Martín López Calva
“Cuando después de muchas penas
conseguiste ser joven / los inclementes años
se instalan soberanos en tu espalda
cuando sabés por fin lo que deseabas
sos un experto acerca de tu infancia
y ya no adoleces de adolescencia
llega la taquicardia y como un gong
te sume en las arenas movedizas
la edad viene a la cama y nos desvela
un aire joven limpia los pulmones
pero la tos espanta las nostalgias
y nos dormimos pobres / desdichados
otras noches soñamos con ser otros
para tomar aliento simplemente
nos claveteamos en el aire
nos malvoneamos en el sol
besamos con los labios que tuvimos
y de pronto prontísimo
la vida usual con su galimatías
nos da las bofetadas de rigor
y sin embargo viejos
lo que se dice viejos
eso es sólo un rumor de los muchachos
por ahora la clave es seguir siendo jóvenes
hasta morir de viejos”.
Mario Benedetti. «Tercera edad».
Como se dice coloquialmente: “no están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo”, pero la semana pasada cumplí años y, como le decía a algunos de los que me felicitaron, me estoy acercando peligrosamente a la tercera edad que describe magistralmente Benedetti en su poema.
Curiosamente, esa misma semana, un día después de mi cumpleaños fui invitado por la Dra. Karina Cerezo Huerta, profesora e investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) y experta en neuropsicología del adulto mayor, a participar en la presentación del libro colectivo que coordinó sobre trastornos neurocognitivos en el adulto mayor, editado por El Manual Moderno.
Precisamente preparando lo que iba a comentar en la presentación del libro encontré el poema que sirve de epígrafe a esta Educación personalizante, y del poema y de lo comentado por los expertos que presentaron el texto surgió la idea de dedicar la entrega de esta semana al tema de la educación y la tercera edad. Lo haré desde dos ángulos complementarios: educar en la tercera edad y educar para la tercera edad.
Este tema tiene mucha relevancia en un país cuyo “bono demográfico” está en su máximo en estos años y tiene una tendencia al envejecimiento de su población en el futuro cercano, lo que hará que personas adultas mayores constituyan un porcentaje cada vez más alto respecto al total de mexicanos.
Según datos y proyecciones estadísticas basadas en el WPP de la Organización de las Naciones Unidas, en 2015 había un 9.6% de mexicanos mayores de 65 años, para 2030 este porcentaje será del 10.2% y para el 2050, prácticamente, una cuarta parte de la población del país (24.7%) tendrá 65 años o más.
Este proceso de envejecimiento de la población plantea, además de enormes desafíos en el aspecto económico –el tema de las pensiones y jubilaciones y su viabilidad financiera–, un reto mayúsculo en el ámbito educativo.
Si asumimos el planteamiento de la UNESCO acerca de la necesidad de mirar la educación como un proceso que dura toda la vida, que se encuentra definido bajo el concepto de Aprendizaje a lo Largo de la Vida (ALV), dentro del objetivo no. 4 de desarrollo sostenible dentro de la agenda 2030, veremos claramente el tamaño de este reto para un país que aún no logra la cobertura plena en los niveles básico, medio superior y superior, y que tendría que estar planeando estrategias para brindar opciones formativas para esa población de adultos mayores que demandará cada vez mayor atención en los próximos años.
Porque como dice el poeta: “viejos lo que se dice viejos/eso es sólo un rumor de los muchachos/por ahora la clave es seguir siendo jóvenes/hasta morir de viejos”. Los avances de la medicina han extendido la expectativa de vida y la sociedad actual que promueve –para bien y para mal– esta aspiración a “seguir siendo jóvenes hasta morir de viejos” y en ese contexto los adultos mayores tienen el derecho de contar con espacios y programas para continuar aprendiendo y desarrollándose durante toda su vida, lo cual es además una necesidad para aminorar el deterioro propio del envejecimiento.
¿Tendremos la capacidad como país para ir construyendo esos espacios y programas que brinden oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida a toda la población de adultos mayores, que está creciendo en proporción? ¿Podremos ofrecer atención educativa y terapéutica a los que dentro de esa población sufren de algún trastorno neurocognitivo? ¿Podremos generar espacios para formar también a los cuidadores de esa población?
Ahora, por otra parte, resulta indispensable educar desde la juventud para ir construyendo una tercera edad con suficiente calidad de vida pues, como afirman los expertos, muchos de los trastornos físicos y neurocognitivos empiezan a desarrollarse y son posibles de prevenirse –o aminorarse– desde veinte o veinticinco años antes de llegar a los 60 años, cuando se inicia la etapa como adultos mayores.
Educar para generar desde edades tempranas los hábitos saludables de alimentación, ejercicio físico y mental, socialización, prevención de enfermedades, e incluso la elaboración de un plan de vida futura que contemple los aspectos económicos –cultura del ahorro y la prevención– y legales –testamento, definición de la voluntad ante situaciones de enfermedad o fallecimiento, donación de órganos, etc.–, son aspectos indispensables en el mundo de hoy. El tiempo corre vertiginosamente y cada vez llega más rápido el momento en que “los inclementes años/se instalan soberanos en tu espalda [y] cuando sabés por fin lo que deseabas/ sos un experto acerca de tu infancia/y ya no adoleces de adolescencia/llega la taquicardia y como un gong/te sume en las arenas movedizas/la edad viene a la cama y nos desvela”.
Educar y educarnos también para la indeseable-pero-posible llegada de trastornos como el alzheimer u otros tipos de demencia senil; para ser capaces de prever y conversar sobre posibles formas de afrontar estos procesos de deterioro a nivel personal y familiar, es también una necesidad en nuestros días.
Me conmovió –especialmente hablando de este escenario– el epígrafe del capítulo cuarto del libro que he mencionado, y lo dejo aquí como un testimonio para pensar en este desafío de educar a la tercera edad y educar para la tercera edad:
Mientras trabajo en este capítulo recibo la noticia del fallecimiento de uno de los pacientes de nuestra asociación Alzheimer a quien acompañé cercanamente.
En el reverso de una fotografía que le obsequió a su esposa cuando eran novios, escribió: “Por si acaso en el no ser me perdiera, que triunfe al olvido este recuerdo”.
Adela Hernández Galván. La enfermedad de Alzheimer[1].
[1]En Cerezo, K. (2019), Trastornos neurocognitivos en el adulto mayor: evaluación, diagnóstico e intervención neuropsicológica. México. Manual moderno, p. 38.