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La comunidad rarámuri que encargó su bosque a los jóvenes
En la Sierra Tarahumara, el ejido Caborachi ha logrado blindar sus bosques. Lo han hecho con organización, uniendo sus conocimientos con la profesionalización del manejo forestal y, sobre todo, impulsando la capacitación de sus jóvenes
Por Mongabay Latam @
30 de julio, 2020
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Rodrigo Soberanes

Hace 23 años, el ejido Caborachi acordó enviar a la universidad a uno de sus jóvenes. Su misión era estudiar ingeniería forestal. Al terminar tenía que regresar para hacerse cargo del cuidado de los bosques de esta comunidad, en donde 79% de sus habitantes son rarámuri. Fue una apuesta de dimensiones gigantescas, pues lo que buscaban era preservar su bosque, un eslabón de la vida sin el cual, de acuerdo con su visión, el ser humano no puede vivir.

El pueblo rarámuri habita en la Sierra Tarahumara, que abarca más de 65 000 kilómetros cuadrados. Es una región del estado de Chihuahua, en el norte de México, donde es posible encontrar todas las grietas sociales de este país. Ahí las personas hacen esfuerzos para sobrevivir que rozan la hazaña.

Mujeres y hombres que hacen recorridos de decenas de kilómetros caminando o corriendo, que se enfrenan a la falta de alimentos, de trabajo y a temperaturas extremas, así como a la presencia de la delincuencia organizada. Estas son algunas de las circunstancias que moldean la realidad de la Sierra Tarahumara, una zona en donde, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 74.6% de su población vive en pobreza; mientras que el 23.5 % lo hace en pobreza extrema.

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Ese es el contexto de estos tiempos, pero también lo era en 1997 cuando las autoridades del ejido Caborachi, en el municipio de Guachochi, decidieron enviar a Edgar Chaparro a estudiar la carrera de ingeniería forestal, bajo la condición de que al volver utilizaría sus conocimientos en la preservación de los bosques de su comunidad.

Árboles que permiten cambiar el rumbo

bosque sierra tarahumara

En la zona de aprovechamiento forestal se seleccionan árboles que no se derriban, para que en ellos aniden las aves. / Foto: cortesía ejido Caborachi

Cuando el ejido Caborachi envió a Edgar Chaparro a estudiar eran los tiempos en que la comunidad “vendía los pinos parados”, sin ningún manejo silvícola, recuerda el comisariado ejidal Estanislao Rubí Aguirre. La intención de tener a un ingeniero especializado en el manejo del bosque era construir una industria forestal que les permitiera mejorar sus niveles de vida y cuidar sus bosques.

Edgar Chaparro recuerda que regresó a su comunidad cuatro años después, para integrarse a su nueva tarea, la cual asumió por completo en 2009, cuando las autoridades ejidales le dijeron: “ya te podemos encargar nuestro bosque”.

Era el inicio de un cambio de rumbo, un esfuerzo a contracorriente iniciado por las autoridades ejidales para sacar adelante a su comunidad. Su apuesta fue que ese joven utilizara sus estudios para tener un buen aprovechamiento de los recursos forestales que hay en su territorio.

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Fue así que Edgar Chaparro realizó un programa de manejo para las 27 000 hectáreas que tiene el ejido, de las cuales 17 000 tienen aprovechamiento forestal y 6 000 permanecen destinadas a la conservación ambiental.

Edgar Chaparro fue el primer joven de la comunidad que estudió ingeniería forestal; también fue el ejemplo para otros. “Ahora a los jóvenes los desparraman a muchos lados (a estudiar) y sí vuelven”, comenta Estanislao Rubí. Así fue como Caborachi integró a más jóvenes e incorporó conocimiento técnico en el manejo de su bosque.

Hoy la comunidad produce alrededor de 12 000 metros cúbicos de madera al año; lo hace bajo estrictos estándares que garantizan la conservación de su bosque, por lo que desde 2018 cuenta con la certificación internacional del Forest Stewardship Council (FSC).

Por ser una comunidad que ha logrado hacer del manejo forestal una herramienta para conservar sus bosques y generar desarrollo, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) incluyó al ejido Caborachi en la lista de “comunidades instructoras” en 2015; desde entonces ha dado capacitación a 200 ejidos de Chihuahua y de otros estados del país.

Enfrentar un clima adverso

bosque sierra tarahumara

El 79% de los habitantes de esta comunidad, ubicada en la Sierra Tarahumara, son rarámuri. / Foto: cortesía ejido Caborachi

El vasto territorio de la Sierra Tarahumara tiene parajes hundidos en las barrancas que se acercan al nivel del mar, y también puntas de montañas que alcanzan los 2 800 metros sobre el nivel del mar, con lo cual, las temperaturas oscilan entre los 40 grados centígrados en verano y –20 en invierno.

En ese territorio se distribuyen las comunidades indígenas, las cuales tienen un especial apego al bosque. Muchas de esas mismas comunidades han visto cómo la gente mestiza, a la que ellos llaman “los cabochis”, se han apropiado de sus tierras y han explotado sus recursos naturales.

El biólogo Salvador Anta, del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS) y de la organización Política y Legislación Ambiental (Polea A.C.), explica que hay varios pueblos originarios en conflicto con quienes se apropiaron de sus tierras.

Otras comunidades, resalta Anta, han tenido que luchar contra el acecho de la delincuencia organizada, en especial de grupos que controlan la siembra y comercio de drogas, y cuya presencia y violencia fue más visible a partir del 2006.

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Concepción Luján Álvarez es un ingeniero forestal que lleva cerca de 20 años involucrado en la organización comunitaria en la Tarahumara. De hecho, él fue profesor de Edgar Chaparro, en la Universidad Autónoma de Chihuahua, y de otros jóvenes que siguieron por el mismo camino.

El ingeniero Luján comenta que el tema de la delincuencia organizada es, en efecto, uno de los lastres en la región. En el tema del manejo forestal, por ejemplo, ha provocado el cierre de empresas comunitarias: “Hay ejidos que han tenido que parar actividades, porque no es posible (trabajar), no se puede. Hay otros que sí han logrado llevar adelante sus actividades”.

En este difícil contexto, Caborachi es de las comunidades que han logrado conservar su bosque y generar empleos, gracias al manejo forestal.

Organización y cultura para blindarse

Uno de los talleres de capacitación para promotores forestales. / Foto: cortesía ejido Caborachi

Caborachi se fundó como ejido en 1958. Apenas cuatro años después, sus habitantes comenzaron los esfuerzos por vivir de la venta de madera. Sin embargo, tardaron 16 años en tener su primer aserradero con sierra circular; eso no impidió que se siguieran vendiendo los “pinos parados”. El cambió llegó cuando la comunidad decidió profesionalizar su manejo forestal.

“Del año 2000 para atrás hubo muchos intereses personales (de ejidatarios) de quererse llevar la materia prima y procesarla (por su cuenta), pero a partir de que se toma la decisión de crecer, ya es diferente”, cuenta Edgar Chaparro. “Crecer” significaba salir de la pobreza.

En el estudio La Sierra Tarahumara, el bosque y los pueblos originarios —de Beatriz Azarcoya y publicado en 2004— se señala que una de las “amenazas” contra los pueblos indígenas son “los grupos caciquiles que detentan el poder”, ya que “la comunidad indígena queda excluida, por falta de información, de los beneficios económicos y apoyos gubernamentales para la capacitación. Los agentes externos aprovechan la riqueza forestal”.

En ese sentido —asegura Salvador Anta— la figura del ejido ha ayudado a algunas comunidades, entre ellas a Caborachi, en su organización. En México, el “ejido” es una figura jurídica que se creó después de la Revolución, para dotar de tierras a comunidades.

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*Foto de portada: Edgar Chaparro fue el primer ingeniero forestal en la comunidad. / Foto: cortesía ejido Caborachi

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