Mirar cine de Gaspar Noé es como entrar a una clase de filosofía con un cuadro en la boca e intentar responder un examen oral sobre Crítica de la razón pura habiendo visto simplemente un video de José P. Feinmann en YouTube. Aunque nadie está preparado para esto, no quita que sea una gran experiencia.
Hay quienes pueden atribuirle eso a ver toda la filmografía de Stanley Kubrick o haber descifrado cada mensaje oculto en las películas de David Lynch –si eso es posible–, pero nada como ver a Gaspar Noé creyendo haberlo visto todo. Pocas veces una serie de películas, para bien o para mal, pueden marcarte tanto.
Es decir, a Kubrick debes amarlo te guste o no, y a Lynch, aunque no lo entiendas vas a amarlo. Con Gaspar Noé nada de esto aplica. No es como mirar una película para decidir si es buena o mala. No es como analizar sus ángulos para exaltar su maestría o decidir si llega a ser tan relevante como intrascendente. Sólo es sentarse y vivir la experiencia. Aunque he de admitirlo, puede llegar a ser extremadamente humana.
Una experiencia tan límbica y existencial, que se convierte de pronto en un callejón sin salida cuyo mensaje transgrede no sólo el lenguaje fílmico convencional –innovando dentro y fuera de las cámaras–, sino también tus propios ojos.
Alejandro Jodorowsky dijo alguna vez: “El auténtico cine; el mejor, es aquel que puede llegar a transgredir tanto la retina, que sus imágenes adquieren de pronto la poderosa habilidad de quedarse para siempre en nuestras vidas”.
Para él, no había mejor ejemplo de esto que Un chien andalou (1929) de Luis Buñuel, cuyas míticas e impactantes escenas –como la de una navaja rebanando un ojo– terminaron marcándolo sobremanera. Y eso se nota al ver su cine.
Para mí ese sería el contestatario Pier Paolo Pasolini; el grotesco y subversivo John Waters, y el siempre psicodélico Gaspar Noé.
No tratamos con un director al que deba mirarse con los mismos ojos que se mira a Stanley Kubrick o a Steven Spielberg, y con esto no digo que sea superior o que esté exento a criticarse, más bien digo que su cine obedece a otras reglas y otras leyes; emitir un simple veredicto con el que se juzga al cine de Hollywood, por ejemplo, sería quedarse bastante corto.
Su naturaleza es experimental y confusa. Molesta a la crítica con sus imágenes y levanta los gritos ensordecedores de su audiencia, pero no de odio ni de amor. No de repudio o exaltación, sino de todo eso y mucho más, que hasta resulta extraño e irreconocible. Gaspar Noé atenta contra la sensibilidad humana y la lleva a otro nivel. En el fondo es difícil clasificarlo.
Carne (1991), su más reconocido cortometraje, devela esa fuerza grotesca y contestataria que veríamos después en la pantalla grande. A ese Gaspar Noé que nos revela la belleza del mundo, pero también su maldad e ironía a través de personajes tan simples como los de un carnicero en Francia enfrentando, como puede, el aislamiento, el rechazo y la propia venganza.
https://www.youtube.com/watch?v=5bSLA4KCEPA
I Stand Alone (1998), su primer largometraje y secuela directa de este corto, termina de manufacturar su estilo, y nos entrega con placer, extremismo y drama, así como esa extraña manera de ver el mundo que no es más que tragedia tras tragedia. Pero con ello, irónicamente, más belleza tras belleza.
Con Irréversible (2002), uno de los principales exponentes de la New French Extremism, esto cobra un sentido aún más poderoso. No sólo las reglas del cine son transgredidas a través de este intenso thriller contado a la inversa, también lo son las del tiempo y el espacio. Con rudeza lo vivimos; nos hace parte de su drama: el tiempo lo destruye todo y no se puede hacer mucho.
https://www.youtube.com/watch?v=U_d2S5RcJFY
Enter the void (2009) hace lo propio develando los misterios de la vida después de la muerte como si de un viaje ácido se tratara, mientras que Love (2015), el tragicómico drama erótico con eyaculaciones y coitos constantes, renueva el concepto del amor que las nuevas generaciones desvirtuaron con sus sagas juveniles. Basado en la primera Ley de Murphy, nos recuerda simplemente que: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”.
No es el fatalismo extremo lo que define a este cineasta. Es más como una punzada impertinente y dolorosa que se queda en la nuca para recordarnos a todos que el universo, te guste o no, jamás conspira a favor de ninguno; simplemente continúa… con o sin nosotros. El existencial definitivo del actual cine francés, si me permiten. Y Clímax, su más reciente producción, sólo funge como un nuevo recordatorio de todo ello.
Aunque presume estar basada en un hecho ocurrido en la década de los 90 sobre cómo accidentalmente alguien dejó caer una cantidad desorbitante de LSD sobre una sangría durante un rave, lo cierto es que Gaspar Noé se deslinda de todo rigor histórico para intentar contar su propia historia.
Autoproclamada por él mismo como una suerte de “Torre de Babel”, este thriller lisérgico nos propone, al igual que el relato bíblico del Génesis en el Antiguo Testamento, el agonizante relato de un grupo de personas cuya ambición no sólo los llevó a construir una inmensa pirámide para llegar hasta las nubes, sino también a conocer a la madre de todo el caos absoluto.
Clímaxno es más que un trip sobre otro trip. Una tragedia contada a partir de un grupo de bailarines que poco a poco pierden la consciencia dentro de un mar psicológico, lleno de tanto placer que roza con la locura misma… Y la compara, de paso, como una metáfora poderosa sobre la existencia misma: a la vida como una ilusión colectiva y a la muerte como una experiencia fantástica.
Y lo mejor es que contiene todo el espíritu extremista de un controvertido Noé que no se suaviza tras el paso del tiempo, mas aumenta su intensidad y busca nuevos y mejorados rubros para contar sus hermosos delirios.
Contiene la rudeza de un malsano y violento Irréversible, con el erotismo y la sensualidad de una exquisita Love pero sin olvidarse jamás del misticismo de la vida y la muerte como en Enter the void… y todo a través de un film que, pese a todo esto, hasta puede considerarse una película musical de baile.
¿Qué diablos puede pedirle Clímax a la mismísima La La Land? ¿Qué? ¡Dímelo Chazelle! ¡Si lo tiene todo!
Las coreografías son sublimes, la música es hipnótica, la estructura narrativa es arriesgada y el declive final no es ningún declive, es más, ni siquiera es un final. Es una película que como su nombre dicta, comienza en el clímax y termina en el clímax.
Los planos secuencia están construidos de tal manera para que sufras y goces al mismo tiempo. En Enter the void funcionan para disfrutar a detalle la experiencia de un viaje lisérgico, pero también para sufrir junto al protagonista la transición de la vida a la muerte. Aquí, sirven tanto para que disfrutes las coreografías, como sufrir de igual forma con el trip de sus personajes.
Y lo mejor es que las actuaciones están basadas en auténticas reacciones sobre el exceso de las drogas lisérgicas. Puedes ver escenas de locura extrema con Sofia Boutella, Souhelia Yacoub y a Thea Carla Schott viviendo sin consideración uno de sus peores mal viajes.
Por ello, quizás, el mayor de sus defectos es que pese a tener una presentación directa y un epílogo de hasta una hora entera, son tantos personajes yendo y viniendo dentro de un caos absoluto que es difícil distinguir quién es quién y qué demonios están haciendo. O al menos eso pasa con la gran mayoría. Hay que prestar el doble de atención e intentar recordarlos. Pero aún así, los protagónicos son maravillosamente llevados a su trágico destino.
La película fue presentada en la pasada edición del Festival de Cannes 2019 y contrario a lo que ha causado en anteriores estrenos –como con la audiencia marchándose ofendida de las salas del cine– esta película terminó encantando a propios y extraños.
El cineasta argentino tiende a dejar una crítica muy dividida tras sus polémicas cintas pero, al parecer, aquí ha llegado a un punto medio de horror y belleza que encantó a la gran mayoría. Según los expertos, “la mejor película de toda su carrera”. Y aunque yo no pienso aventurarme a corroborar ese pretencioso apelativo, igual voy a arriesgarme: Clímax propone y renueva. Es frescura extrema dentro de su propio extravío.
Rodada en tan sólo 15 días, con una sola locación y una mezcla de ritmos tanto ochenteros como noventeros que van desde música techno, IDM, disco, new beat y EBM , la película se ha vuelto ya una intensa experiencia psicodélica que debes ver por obligación.
¡Gaspar Noé está aquí! Con una película musical de baile cuyo poderoso ritmo te lleva a los confines del mismísimo infierno. Como una extremista y lisérgica Torre de Babel.
Sinopsis:
“Jóvenes bailarines toman accidentalmente LCD mezclado con sangría y así su exultante ensayo se convierte en una pesadilla cuando uno a uno sienta las consecuencias de crisis psicodélica colectiva”.