Lado B
La flor que pinta altares
Los campos de cempasúchil de Modesta Delgado han ilustrado las faldas del Popocatépetl por más de 45 años. Su historia y el amor por esta planta, vuelven única su cosecha otoñal.
Por Ray Ricardez @RayRicardez
29 de octubre, 2020
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La flor que en los otoños alumbra el camino de quienes nos visitan del mundo de los muertos encuentra un hogar a las faldas del Popocatépetl y al lado del cerrito de San Miguel, en Atlixco, Puebla. Un campo que se viste de anaranjado para aquellas pocas personas que buscan, además de cortar la flor, deleitarse con el mar de pétalos que tienen frente a sus ojos.

Es Modesta Delgado Juárez, a sus 68 años de edad, quien, con paciencia y perseverancia, ha sembrado cempasúchil cada año desde hace 46 años. 

El campo es su vida; completamente, asegura. Esto es gracias al legado que dejaron su madre y su padre en aquellas tierras. Mientras ambos cultivaban la flor, la pequeña Modesta las veía crecer, asombrándose cada vez más por la forma en la que decoraban el espacio. Ellos, cuenta, le enseñaron a amar la tierra y a cultivarla. En el campo y por muchos años, sembró junto a ellos todo tipo de cultivos. “Pero lo mío, lo mío, era esta flor (cempasúchil)”. 

Foto: Olga Valeria Hernández

El cariño que le tiene a su flor, asegura, es también porque sabe, en todo el proceso de la siembra y cosecha, que serán utilizadas para los altares dedicados a nuestras ancestras y ancestros. 

El cempasúchil y su cosecha han creado una afinidad única en ella. La dedicación y esperanza de que broten cada año es un ritual personal que Modesta tiene y que inicia muchos meses antes del Día de Muertos. 

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La encargada de estos campos, cuenta, ha logrado sembrar una semilla que se distingue por ser del cempasúchil que se asemeja a una pelota o “bolita”, misma que la llama “china”. Este tipo se diferencía de los que tienen pétalos más largos y “lacios”.

“La flor la apachurran (las personas), se sume y se vuelve a abrir, como una esponjita”, muestra. El aroma y el color es lo más importante, de acuerdo con ella. 

Foto: Olga Valeria Hernández

La siembra y cosecha

La siembra del cempasúchil implica un proceso especial: inicia cuando los cortadores se la llevan para colocarla en las ofrendas; es ahí cuando la semilla que queda en los campos y las flores restantes se vuelve indispensable. La semilla se seca, con su pétalo, y se guarda hasta mayo. Después se desinfecta y la vuelven a conservar mes y medio; mientras tanto, preparan o “nutren” la tierra. 

Lo que sigue es hinchar el almácigo (llenar el recipiente donde se colocan las semillas), limpian las hileras de tierra donde tiran abono y esparcen semilla. Arrojan, de nueva cuenta, tierra para cubrirla (no del todo para que tenga fuerza para brotar). Esto se hace en julio. 

Para los primeros días de agosto, se hace el surco y la planta ya tiene alrededor de 10 centímetros de altura. Meten agua y le dan espacio. La riegan, la cuidan y fumigan. Es así como nacen los campos de cempasúchil. 

Esta es la única temporada y deben ser cuidadosos con los tiempos para la producción, de acuerdo con Modesta. El clima, además, es otro factor que afecta a estas plantas; en Puebla, entre el frío, calor y los vientos, deben tener cautela. 

Foto: Olga Valeria Hernández

Hace oración a sus plantas y persigna sus surcos. Les pide “que crezcan, que se vean bonitas, porque va a llegar la fecha en que tengan que ir a adornar las ofrendas y sepulcros y van a recibir a las almas de nuestros seres queridos”. 

“También es el amor que uno le tiene a su siembra”, cuenta la dueña de los campos, por eso ella no deja en ningún momento de hablarles bonito, como si las abrazara con las palabras y el roce sus manos. 

La ofrenda no es ofrenda sin cempasúchil, sentencia la propietaria de las flores. 

Antes de marchar, Modesta invita a todas las personas a dar un paseo por sus campos en estas fechas, agradeciendo, en todo momento, la oportunidad que tiene de que estas cosechas, como cada año, terminen en las ofrendas. 

*Foto de portada: Olga Valeria Hernández

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Autor Lado B
Ray Ricardez
Licenciado en Relaciones Internacionales por la UDLAP con Maestría en Medios, Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de Barcelona. Investigador, periodista en proceso y músico de corazón. Coordinador de la revista digital Libertad de Réplica. Interesado en la movilización, el periodismo y el cambio social. Soñando con hacer un mundo mejor ayudado por las palabras.
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