Lado B
Lo que queda en nosotros
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
19 de julio, 2020
Comparte

Educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela.

Albert Einstein

Para todos mis compañeros y compañeras
 de la generación 1980 del Instituto Oriente.

De entrada me disculpo con mis cinco lectores de esta Educación personalizante porque en esta ocasión voy a abordar un tema personal, pero creo que se trata de algo que puede resonar en muchas personas porque en distintos tiempos, instituciones, contextos y circunstancias todos los que hemos tenido la oportunidad de egresar de alguna institución educativa pública o privada, rural o urbana, vivimos, con el pasar de los años, la emoción de reencontrarnos con nuestros antiguos compañeros y compañeras para ponernos al día y recordar aquellos tiempos escolares con todas sus experiencias y aprendizajes.

En estos encuentros sucede también normalmente que se hace un recuento de lo aprendido en estos años como estudiantes y de lo que ese proceso escolar aportó a lo que hemos llegado a ser y hacer en la vida, a nuestra manera de entender e interpretar nuestro papel en la sociedad y de afrontar los desafíos que la realidad nos ha ido presentando.

Déjenme contarles que tuve el gran gusto de reunirme -virtualmente, porque la situación de la pandemia que desafortunadamente parece estar fuera de control nos sigue teniendo a todos encerrados en nuestras casas- con mis compañeros y compañeras de generación del bachillerato. El motivo fue la conmemoración del 40º aniversario de haber egresado de la escuela.

También puedes leer: Siempre somos nosotros: educar la empatía

Por supuesto que no pudimos estar todos los que hace cuarenta largos años ya –cómo se va el tiempo- salimos de la preparatoria con muchos sueños e ilusiones sobre el futuro profesional y personal que entonces estaba por venir y que sin duda alguna fue realizándose con diversos grados de variación por diferentes razones, circunstancias y decisiones.

Algunos no pudieron conectarse, otros no se enteraron de la reunión porque se ha perdido el contacto con ellos, algunos más –al menos cinco o seis vienen a mi mente- se nos han adelantado en el camino. Sin embargo, el hecho de que la reunión fuera virtual tuvo la ventaja de que algunos compañeros y compañeras, que tal vez no habrían podido venir porque ahora viven lejos de Puebla, estuvieron presentes y pudimos reencontrarnos con ellos.

Más de cuarenta personas en una sesión de Zoom de esas multitudinarias que gracias a los organizadores tuvo momentos de comentarios en colectivo –con el consiguiente caos que se genera en grupos tan grandes- pero también varios espacios de charla en grupos pequeños en los que pudimos reencontrarnos y saber qué ha sido de la vida de muchos que no habíamos vuelto a ver desde que salimos de la escuela.

Hubo además varios videos con fotografías recopiladas previamente sobre diversos aspectos de la vida en las aulas y actividades extraescolares de aquellos años y una entrevista con un sacerdote –en ese tiempo ordenado como jesuita y desde hace muchos años incardinado a la Arquidiócesis como parte del clero secular- que tuvo una relación cercana con nuestra generación y marcó la vida de muchos de nuestros compañeros y compañeras.

Anécdotas, recuerdos, chistes, viejas bromas que se siguen repitiendo y apodos que se recuerdan más que los nombres fueron sucediéndose junto con preguntas y respuestas sobre nuestro lugar de residencia, nuestra profesión u ocupación actual, si estamos casados y hace cuánto tiempo, si tenemos hijos o hijas y de qué edades, qué estudiaron y en qué trabajan actualmente –porque por nuestra edad, muchos tenemos ya hijos e hijas profesionistas- y otros datos que nos volvieron a poner en contacto con la vida de los demás.

Como es lógico lo que constatamos fue un mosaico muy diverso de personas que vivimos en muy distintos lugares del país y varios en el extranjero, con profesiones y ocupaciones muy diferentes también, con posturas políticas no coincidentes e incluso opuestas en este México polarizado en que vivimos hoy e incluso con creencias –o increencias- religiosas también variadas.

Sin embargo, dentro de toda esa diversidad humana hubo algo que destacó y en lo que prácticamente todos los reunidos coincidimos y fue la huella formativa que dejó en nosotros el colegio, la mística que nos selló para siempre a partir de haber compartido esos espacios formativos y convivido con nuestros profesores y directivos todos alineados en torno a una filosofía educativa común, en este caso sustentada en la espiritualidad ignaciana que como institución jesuita fundamenta y da sentido a la educación en la institución que estudiamos.

Esta visión compartida se sintetiza en una frase de Pedro Arrupe S.J. superior general de la Compañía de Jesús por los años en que estudiamos nosotros. Se trata de una frase tomada de un discurso que pronunció ante la asociación de exalumnos de colegios y universidades jesuitas en el mundo (ASIA por sus siglas en latín): “Ser hombres y mujeres para los demás”.

Educación

Foto: Vidhyarthi Darpan | Pixabay

Esta frase se convirtió en la formulación sintética de la misión de todas las instituciones educativas y se ha reformulado como “Formar hombres y mujeres con y para, los demás” en algunas de las escuelas y universidades encomendadas a la Compañía de Jesús en el mundo.

Si como dice la frase atribuida a Albert Einstein que tomo hoy como epígrafe, la educación es lo que le queda a las personas cuando se les olvida todo lo que aprendieron en la escuela, en el caso de nuestro colegio o al menos en el de nuestra generación nuestra educación tiene como uno de los pilares fundamentales esta convicción de ser para los demás.

Es evidente que hay distintos grados de apropiación y vivencia real y profunda de esta huella educativa que recibimos como herencia: en algunos es una frase que está grabada en la mente y el corazón y se trata de hacer vida en las circunstancias y contexto concreto en el que se vive, para otros es algo que se entiende tal vez solamente como asistencialismo y no mueve a actuar más profundamente hacia la búsqueda de justicia en la sociedad, tal vez en algunos más sea solamente una frase atractiva con la que presumen haber estudiado en esta escuela.

Sin embargo, al menos para mí resulta muy esperanzador cada vez que tengo la oportunidad de reencontrarme con compañeros de escuela constatar que eso que quedó al olvidar todo lo que aprendimos en las distintas materias fue una preocupación más o menos viva, más o menos operante por lo que sintetizando la Biblia nos decía el sacerdote al que cité en el video de su entrevista: la búsqueda de la conjunción de Amor y Justicia.

Hubo un tiempo –no sé si esté vigente en la actualidad- en que a las escuelas públicas y a muchas particulares les pidieron o acordaron pintar en sus fachadas leyendas que decían cuál era su misión o bien, con qué valores estaba comprometida esa institución educativa en su trabajo formativo.

Ignoro qué tanto esas leyendas eran el cumplimiento de un simple requisito formal o si realmente cada escuela definió de manera participativa y genuina la orientación profunda que quería imprimir a su educación y fue trabajando con su equipo docente y administrativo para que se fueran entendiendo y viviendo esas orientaciones en la vida cotidiana y en el trabajo formativo con los estudiantes.

Ojalá cada institución, independientemente de que la autoridad lo pida o no, fuese construyendo a partir de sus propias circunstancias e historia una mística que aporte sentido a su trabajo cotidiano más allá del cumplimiento de planes y programas de estudio. Ojalá que cada escuela definiera su propia mística para que con los años, cuando sus egresados hayan olvidado todo lo que aprendieron en las aulas, puedan reconocer en qué consistió su educación.

Termino con una calurosa felicitación a Lado B –Ernesto, Mely y todo el equipo de colaboradores- por su noveno aniversario y con mi agradecimiento profundo por abrirme este espacio de comunicación desde que inició este proyecto periodístico ejemplar por su rigor y su ética profesional.

Comparte
Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es actualmente es profesor-investigador en la facultad de educación de la UPAEP.