Lado B
Sandrah Mendoza, la poeta lesbiana que es más de lo que soñó de niña
Sandrah es también fundadora del proyecto Libertad en Voz Alta, el cual acerca la poesía a las personas privadas de su libertad
Por Lado B @ladobemx
21 de marzo, 2019
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Ilustración: Alma Ríos

Sandrah Mendoza (Estado de México, 1994) se define como una poeta feminista lesbiana. Estudió psicología, sin embargo, es la poesía la que ocupa el 99 por ciento de su cotidianidad. Sandrah es también fundadora del proyecto Libertad en Voz Alta, el cual acerca la poesía a las personas privadas de su libertad y es subdirectora del Colectivo Palabra, Oralidad, Mensaje (POM) con quien realiza actividades en relación a la literatura.

Sandrah pensó que su profesión la aproximaría a la cárcel, un lugar que le llamaba la atención, pero fue la poesía lo que la llevó a gestionar en 2015 en un centro penitenciario el primer slam de poesía para mujeres privadas de su libertad en América Latina. Sucedió en el Centro Femenil de Reinserción Social Tepepan y se extendió a los nueve centros de prevención de la Ciudad de México y zona metropolitana.

Mendoza es oriunda de uno de los estados en donde se registran la mayor cantidad de  feminicidios en México, esto la ha llevado a escribir sobre esa realidad: la de la violencia sin sentido hacia las mujeres pero también sobre su lesbiandad porque cree necesario, urgente e importante visibilizar la existencia de las lesbianas en todos los ámbitos.

Al momento de esta conversación, Sandrah espera con ansias a que llegue el cartero con una caja, la cual contiene Flores y fantasmas, su primer libro de poesía editado por Pinos Alados.

De todo esto y algo más habló Sandrah con Distintas Latitudes.

¿Cómo llegaste a la poesía y cómo llegó la poesía a ti?

Tengo momentos claros, muy específicos. Llegó con Walt Whitman cuando iba en sexto de primaria, porque nuestro profesor nos regalaba copias de reflexiones y poemas; yo no tenía idea de quién era Whitman en ese entonces pero me gustaba leer esos textos. Y otro momento fue cuando fui a la papelería y estaba pegado un poema de Sor Juana (Inés de la Cruz), lo leí mientras compraba y por mi mente pasó una idea: yo podría hacer esto también. Volví a casa y escribí mi primer poema, algo muy cursi para mi mamá, tenía 11 años.

Seguí escribiendo cosas cursis, pasé a la secundaria y como siempre me gustó escribir cartas escribía sobre mis experiencias, de las morras (chicas) que me gustaban y hacía cartas a mis amigas que me gustaban, sin decirles que me gustaban. Desde entonces es lo que más consumo de literatura.

Alejandra Pizarnik dijo: “escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”, ¿lo es para ti?

Coincido con Pizarnik en que todos estamos heridos, disentidos y atravesados por distintas fracturas y por ende coincido en que escribir sí es una forma catártica y estoy de acuerdo porque, al menos en mi experiencia ha funcionado no como pegamento a esas fracturas pero sí como algo necesario.

Desde mis vivencias puedo decir que me ha salvado de muchas cosas. No sólo la poesía en sí ni el poema sino todo lo que implica la poesía: la gente que escribe poesía, la gente que lee los poemas, mis amigos y amigas poetas. La poesía puede alegrar a las personas, hacerles un surco en el estómago, puede ser un balazo instantáneo o detener el tiempo.

¿Cuál ha sido el poder transformador de Libertad en Voz Alta?

Asociándolo a lo que dice Pizarnik, creo que sí puede ser una válvula de escape, puede ser una puerta para ellas y ellos (quienes están en reclusión) porque era curioso llegar y ver a una chica con dos cuadernos llenos de textos; vatos (chicos) con un montón de cartas para sus mamás, sus novias, hermanas. Eso es externar lo que hay dentro. Libertad en Voz Alta, es eso, poder decir en voz alta. El poder transformador radica en el momento en que le das voz a cientos de personas que han sido invisibilizadas, excluidas, encerradas en cuartos super pequeños en las que ya no vale su voz, ni su nombre ni su historia de vida.

El poder transformador creo que es eso: acompañarlos en el viaje del slam de poesía que rompe la rutina. Hay un verso de mi amigo Carlos Tito Barraza, que ahora está en todos lados, que dice “es indispensable también trastocar el orden de lo cotidiano”, y eso pasaba, ahí estaba lo transformador.

¿Cuáles son los mejores recuerdos que tienes de los slams de poesía en los centros penitenciarios?

Recuerdo mucho a un chico muy joven, él estaba viendo a Comic (un rapero) y le estaban brillando los ojos, le decía: “¡wow homs, wow!”. No lo podría creer, y eso no lo olvido.

En Tepepan recuerdo que había unas novias y una de ellas iba a salir libre, su compañera le cantó una canción, empezaron a llorar y hubo más lágrimas alrededor. Una vez se subió (al escenario) un señor a tocar una flauta, tendría más de 90 años. Había o hay una banda que se llama Trompetilla de Oro, ellos nos amenizaron el intermedio del Slam de Poesía por 30 pesos. Y así muchas historias que yo guardo con mucho cariño porque por supuesto que te trastoca, porque entiendes la simplicidad en las lágrimas que no se pueden contener o lo abrazos después de un poema.

Escribir y sacar la voz, ¿por qué, para qué?

Hay una canción de Ana Tijoux que se llama “Sacar la voz”. Podría responder esa pregunta con esa canción. Y también con la canción “Soy pan, soy paz, soy más”, de Mercedes Sosa.

¿Por qué es importante la voz de las lesbianas en el arte?

Uy, es urgente para que seamos más lesbianas en el mundo y para que se alesbianen más mujeres, estoy súper apelando por ello. Esa es mi respuesta real, no es broma. Es importante que la palabra lesbiana aparezca en todos los sitios. Es importante la voz de las lesbianas porque como mujeres hemos sido invisibilizadas. Como poetas lesbianas ha sucedido lo mismo. Si invisibilizan a las lesbianas, invisibilizan a las poetas y a la poesía lésbica.

Hace unos meses fui a un encuentro en La Paz (Baja California, México) a dar una ponencia sobre poesía lésbica contemporánea y en la sobremesa uno de los participantes, poeta también, me dijo que no existía la poesía lésbica, que la poesía era poesía y ya. Entonces tuve una ligera discusión con él sobre la existencia de la poesía lésbica. Le dediqué mi presentación y le dije que escuchara muy atento mi ponencia.

En la ponencia mencioné a Odette Alonso, quien lleva la corona del Premio Nacional de Poesía LGBTI; a Yolanda Segura que lleva su segundo Premio Nacional de Poesía. También a Mariel Damián, quien ganó un premio en España. Hablé de Ingrid Bringas, una poeta lesbiana de Monterrey; a Artemisa Téllez, cuentista y poeta lesbiana. A Claudia Islas Coronel radicada en La Paz y fui haciendo referencias de Gabriela Mistral, Cristina Peri Rossi.

Odette lanzó una convocatoria para una antología. Es urgente hacerlo ahora porque si nosotras no lo hacemos, nadie lo hará. Es como los lesbicidios, nadie habla de eso. La gente habla de que mataron a un vato (chico) gay, a una chica trans, y no es que no sea importante, pero no hay medios que enuncien a las lesbianas todos los días. Y me parece importantísimo, porque hablar es decir ya basta de ese silencio, ya basta de decir que no existe la poesía lésbica.

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Autor Lado B
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