Lado B
The Lighthouse o el perfecto retorno al viejo lenguaje
Esta película representa la pasión y frescura que a veces no cabe en la pantalla. Nos recuerda de dónde viene el cine, por qué existe y qué pretende hacer
Por Héctor Jesús Cristino Lucas @
23 de enero, 2020
Comparte

Foto tomada de YouTube

Héctor Jesús Cristino Lucas

Si algo valioso nos han dejado estas primeras dos décadas del siglo –además de confirmarnos que Game of Thrones no es la mejor serie de la historia– es que aquel malintencionado mito que nos decía que el cine de terror había muerto y desaparecido entre la mierda como un género inservible –me alegra constatar– ha sido solo eso… un simple y estúpido mito. 

Si bien hay razones para creerlo, y no descarto la idea de que ya no tengamos la misma explosión de creatividad como en la década ochentera, el buen cine fantástico, aquel que cuestiona, sorprende e innova, siempre ha estado con nosotros, aunque de manera más intimista. Porque una cosa es lo que vemos en cartelera o en pantalla grande, y otra muy diferente es lo que se vive en el cine subterráneo. En el encantadorcine de festival”. 

Porque es a través de sus exponentes, de hecho, que la industria ha cambiado sus reglas en los últimos tiempos de manera silenciosa, aunque francamente gradual. Tanto que ni la crítica o el mismísimo Roger Ebert lo hubiera imaginado en los polémicos años setenta, cuando estaban en apogeo los infames filmes Video Nasty, por ejemplo. 

https://www.youtube.com/watch?v=BvO6thN-_Yo

Por ello, y aunque pertenezcan al mismo género, nunca será lo mismo hablar de The Conjuring (2013), Anabelle (2014) o Insidious (2010), que hasta hace no mucho se mantenían en la lista como los máximos exponentes del horror en nuestro siglo; que de It Follows (2014), Get Out (2017) o Hereditary (2018) porque los tiempos, queridos padawans, están cambiando, y estas películas son prueba irrefutable de ello.  

Leer | Hereditary: una nueva etapa en el cine de terror

Sus autores, los nuevos maestros del horror que van desde Jordan Peele, Ari Aster y David Robert Mitchell, han cambiado las reglas de este género a un punto en el que se habla ya de “una nueva y mejorada oleada”. Aunque, si me permiten, a mí me gustaría llamarlo “un retorno al viejo lenguaje”. 

Porque, si bien muchas de estas películas optan por la frescura en este inmenso mar de bodrios infumables, intercambiado los sustos repentinos como máxima definición de miedo por argumentos más sólidos, no cabe duda que invitan a un encantador y placentero recorrido a los mismísimos orígenes del cine de terror. De vuelta a la protesta, al simbolismo y a la metáfora.  

Todo esto con el fin de devolverle el respeto al género que, por mucho tiempo, se creía perdido. Pero también para popularizarlo a tal punto de que sea capaz de llegar a las grandes ligas. Lo que me recuerda cierto pensamiento retrógrada de algunos críticos que apoyados en la absurda idea de que el cine de terror no debería ser tomado en serio por su falta de profundidad, se mofan y repiten que este “nuevo movimiento” no es más que pura pretensión.   

Le pasó a Darren Aronofsky con su polémica Mother! (2017), que dividió a la crítica por el extraño uso de ultra violencia y simbolismos religiosos para generar un disparatado discurso tanto místico como de carácter medioambiental. Algunos lo aceptaron, pero otros alegaron que no era más que una cinta desastrosa sin pies ni cabeza que pretendía ser más “poética y surrealista” de lo que en realidad era. 

Le pasó también a nuestro querido Ari Aster con su incomprendida Midsommar (2019), que a pesar de conquistar a un buen número de amantes de lo grotesco, otros más quisquillosos todavía cuestionaban el argumento metafórico de la ruptura amorosa y el excesivo cuidado en el apartado técnico, como algo forzado para ser una película de “Serie B”. Como intentando exaltar un tipo de cine que no merecía ser exaltado a través de una hermosa fotografía.

https://www.youtube.com/watch?v=_w0cwmioAyU

Y le vuelve a ocurrir ahora al emergente Robert Eggers con la más reciente producción de A24 Films: The Lighthouse. Quien, desde aquella fabulosa The Witch (2015) con la ahora scream queen Anya Taylor-Joy, siempre ha generado la misma controversia en algunos sitios o medios intelectualoides que califican sus producciones como una suerte de “horror acomplejado”, un cine rechazado que pretende ser bello y profundo jugándole al Stanley Kubrick.

Leer | The Witch, de los listones más altos en cuanto a películas de Satán

Ya saben, el pan nuestro de cada día cuando una cinta de este tipo se entromete en la absurda banalidad tanto de Netflix como de Disney. 

Por ello, es momento de echar abajo las premisas estúpidas que enajenan el alma y no permiten disfrutar cuando una película, de algún director, sea de la índole que sea, realmente vale pena. ¡Por el bien de todos, maldita sea!

Porque si hay algo que este cineasta y su imponente propuesta no merecen, pese a tantos detractores, es ser ninguneados. No al menos con la excusa barata de siempre. Esto va mucho más allá de ser un máximo representante del género durante el 2019 –aunque también lo sea–, y no merece ser rebajado. Esto es prueba y exclusividad, tanto de un talento innato para el cine de terror, como de uno más grande aún para el cine en general.

Lo que esta película representa es la pasión y frescura que a veces no cabe en la pantalla. Nos recuerda, frente a tanta competencia, de dónde viene el cine, por qué existe el cine y qué pretende el cine. Es este interesante “retorno al viejo lenguaje” que nos hace mirar a las productoras independientes, sea la Blumhouse Productions o la A24 Films, como auténticas sorpresas; como medios de difusión que retan a la audiencia. 

A través de historias que, si bien tienen un impactante corte fantástico a sus espaldas, a veces solo a veces, como ocurrió ya con la comedia antirracismo de Jordan Peele, Get Out (2017) –ganadora al Oscar a Mejor Guión Original en 2018–, le dan al clavo lo suficientemente duro como para quedar en la mente de cualquiera.

Y Roger Eggers, con ese talento descomunal, busca en los relatos inquietantes –y sobrenaturales, muchas veces– un declive introspectivo que puede llegar a ser tan metafísico como psicológico, mientras evoca a ciertos movimientos de otros subgéneros, magistralmente

Si The Witch (2015), por ejemplo, nos remonta a los mitos clásicos sobre brujas a través de esa fascinante atmósfera de folk horror para contarnos el ascenso a la locura por parte de una familia judeocristiana; The Lighthouse hace lo propio, pero a través de un relato marítimo netamente folclórico sobre dos cuidadores de un misterioso faro, a la par que recurre a los elementos más míticos del expresionismo alemán.  

Salvo por el detalle de que esta película no es silente, ya que está acompañada por una escabrosa e inquietante banda sonora que se mete en tus oídos y no te deja ni escapar, contamos con el exquisito apartado técnico que algunos se aventuran a llamar “artesanía visual”. Más cercana a los escenarios teatrales de cintas como Nosferatu (1922) de F.W. Murnau y The Cabinet of Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene. Además del evidente claroscuro que refuerza el simbolismo de esta constante lucha entre el bien y mal. 

Los recorridos, tan góticos y espectrales de una cinta minimalista como The Lighthouse, sorprenden a través de su aparente sencillez, porque aún en lo pequeño no tratamos con una cinta limitada; es todo un universo contenido que se achica cuando hay que achicarse y que se agranda a favor de la historia.

Tan solo hay que ver las movidas de su guión. Pese a contar simplemente con dos personajes, estos giran y se retuercen todo el tiempo, buscando construir personajes para después destruirlos. En una suerte de batalla interna y metafórica que recuerda al clásico El infierno son los otros de A puerta cerrada, en lugares reducidos, aunque no por ello menos monstruosos. La claustrofobia, amigos míos, no es gratuita. 

Lo que me recuerda a la proeza de su argumento es que, a pesar de estar formado por el mítico cine expresionista, pretende deslizarse mejor a terrenos ya conocidos de la literatura de terror, terrenos inenarrables que tantas veces nos ha enseñado Lovecraft a través de sus páginas: desde el miedo inexorable a la grandeza del mar, como a todo aquello desconocido que habita en este. Un poco de Dagón y La sombra sobre Innsmouth por un lado y un montón de La llamada de Cthulhu por todas partes. Todo perfectamente bien combinado.

Y si aún quedan rastros de cordura deambulando, Robert Eggers no solo los destruye con artimañas existenciales o de carácter pesadillesco, también lo hace con maestría haciendo uso de cierta dosis de surrealismo. 

No por nada un gran número de escenas evocan a una realidad tan confusa y, en ocasiones, tan grotescamente disparatada. De pronto, no es más una película sino un reflejo casi viviente del mundo de los sueños. Algo que se aleja a toda costa de la normalidad, justo como haría una Eraserhead (1977) de David Lynch o un Antichrist (2009) de Lars Von Trier. Y, por cierto, hasta ahora no he leído o escuchado decir a ningún crítico que The Lighthouse tiene ciertos elementos extremadamente parecidos a esta última. 

Y sé que puede sonar bastante pretencioso, pero vaya que es así. No solo porque en ambas tenemos a un Williem Dafoe como un portentoso protagonista, sino también porque existe un escenario reducido que invita a sus personajes a descender a los infiernos, esto mientras todo alcanza un nivel de fantasía que hipnotiza pese a tanta ambigüedad. Pero, ojo, “fantasía” desde una perspectiva netamente artística o hasta mitológica. 

Tanto Lars Von Trier como Robert Eggers lo consiguen recreando ciertas pinturas como referencia. 

Mientras Melancholia (2012) en sus primeras escenas le da vida a la Ofelia (1852) de John Everett Millais junto a Kirsten Dunst, y en Antichrist (2009), por ejemplo, obtenemos una excelsa interpretación del Orgastic Women (1945) de André Derain en aquella perturbadora escena junto a Charlotte Gainsbourg; en el caso de The Lighthouse se logra esta particular sensación recreando tanto al Hypnose (1904) de Sascha Schneider como a La tortura de Prometeo (16461648) de Salvator Rosa. En una suerte de recurso para seguir reforzando tanto las metáforas como sus potentes simbolismos. 

Sea una lucha interna que se agrava entre los delirios de sus personajes representados a través de pinturas, o porque se trata realmente de una tragedia espiritual más allá del entendimiento humano, Eggers lo ha hecho de maravilla, aunque tampoco es la primera vez. En su ópera prima, The Witch, también se vio influenciado por la malsana naturaleza de las pinturas de Goya como El Aquelarre (1798) o El vuelo de las brujas (17971798).

Aunque si algo tiene esta película que te hace amarla a un nivel que ni te imaginas, no son las referencias o la fotografía. No es ni Lovecraft en el argumento o el expresionismo como su formato ¡Es Robert fucking Pattinson y el magnífico Willem Dafoe haciendo la mejor mancuerna del año! Y eso que también contábamos con Robert De Niro y Joe Pesci en The Irishman (2019). ¿Quién lo diría?

No sé ustedes, pero hace un buen rato que para mí Robert Pattinson dejó de ser aquel vampirillo que brillaba para convertirse en un actor bastante destacable. Sobre todo, cuando lo teníamos ya en cintas de autor al nivel de Queen of the Desert (2017) de Werner Herzog o en Cosmópolis (2012) y Map to the Stars (2014) de David Cronenberg. Incluso en la reciente odisea de ciencia ficción y viaje espacial High Life (2018) de Claire Denis, que fue todo un reto. 

Pero con su más reciente papel como Ephraim Winslow, a veces ingenuo, a veces romántico, nos queda claro su trayecto y su épico trabajo actoral. Aquel que se aventura a decir que fue un error haberlo fichado para interpretar al nuevo Batman es porque realmente no sabe mucho de NADA. Es necesario apreciar cada minuto que lo vemos aquí.  

Y Willem Dafoe… bueno, ni siquiera es necesario presentarlo. Este hombre es a lo que yo llamo la fuerza vital que necesita una película para sacar oro y petróleo en un sitio en donde quizás no había nada. Un poderoso representante que hace de su talento un sello característico para volver una posible cinta de “Serie B” en todo un compendio de acierto tras acierto. Qué miedo y qué potencia. 

Es fácil notarlo. Tanto en los diálogos excesivamente trabajados que le corresponden a este longevo personaje, Thomas Wake –por supuesto que escritos por el mismísimo Robert Eggers–, como a ese extravagante trabajo que ha llevado en las espaldas tras cada gesto, palabra y movimiento. Hay una escena, de hecho, al final de esta película, que vale absolutamente todo. Qué injusticia se ha llevado este actor tras ser ignorado en los próximos galardones de los Academy Awards. 

Señores, The Lighthouse es considerada ya una de las mejores películas de terror que hayamos tenido en los últimos tiempos. Y vaya que lo es. Pero su director desde The Witch (2015) nos ha llevado a conocer “un horror más allá del horror”. Un horror que tanto Jordan Peele como Ari Aster pretenden volver suyo y ya no tanto de la industria. Esto es cine de autor, tan incomprendido e inclasificable como genuinamente experimental. 

Una nueva forma de reinventar el género para algunos, pero un perfecto retorno al “viejo lenguaje” –de cómo se hacía el verdadero cine– para otros. Imperdible.

https://www.youtube.com/watch?v=ZnZaTcmwWpQ

Sinopsis:

“En la década de 1890, dos fareros que afrontan un turno de cuatro semanas juntos combaten la constante tentación de dejarse arrastrar por la locura en una isla remota y misteriosa de Nueva Inglaterra”.

Comparte
Autor Lado B
Héctor Jesús Cristino Lucas
Héctor Jesús Cristino Lucas resulta un individuo poco sofisticado que atreve a llamarse “escritor” de cuentos torcidos y poemas absurdos. Amante de la literatura fantástica y de horror, cuyos maestros imprescindibles siempre han sido para él: Stephen King, Allan Poe, Clive Barker y Lovecraft. Desequilibrado en sus haberes existenciales quien no puede dejar (tras constantes rehabilitaciones) el amor casi parafílico que le tiene al séptimo arte. Alabando principalmente el rocambolesco género del terror en toda su enferma diversidad: gore, zombies, caníbales, vampiros, snuff, slashers y todo lo que falte. A su corta edad ha ido acumulando logros insignificantes como: Primer lugar en el noveno concurso de expresión literaria El joven y la mar, auspiciado por la Secretaría De Marina en el 2009, con su cuento: “Ojos ahogados, las estrellas brillan sobre el mar”. Y autor de los libros: Antología de un loco, tomo I y II publicados el 1° de Julio del 2011 en Acapulco Guerrero. Aún en venta en dicho Estado. Todas sus insanias pueden ser vistas en su sitio web oficial. http://www.lecturaoscura.jimdo.com
Suscripcion