. Más aún, desde López Obrador y desde quienes ven en él el vértice de sus intereses o esperanzas se ubica a cualquier voz crítica en el lugar de “la contra”, de “los conservadores”, de Claudio X González, del PRIANRD, a esto simplemente tendríamos que decir alguna versión diplomática del célebre “no nos perroconfundan” (con el perdón de las y los compañeros cánidos).
Si López Obrador tiene o no intenciones honestas no le resta a lo preocupantes que son sus acciones. Puede cambiar el gobierno pero las fuerzas armadas son las mismas. La propuesta de sobordinar a la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa, como una fuerza militar establecida en la constitución, hace que de hecho en México se considere la seguridad pública como un estado de guerra permanente. Ante esto surgen múltiples preguntas: ¿Quién es “el enemigo”? ¿Significa entonces reconocer a los cárteles como fuerzas beligerantes? ¿Cualquier ciudadano puede ser “el enemigo”? ¿Las comunidades que se resisten a los proyectos de infraestructura también serán “el enemigo”
Poner a los militares a cargo no sólo de las aduanas sino también de la gestión y administración de las ganancias del aeropuerto internacional Felipe Ángeles y del Tren Springbraker (mal llamado Maya) y sentarlos a tomar decisiones en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología es algo más que militarización. Todo esto pone a los soldados a cargo de dinero, de decisiones sobre la ciencia, sobre la producción de conocimiento. Un espíritu militarista comienza a cimentarse.
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A este rompecabezas de piezas verde olivo se suman las iniciativas de control social como el Padrón de Usuarios de Telefonía Móvil que no sólo presenta el riesgo de establecer una línea telefónica, clonable y falsificable, como parte de nuestra identidad jurídica, además implica tener un registro detallado con datos personales y biométricos de cada usuario. ¿Para qué? ¿Para poder ubicar con mayor facilidad? ¿Para poder culpar con mayor facilidad? ¿A quién? ¿A todas y todos? Hacer registros poblacionales invasivos mientras también se trata a la sociedad civil organizada como un conjunto uniforme de peones de oscuros intereses “anti-nacionales” es preocupante, muy preocupante.
El rompecabezas no logra aún pintar una imagen completamente clara, pero podemos ver militarismo, control social y la falta de disposición a distinguir entre la crítica y el golpeteo mezquino e hipócrita. Seguimos sin explicaciones claras más allá de un incómodo “confíen en mí”. Lo más preocupante es que la extensión hacia el futuro de estas acciones apunta al control de un Estado que cambia de colores y discursos, que se reorganiza y reestructura pero que tiene el autoritarismo en el ADN, gobierne quien gobierne. El asunto es si estamos dispuestos a ser controlados, por quien sea, si preferimos cerrar los ojos y guardar silencio para no ser consideradas las enemigas en turno, o si nos planteamos preguntas que nos hagan caminar y acciones que señalen los abusos, le pese a quien le pese.
¿Qué sigue?
Buena pregunta…. ¿Qué sigue?
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Agradecemos a loas Ladoberoas por abrirnos este espacio —que siendo honestos siempre nos han abierto— y por esa insensatez crítica y libre que compartimos en un mundo en el que la sensatez se ha convertido en maniqueísmos y perezas mentales.
*Foto de portada: Wikimedia Commons
EL PEPO