En el marco de la presentación de los resultados del “Diagnóstico Multidimensional de Violencia Política contra las Mujeres en las Elecciones Federales 2018 en el Estado de Puebla”, la Asociación Civil Centro de Análisis, Formación e Iniciativa Social, y el Ayuntamiento de Puebla, organizaron el conversatorio “Violencia política contra las mujeres”. Como invitada a este evento, elaboré las siguientes notas que espero contribuyan en algo al debate propuesto.
Toda violencia contra las mujeres es una violencia que toma forma en el marco de una decisión política. Retomo una frase que se ha popularizado en diversos ámbitos del espectro de la lucha feminista: “Nos matan porque pueden”. Añadiría: nos violentan porque pueden; nos excluyen y discriminan porque pueden; nos señalan y denuestan porque pueden; nos menosprecian porque pueden. En el sentido más fundamental, ese “pueden” remite a una decisión, a una toma de postura, a un estar en posibilidades de elegir y, por lo tanto, a un ejercicio microfísico de poder.
Tomar la decisión de violentar a una mujer remite, así, a una elección, que se juega dentro de los márgenes de la cotidianidad. Como se ve, la dimensión del poder y la politicidad del sujeto no se circunscribe únicamente a espacios institucionales del Estado, a figuras representativas de la política nacional, al juego de lenguaje electoral, o a las acciones de los representantes de los partidos políticos. El poder se ejerce cotidianamente al seguir ciertos rumbos de acción y al dejar de lado otras opciones; es decir, al incluir y excluir ciertas posturas, al incluir y excluir ciertos discursos, al incluir y excluir ciertas lecturas sobre el mundo y comportamientos, etc. En esas elecciones diarias se conforma y reconforma constantemente nuestra identidad, una identidad móvil, cambiante, que se reconfigura en función de cada toma de postura y acción.
¿Por qué, dentro de un abanico de posibilidades diversas, un hombre elige no darle a una mujer el mismo salario que recibe otro hombre por el mismo trabajo? ¿por qué decide favorecer los cargos representativos a otros colegas o amigos suyos en lugar de a esa señora que lleva años trabajando arduamente por conseguir el puesto? ¿por qué un grupo de sujetos decide incorporar la paridad obligatoria entre los criterios de conformación de un partido, pero en el diario convivir con sus colegas las descalifica en su labor, las ignora o las silencia? ¿por qué un grupo de personas, hombres y mujeres de distintas edades, atravesados por los mandatos patriarcales, se sienten interpelados a reproducir las lógicas excluyentes imperantes? ¿qué es lo que les convoca de esos discursos? Más aun, ¿bajo qué regímenes de verdad se instituyeron esos discursos que minusvaloran nuestras capacidades y nos colocan en condiciones de inferioridad con respecto a los hombres? ¿Qué entramados de significación y mediante qué dispositivos se instituyó nuestra dependencia respecto de aquellos? ¿es solo una cuestión de elección personal reproducir esos entramados?
Es la fuerza de la sedimentación de esas posturas, la que, con todo el peso de la costumbre y la tradición, forman subjetividades reproductoras del statu quo. Al no ser cuestionado el orden actual y toda su pléyade de mandatos simbólicos, aquel aparece como algo cuasi “natural”, que así ha sido siempre o que así debe de ser; o bien, que es producto de un proceso racional al cual estábamos casi destinados a arribar. El peligro de fincarnos desde este posicionamiento existencial es evidente: la naturalización de ciertos discursos hegemónicos incuestionados que con el paso del tiempo han borrado las huellas de sus condiciones de emergencia, se presentan como verdades absolutas y necesarias.
Por lo anterior, desmontar, deconstruir, desarmar y cuestionar ese armado opresivo que ha colocado a las mujeres en condiciones de desventaja y opresión, resulta un imperativo de constante construcción. Rastrear las condiciones, las formas históricas y el proceso en el que se fue asentando, diseminando y esparciendo por todas las culturas, por todo el globo, la idea de una supuesta “inferioridad de la mujer con respecto al hombre” aparejada con la minusvalía de nuestro aporte a la sociedad, es una tarea impostergable en todos los órdenes de la vida tanto pública como privada, en las instituciones de gobierno, en las academias y universidades, en los barrios y comunidades, en las familias y los hogares.
No es una labor sencilla. Las resistencias son grandes y las reacciones agresivas desde los distintos espacios en los que nos movemos diariamente pero si, como dijimos al inicio de este breve documento, somos sujetos que ejercen poder al tomar cursos de acción posibles, entonces el llamado es
No nos determina la estructura patriarcal, nos movemos dentro de esas condiciones sedimentadas pero, gracias a que somos sujetos de poder, tenemos la opción de elegir no reproducir esas conductas y en ese cambio microfísico podemos tender a una transformación más decisiva y amplia de la sociedad. Tomemos conciencia de la precariedad del discurso patriarcal y decidamos ejercer otras posibilidades. Parafraseando a Judith Butler: Señores, rompan su pacto de hermandad y caminen por otras veredas.