Lado B
De la tristeza a la resistencia
Es urgente resistir a la invasión de la tristeza, de la indiferencia y la apatía social, para no sentirnos derrotados antes de que termine la guerra, a pesar de que parezca interminable y que cada batalla en el día a día parezca perdida sin remedio
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
10 de noviembre, 2020
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Disculparán mis cinco lectores pero hoy no tengo muchas palabras para compartirles y las que tengo, las que veo pasar por mi mente ahora que trato de encontrar un tema y una idea para esta Educación personalizante me suenan repetitivas, trilladas, sin mucho sentido.

Perdonarán quienes además de los cinco lectores habituales se topan a veces con una de las entregas de esta columna, pero hoy ese diez por ciento de inspiración que se requiere para elaborar algo medianamente significativo no llega por más que trato de convocarla, y el noventa por ciento de transpiración del que hablan los escritores, poetas, compositores, artistas o académicos que se necesita para construir una pieza que comunique algo medianamente valioso a los demás, se diluye en el mil por ciento de transpiración que me está exigiendo desde hace casi ocho meses el trabajo burocrático que se reproduce más rápido que el virus que nos tiene encerrados.

Por eso y porque de alguna manera he experimentado esa tristeza que describe José María Rodríguez Olaizola S.J.  y es tal vez esa tristeza que me va invadiendo silenciosamente como por goteo en esta eternidad de la pandemia, tomaré casi todo su texto para que me sirva de apoyo y compense mi falta de creatividad que espero puedan comprender.

1. Tristeza

“No sé si también os pasa. Pero, un poco, percibo en mí y en otros alrededor que nos está asaltando la tristeza. Una tristeza diferente, no dramática salvo en las situaciones desesperadas que, desgraciadamente, también hay. Una tristeza silenciosa, que se lee entre las líneas de protocolos infinitos. La cháchara mediática ya nos está inmunizando y apenas nos afectan las indecencias partidistas de todo cuño que hace meses creíamos imposibles en una situación como esta. Sencillamente, apagamos, para no ver, no oír, no pensar demasiado. Las estadísticas están ganando la batalla a los rostros, y repetimos mecánicamente las cifras del día, aceptando no poner nombre a los muertos….”

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No sé si a ustedes les pasa, pero como dije antes, a mí me está pasando de una manera muy evidente y, como dice el texto, no espectacular ni dramática; la invasión silenciosa y subrepticia de una tristeza diferente, que se lee entre líneas. No sé si a ustedes les pasa pero yo noto que les pasa a mis compañeros de trabajo, a nuestros profesores y también por lo que constato en mis clases y me dicen mis maestros, les está ocurriendo a nuestros estudiantes.

Lo gritan, lo gritamos con nuestro agotamiento físico y mental, con nuestra sensación de agobio y la progresiva disminución de nuestro entusiasmo por las actividades que antes despertaban en nosotros una enorme e inmediata pasión. La pasión sigue ahí, pero está sumergida entre nuestras prisas por demostrar con evidencias que seguimos trabajando como si nada pasara, a pesar de que está pasando todo, entre nuestro miedo a contagiarnos y a contagiar a otros, debajo de la tristeza que va formando una capa invisible pero cada vez más gruesa en nuestra piel.

También nosotros nos hemos ido inmunizando a los números. Si ya estábamos acostumbrados a las enormes cifras de desaparecidos, torturados, secuestrados y muertas por feminicidio que siguen aumentando pero parecen ya no importar, ahora también nos hemos ido construyendo un blindaje frente a la danza diaria de cifras que nos ubica entre los países con más muertes por COVID-19 en el mundo. Pero ya tampoco importa y preferimos seguir aplaudiendo el supuesto carisma del responsable oficial del manejo de la pandemia, quien cada vez se desentiende más del destino de los que seguimos vivos y muestra su rostro de político como una mascarilla de las que se niega a utilizar a pesar de toda la evidencia internacional.

Como dice Olaizola: “Sencillamente, apagamos, para no ver, no oír, no pensar demasiado. Las estadísticas están ganando la batalla a los rostros, y repetimos mecánicamente las cifras del día, aceptando ni poner nombre a los muertos….”

2. Resistencia

“Hace falta resistir. Resistir frente a la tentación de la derrota, con herramientas que son más necesarias hoy que nunca: el humor, la esperanza, y la capacidad crítica”.

Es urgente resistir, resistirnos a la invasión de la tristeza, de la indiferencia y la apatía social. Es urgente resistir y no sentirnos derrotados antes de que termine la guerra, a pesar de que parezca interminable y que cada batalla en el día a día parezca perdida sin remedio. Es imperativo resistir frente al avance de la muerte, manteniendo la vida en las trincheras cotidianas de cada casa, de cada escuela hoy virtual pero presente, de cada corazón y cada mente.

“Humor, para no dejar que el enfado que nos quieren instalar en la entraña se adueñe de nosotros; para no seguir bailando al son de tambores de guerra que solo benefician a los violentos. Humor para reírnos de lo absurdos que somos, de lo frágiles que nos hemos descubierto, de lo ridículas que parecen ahora las preocupaciones de hace un año”.

Resistir con humor para que el enojo o la tristeza no se adueñen de nosotros, para que no sigamos bailando al son que nos tocan los políticos o los violentos. Resistir con el humor que, decimos, caracteriza a nuestro pueblo mexicano y nos hace capaces de reírnos de nuestros propios absurdos, de nuestra fragilidad y, como lo recordamos hace unos días, de la propia muerte.

“Esperanza, porque hubo no hace tanto unas semanas en que parecía posible que cuidásemos unos de otros de un modo diferente. Hubo un instante en que pareció razonable ir a una. Y en que parecía que se podían aparcar las mezquindades en favor del bien común. Me niego a creer que aquello fuera solo un espejismo, por más que hayan vuelto a coger las riendas los que cabalgan mejor a lomos de calamidades”.

Resistir con esperanza porque hemos tenido muchas muestras de solidaridad, de vida, de entusiasmo, de alegría aún en medio de la situación trágica, de generosidad que arriesga la vida por salvar la de otros, de visión por el bien común sacrificando las propias comodidades. Insistir en que la educación es la profesión de la esperanza y resistir con esperanza enseñando que como decía Havel, la esperanza no es la confianza ingenua en que todo va a salir bien eso sería el optimismo sino la convicción de que lo que hacemos tiene sentido, independientemente de cómo pueda resultar.

“Capacidad crítica, para señalar lo que no funciona, pero valorar lo que sí. Para no anclarse en los diagnósticos sin propuestas, pero tampoco en las propuestas sin fundamento. Para pensar en el largo plazo más que nunca ahora, cuando la alternativa es refugiarse en un carpe diem de series y reuniones virtuales”.

Resistir con capacidad crítica para seguir señalando lo que no funciona aunque nos quemen en la leña verde de las redes sociales quienes obedecen ciegamente a consignas o creen fielmente en conspiraciones y cruzadas. Resistir con capacidad crítica para pensar, tremenda y escasa tarea, en el largo plazo hoy más que nunca en lugar de refugiarnos en la posmoderna dictadura del presente que se repite sin parar.

Como dice bien el autor de este hermoso texto que hoy me ha servido de apoyo:

“…No podemos dejar que la tristeza venza la partida. Más que nunca, ahora, toca buscar la alegría verdadera de estar vivos y tener motivos”. Comuniquemos esto con nuestro testimonio a nuestros hijos, a nuestros estudiantes, a los futuros ciudadanos de este país y de este planeta en el que algún día vencerá la vida.

Todas las citas de José María Rodríguez Olaizola, sj en este artículo están tomadas del libro: Contra la tristeza de ahora. https://pastoralsj.org/ser/2871-contra-la-tristeza-de-ahora

*Foto de portada: Annie Spratt | Unsplash

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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