Lado B
No saber y educar
La tarea artística que ejercemos los docentes se ve muchas veces opacada u obstaculizada por la visión tecnocrática de la educación vista como “proceso-producto”
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
15 de septiembre, 2020
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“Quizá por eso abrigo esa fuerte, creciente sensación de no saber cómo se hace una novela. Porque no saber, no saber, y sin embargo avanzar, es el único verdadero refugio de lo indeterminado”.
Javier Marías. “No saber y avanzar”. Revista Ínsula, no. 855.

Hace más de treinta y cinco años desde que empecé, allá por el otoño del 83 (o ¿fue 84?), a dar clases, primero en el Bachillerato UPAEP que estaba donde por muchos años fue –no sé si siga funcionando porque se mudaron a la nueva terminal justo antes de la pandemia y desde entonces no rebaso los límites de mi colonia- la terminal de autobuses que van de Puebla al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y después en la secundaria y el bachillerato de una escuela particular ubicada en San Manuel, el Instituto Alejandría.

Historia de la cultura y Dibujo técnico fueron mis primeras asignaturas con los bachilleres de la universidad donde estudiaba entonces mi licenciatura en Arquitectura y en la que trabajo desde hace poco más de ocho años de tiempo completo. En la otra escuela fui profesor de Historia, Historia del Arte, Física y hasta Geografía para todos los grados de secundaria y en el tercer año de Preparatoria.

Mi trayectoria como docente en educación superior empezó hasta el semestre de otoño del 87 cuando nos invitaron a mi esposa y a mí, que estudiábamos en la primera generación de la Universidad Iberoamericana –entonces llamada Plantel Golfo Centro, hoy Ibero Puebla-, el Diplomado en Docencia Universitaria a incorporarnos como profesores de asignatura en la carrera de Diseño Gráfico. Ahí empecé con las materias de Introducción a la Filosofía del Arte y Sociología aplicada al diseño y posteriormente dí Metodología del Diseño y hasta el Taller de Diseño II, cuando todavía mi perfil era predominantemente de arquitecto.

El punto de quiebre que me hizo elegir la vida académica –o tal vez en el que la vida académica me eligió- fue la amable invitación del Coordinador del Área de Integración Universitaria para ocupar una plaza como profesor de tiempo completo. Recuerdo bien la fecha en que firmé ese primer contrato: 11 de abril de 1988.

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De ahí se derivaron muchísimas cosas: experiencias diversas como docente, desempeño en distintos puestos de gestión de lo académico, estudios de posgrado en el campo educativo y aprendizajes informales o extracurriculares sin los cuales no sería quien soy ahora. Tal vez lo más relevante de esa siguiente etapa en esa legendaria Ibero de los llamados “gallineros” en la Calzada Zaragoza, fue el hecho de que mi primera área de trabajo fuese precisamente la entonces llamada Área de Integración –hoy Área de Reflexión Universitaria- que significó el viraje de mi perfil profesional del campo de la Arquitectura al de la Educación con énfasis en mis temas de siempre: Educación humanista, Pensamiento crítico y creativo, Educación y valores, todo ello en el ámbito del aula, aplicado a la práctica docente.

Mi trabajo como formador de docentes en servicio empezó muy tempranamente, cuando aún era yo bastante joven e inexperto en el campo de lo educativo y gracias a que mis profesores y profesoras del diplomado vieron en mí el potencial para impartir algunos cursos en las siguientes generaciones de profesores que se inscribieron en ese programa y posteriormente, ya con mi grado académico, a partir del 93 en las Maestrías en Educación. Desde ese año de 1993 hasta la fecha no he dejado de trabajar con profesores y de aprender de ellos.

La formación de futuros profesionales de la Educación llegó después, cuando se fundó la licenciatura en Educación –hoy Licenciatura en Procesos Educativos- en la misma Ibero –ya oficialmente llamada Ibero Puebla, creo- y desde esa ahí tampoco he dejado de impartir alguna asignatura en el nivel licenciatura en ese programa y desde el 2012 en la Licenciatura en Psicopedagogía de la UPAEP.

Más de treinta y cinco años de práctica docente y afortunadamente todavía me asalta esa “fuerte, creciente sensación de no saber cómo se hace” una clase, de no tener idea de cómo se enfrenta a un grupo, de no tener idea de cómo se forma a un estudiante de licenciatura o cómo se aportan elementos de desarrollo integral a un profesionista en ejercicio o a un futuro investigador educativo.

Todavía vivo la emoción que implica recibir una invitación para impartir una materia en determinado programa y la angustia –creo que similar a la del papel en blanco en quien escribe- del inicio de una planeación a pesar de que exista una guía de aprendizaje o una carátula de curso previa, de las que se registran en la SEP para obtener el RVOE o de las que la institución elabora a partir de ellas para orientar a los profesores que imparten la misma asignatura desde un marco común. 

“Me he forzado a contradecirme a mí mismo. “Si tengo esto decidido”, pensaba, “voy a cambiarlo, voy a ir contra ello y a hacerlo de otro modo”. La razón principal de ir contra mis propios planes o previsiones…es que si tengo algo ya claro, algo resuelto y sabido, me aburro y no veo aventura ni incertidumbre alguna en el acto de la escritura…”
Javier Marías. “No saber y avanzar”. Revista Ínsula, no. 855.

Todavía me sigo forzando a contradecirme a mí mismo, a ir en contra de las decisiones que había tomado para guiar la materia o alguna de las clases. Aún sigo de pronto y sobre la marcha diciéndome: “voy a cambiarlo, voy a ir contra ello y a hacer de otro modo” lo que ya tenía definido y aparentemente hecho, lo que sería más sencillo simplemente repetir porque funcionó bien en el curso pasado, porque entusiasmó o involucró adecuadamente a los estudiantes del grupo anterior.

Y la razón principal es la misma que expone el maestro Javier Marías sobre su quehacer como novelista: “que si tengo algo ya claro, algo resuelto y sabido, me aburro y no veo aventura ni incertidumbre alguna en el acto…” de la enseñanza.

Porque como decía en las dos entregas previas de esta Educación personalizante, educar es un arte y los docentes tenemos que asumirnos como artistas que construyen y cuentan una historia, una historia que sea significativa y emocionante, que invite a los estudiantes a construir y contar su propia historia.

Esta tarea artística que ejercemos los docentes se ve muchas veces opacada u obstaculizada por la visión tecnocrática de la educación vista como “proceso-producto”, como una serie de pasos previamente planificados con todo detalle que definen de entrada los resultados esperados en términos observables y medibles. En esta visión eficientista o productivista de la educación, el profesor no es un artista sino el operario de un currículo pensado por otros y tiene solamente que adaptar, adecuar y llevar a la práctica lo que está previamente definido y diseñado para “garantizar un perfil de egreso y un producto de calidad”.

En esa visión el proceso educativo es algo mecánico y repetitivo, que aburre al alumno porque aburre de entrada al docente que deja de ver en él una aventura llena de sorpresas y de incertidumbre. Desde esa perspectiva, los docentes profesionales son los que tienen todo claro, resuelto y sabido para ser ejecutado con precisión y medido con “objetividad”.

A pesar de que soy de los que cumplen con el diseño de una guía de aprendizaje y la revisan con sus estudiantes, a pesar de que no estoy exento de esta dictadura de la eficiencia, sigo tratando de dejar que me asalte esa fuerte y creciente sensación de no saber cómo se hace una clase o un curso. Porque sigo convencido de que la educación es una aventura humana y la docencia es el arte de aventurarse con los estudiantes en mundos desconocidos para ambos. Porque como dice el maestro Marías: no saber, no saber y sin embargo avanzar, es el único verdadero refugio de lo indeterminado. Y la educación tiene que seguir siendo parte de lo indeterminado, de lo desconocido, de lo misterioso, de lo inefable.

*Foto de portada: Pxfuel

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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