Lado B
La batalla en un escenario
Actores interpretando activistas; el país de las injusticias representado en una escenografía. Este es un performance que defiende la vida en el que el público es interpelado para actuar en la obra… y en la realidad
Por Lado B @ladobemx
01 de mayo, 2018
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Ana Cristina Ramos y Arturo Contreras | Pie de Página
1. ESTO NO ES UNA OBRA

“¿Trae su propio frasco o le prestamos uno?”, preguntan cuando llegas al teatro. “Tiene que echarle un poquito de agua… ¡Tercera llamada!”

Entras, con frasco en mano… ¿a la cafetería? “¡Hola, soy Carlos, mucho gusto! Necesitamos ayuda para la obra ¿Quieres ser Don Bernardo?”, me dice un flacucho desconocido. Antes de reaccionar ya tengo un cartelón en el cuello que dice: Don Bernardo. Otros carteles con otros nombres se reparten entre otros participantes, que ponen cara de gaznápiro.

Aparecen otros cuatro actores y dan la bienvenida a la obra. Dividen a los espectadores en cinco grupos. Comunidades las llaman: ¿Cuál es tu sed? Historia del agua. Guerra del agua. Crisis del Agua. ¿Qué podemos hacer? En ellas estaremos las siguientes dos horas.

Entramos al teatro, pero no a las butacas. Como quien toma una calle para protestar, nos sentamos en el escenario. Y los actores, los mismos que aparecieron en la cafetería, dejan sus papeles y se representan a ellos mismos.

Después de todo el objetivo de esta obra de teatro es no ser una obra, sino una resistencia, una experiencia que atraviesa el cuerpo y la conciencia. No cuenta una ficción, sino una realidad. Varias, de hecho. Tan potentes que no se pueden actuar; solo vivir y compartir.

Laura Uribe, la directora de esta experiencia, espera que esto ayude a borrar la división entre el arte y lo social. Desde hace tiempo, ella quería abordar el tema del agua, pero no había encontrado un motivo.Hasta que un día, empezó a quedarse sin agua y en su edificio se desató una guerra. Descubrió entonces que a ella, como a sus vecinos, a los actores y a los espectadores, también le da sed.

2. PROYECTO SED: UN ESPEJO SOCIAL

Entre mayo y junio de 2017, Enrique Singer, director de la Compañía Nacional de Teatro, invitó a Laura Uribe desarrollar un laboratorio de investigación sobre el tema que ella decidiera, algo inédito para la institución. Se trataba de crear obras a través del trabajo de campo. Que los actores se coloquen en el lugar de la experiencia. “Poner el cuerpo, para ser atravesados corporalmente por las situaciones”, dice la directora.

En julio, ella comenzó a trabajar sobre algo que entonces no tenía claro, pero que meses después se concretó en el “Proyecto Sed”.

“Laura llegó y nos dijo: `nuestro tema es el agua’. Y eso fue todo. No hubo más explicación”, recuerda el actor Carlos Oropeza.

Laura piensa ahora que nadie reconoce una realidad hasta que la vive. A ella le pasó: mientras investigaba para el Proyecto Sed, recordó que el calentamiento global derrite los polos; que los lagos se secan y las selvas desaparecen; que cada cuatro días hay un millón de humanos más en el planeta, y que para 2020 seremos más de 10 mil millones. Pero esas cifras no le decían mucho… hasta que en el edificio donde vive faltó el agua. Fue entonces cuando le dio miedo saber que en cincuenta años hemos triplicado el consumo de agua, y que para 2030, la Ciudad de México se puede secar.

“Me dije esto debe ser un encuentro de aguas y… metafóricamente mezclar el agua que cada uno lleva dentro”, cuenta la directora.

Las expediciones a los lugares se definieron con la ayuda de una periodista, Luz Emilia Aguilar, quien tuvo el papel de dramaturgista; ella y el activista Oliver Hernández, hicieron el contacto con tres de comunidades en el Estado de México: San Francisco Xochicuautla, Santiago Tlacopetec y Tecamac.

Por otro lado, el trabajo con los actores se guio a partir de dos preguntas: ¿Cuál es tu relación con el agua? y ¿cuál es tu sed? El tema se volvió personal para todos.

Un día, a Carlos Oropeza una vecina le contó que unos vecinos en Copilco, al sur de la ciudad de México, estaban peleando para evitar que una constructora seque un acuífero. Así llegaron a la resistencia de Aztecas 215.

“Aztecas creo que fue lo que más sacudió al laboratorio, porque además, estaba muy cerca”, dice la actriz Mariana Giménez.

Foto: Mónica González

3. AZTECAS 215: UN MANANTIAL AL DESAGÜE

El agua no para. Por la coladera, se ve correr agua cristalina. A un lado, sobre el eje vial, hay una carpa vieja. Y adentro de la carpa, una asamblea de vecinos discute sus próximas acciones. Se enfrentan a un golem insaciable: una torre de 377 departamentos que construye la inmobiliaria Quiero Casa.

Desde 2016, el agua limpia que se va al drenaje no para. Los vecinos cuentan que un día de ese año, mientras los trabajadores de la obra excavaban para hacer los cimientos del edificio, todo se empezó a inundar. Le habían pegado a la lotería hídrica: descubrieron un manantial en plena Ciudad de México, un acuífero somero.

Como no se puede construir una obra anegada, había que sacar el agua. Todas las tardes, frente a la construcción se formaban ocho, diez, muchas pipas, les conectaban unas mangueras que llenaban en cinco minutos y luego se iban.

Las pipas se volvieron un espectáculo cotidiano. Fue como los vecinos se dieron cuenta de que el agua que fluía a raudales, mientras que ellos a veces no tenían ni para lavarse.

Pero las pipas no fueron suficientes. Entonces, la constructora tomó una decisión: secar el manantial.

Los trabajadores de la construcción conectaron las mangueras al desagüe y los vecinos explotaron. Uno de ellos, Gustavo López, asegura que nada había unido así a los Pedregales de Coyoacán, como se denominan las colonias de esa zona de Copilco.

Y como el agua que no para, vinieron marchas, protestas, intervenciones culturales, plantones, denuncias públicas, denuncias penales, estudios de suelo, estudios hidrológicos, resoluciones y edictos. Pero por nada deja de tirarse el agua.

Y como no para, los vecinos no pueden dejar de protestar. Por eso hay una carpa en avenida Aztecas 215, junto al desagüe que lleva agua de manantial.

La carpa es casa de todos. Hay libreros y sillones mullidos, una cocina y hasta una tele. Todo está cubierto por una capa gris, seguro de tanto smog de los carros que pasan. Todos los viernes, religiosamente, los vecinos hacen una asamblea en la que se planea la lucha. A veces, el diálogo es intenso:

— Vamos a tirarles el agua. Ya ve que la prensa amarillista siempre está buscando esas imágenes.

— Se puede revertir, con eso de que es un desperdicio.

— Podemos tirarles agua de las coladeras.

— O podemos darle un uso al agua.

— Sí, llevar la tina y la ropa para lavar.

Al final, para levantar el espíritu, hay galletas y café de olla. Los reparte doña Fili. La misma que en el teatro aparece en un video cantando: “Se va la vida, se va al agujero, como la mugre en el lavadero”.

4. LA VIDA MEDIDA EN LITROS DE AGUA

Estamos, entonces, en un encuentro de historias de aguas. Un escenario cuadrado para cuarenta personas. Sillones y sillas rodean el perímetro. Alfombras en el piso. Pantallas blancas. Y un filtro de agua de construcción artesanal que sube y baja para que cada uno de los presentes vertamos nuestra propia agua (la que nos dieron al inicio).

El marcador del fondo cuenta los litros desperdiciados. Porque aquí, en el teatro, el tiempo se mide en litros de agua: cinco minutos son unos tres mil litros que se van al caño en el desagüe de Aztecas 215. ¿Cuántos se van en las dos horas que dura la obra? ¿Cuántos en un día? ¿Cuántos en el tiempo que escribimos este reportaje?

Da miedo pensar en la respuesta. En la obra, los actores necesitan 3 mil litros para contar sus propias historias, su propia sed.

Nos dividen en los grupos con los que iniciamos el recorrido. Cada actor guía una tribu a una historia de agua:

El vacío de la alcantarilla. Carlos Oropeza entra en un hoyo que se abre a mitad del escenario. Habla de la vecina que lo llevó a los departamentos de Quiero Casa, de Doña Fili, Gustavo y tantos otros que siguen en la resistencia de Aztecas 215.

También habla de Jesús, su mejor amigo de la infancia. El niño con el que vivió aventuras dentro de las cisternas de la capital, donde buscaban rectángulos de luz para salir. A raíz de la obra, buscó de nuevo a su viejo amigo. Descubrió que se suicidó.

“¡Chuy!”, le grita ahora en la oscuridad del teatro.

Para Carlos hay un constante debatir entre la desolación y la fe: “Yo no te sé hablar de estrategias, no te sé hablar de caminos, sólo te sé hablar de la valentía que se requiere para andar con el corazón abierto”.

Dictadura del amor. A veces, Carlos Orozco fantasea con hacer explotar la embotelladora de Coca Cola. Así, el refresco inundaría la ciudad en aguas negras y se tragaría a todos los que le hacen daño: al Tigre Toño, el Hombre Michelín, a Ronald McDonald, al oso Charmín.

Después de eso, instauraría la Dictadura del amor. Él sería el comandante supremo del amor y no tendría piedad con ningún gandalla: “¿Quieres dejar una ciudad sin agua para producir cerveza, culero? ¡Al calabozo, a escuchar El unicornio azul por una década! A ver si se te quita…”

Eso solo le pasa a veces, como cuando se entera de la injusticia, de la inequidad y del abuso. O cuando se acuerda del ojo de agua en el que retozaba de pequeño, en Arandas, Jalisco, de donde son sus padres y sus abuelos… le pasa, sobre todo, cuando se acuerda que ese ojo de agua ya está seco.

Foto: Mónica González

5. SANTIAGO TLACOTEPEC: LA HISTORIA REBELDE

Don Bernardo está presente en cada obra. Su nombre cuelga de la tabla que me pusieron en el cuello al inicio de la obra. Otros luchadores sociales que los actores conocieron durante el laboratorio también están aquí, representados por los espectadores.

Don Bernardo vive en Santiago Tlacotepec, a las faldas del Nevado de Toluca. Sus pobladores cuidan el bosque desde 1924. Quienes han ido, dicen que el verde del bosque los asalta al llegar, dejándolos como desnudos ante tanta naturaleza.

Sin embargo, temen que esto se acabe. Un decreto del presidente Enrique Peña Nieto que en 2013 legalizó la tala y otras actividades productivas en el Nevado de Toluca. Ahora, los capitales privados buscan hacer de Tlacotepec un centro ecoturístico: el Aspen mexicano con todo y nieve artificial.

Para Don Bernardo, Miguel Ángel de Quevedo es un héroe nacional, algo así como el Lázaro Cárdenas de los bosques. De hecho, fue el ‘Tata’ Cárdenas quien puso los medios para crear los Parques Nacionales que había sugerido Quevedo; estos parques eran zonas de conservación de las que no se podía explotar ningún recurso.

17 de marzo del 2018. Función especial que fusiona el teatro y las resistencias. Los asistentes vienen del Bosque de Tlacotepec, de Xochicuautla, del municipio de Amecameca, también hay profesores de la Universidad Autónoma Metropolitana y la periodista que conectó a la compañía con las comunidades. Cada espectador se acerca al filtro casero que sube y baja del escenario. Dice su nombre. De dónde viene el agua que carga consigo. Y la vierte con un deseo: “Que llegue a mis nietos”. “Que vuelva a unir a mi pueblo”. “Que los gobiernos hablen con conciencia y busquen una forma de que no se termine”. “Que no pierda su poder de transformación y belleza”. “Que siga siempre clara de sangre”…

6. ENCUENTROS DE AGUAS

¿Quién es el protagonista: el público o el agua? El cuerpo humano está formado por agua en un 70 por ciento. El agua en esta obra fluye de los hogares de los espectadores al filtro. “El público es el que completa la obra”, dice Oropeza.

Y sí. Acá en el teatro, la comunidad discute, plantea propuestas. Luego nos vamos a una segunda ronda de microrelatos.

Mezcla de aguas Ana Isabel Esqueira se baña mientras canta. Como todos, asegura, ella es una mezcla de aguas. Las aguas y los abuelos de Ana son de Juchitán, pero también de España, exiliados. Tal vez por eso ella aprendió a reconciliar sus pasados y las historias que la trajeron aquí. Ahora dice que ahí está el verdadero saber, donde todos indígenas o españoles, somos lo mismo. Donde nos reconciliamos con quienes somos y de dónde venimos. Por eso también canta mientras se baña.

“Hay tanto que aprenderle al agua —dice—, limpia, transforma, purifica, fluye, se comparte en sí misma y es generosa”.

Dudas Laura Padilla no se siente segura en el lugar donde relata su historia: ahí sintió el temblor de septiembre. También ensayó y dio veinte funciones. En la obra confiesa: Yo dudo de todo.

Duda, sobre todo, de los mensajes macro, esos que dicen que el agua se está acabando, cuando en realidad, dice, es que la quieren privatizar. Se mueve de un mapa de la colonia Cuauhtémoc —donde vive su madre— a una pintura donde hace cuentas: ¿Cuántos departamentos están construyendo en la zona? ¿Cuánto cuestan? ¿Cuánta agua hay en la zona? El agua no alcanza. Y la batalla de Laura es con las inmobiliarias: Ni las instalaciones hidráulicas, ni la infraestructura de la colonia se dan abasto para cubrir las necesidades de los ingenuos compradores… Nuestro futuro es comprar pipas de agua a precios desorbitados, además de pagar por el consumo habitual. Qué buen negocio, ¿no?

Enlazarse. El cuarto está lleno de arena, sobre una de las paredes se ve el mar. La habitación recrea el lugar donde la actriz nació: un pequeño pueblo en la costa de Argentina. Mariana Giménez habla de su accidente y de su búsqueda de patria: “La inmovilidad me hizo ver lo que antes no podía o no quería mirar”.

La actriz se fracturó el tendón de Aquiles en un ensayo de la obra. En el hospital comenzó a recibir noticias sobre lo que el grupo iba aprendiendo en el laboratorio. Por chat recibió un reportaje del New York Times que le impactó sobre el colapso inminente de la ciudad de México por el agua. “Recuerdo que iba abriendo los artículos y me iban causando una impresión muy fuerte”, cuenta.

Ahora piensa que cuando una persona toma conciencia del problema debe tomar decisiones individuales y comprometerse con ellas, pero también necesita volver a establecer comunidades y enlazarlas, para ser menos vulnerable. Porque una sociedad en aislamiento es más fácil de manipular.

Foto: Mónica González

7. XOCHICUAUTLA: LAS HUELLAS DE UN SENTIDO

Las luces se atenúan. Las cabezas giran a las pantallas. El público ve un desierto de arcilla y cemento que oculta parte de la vida de la familia del doctor Armando García Salazar: enciclopedias médicas, varillas, azulejos, un tenedor, negativos de fotos, una crinolina de quinceañera…

Más de 10 años de construcción para edificar un hogar en la comunidad otomí de San Francisco Xochicuautla, en el municipio de Lerma. La casa conocida como el castillo, que fue destruida con retroexcavadoras del Grupo Higa, la constructora favorecida por el presidente Enrique Peña Nieto para construir su Casa Blanca.

En el 2007, cuando Peña Nieto era gobernador del Estado de México, impulsó la construcción de la carretera “Autopista Verde” en una ruta que atravesaba por un parque estatal otomí-mexica. La comunidad de Xochicuautla rechazó a la construcción y en respuesta, el gobierno cambió el uso de suelo de la zona y provocó la división de los comuneros. Años después, en 2014, el Tribunal Agrario revocó la decisión, pero Autovan, la filial de Grupo Higa, siguió construyendo con el resguardo de la policía estatal hasta que la retroexcavadora llegó a derrumbar la casa de la familia García Salazar.

El laboratorio de teatro llegó a Xochicuautla más de un año después del desalojo y lo que vemos en las imágenes del teatro es lo que los actores registraron: un hogar demolido, destruido por una empresa con el apoyo del gobierno mexiquense.

Laura Uribe se impresionó tanto, que se llevó los objetos que se ven en el video para conservarlos y darles forma en la obra, aunque aún no sabía cómo. Sin embargo, por un descuido de alguien en la producción, todas esas cosas terminaron en la basura. Ahora, la directora se disculpa en el escenario a través de una carta que enmudece el ambiente: Quizá esos objetos no debían ser mostrados, Doctor. Eso quiero pensar… A veces, Doctor, no sé cuál es el sentido de muchas cosas. Lo que pasa con el agua, Doctor, por ejemplo, lo que pasa en Xochi, lo que pasó con usted.

Laura Uribe dice que participación de la comunidad en la obra le ayudó a encontrar el sentido, y comenzó a pensarla como un punto de encuentro, “para abrir un paréntesis de contacto esencial y de expresar todo lo que sentimos en torno a la injusticia”.

Reflexiona: “En la obra hay una réplica, por mínima que sea. En estas cincuenta personas, ellos (los comuneros) se sienten escuchados, después de todo el olvido que han tenido de los medios y que ha sido una acción que no importa. En ese micro espacio, en esa zona temporalmente autónoma ellos -nos lo dijeron- se sintieron escuchados, comprendidos y replicados”.

El teatro, dice, “es espacio propulsor y capacitador, en donde hay un acto de resiliencia, en el que, independientemente de que siga habiendo dolor, podamos salir de eso.”

Foto: Mónica Gonzalez

8. ¿TENEMOS REMEDIO?

En la obra, todo se vierte: los relatos de los actores, las historias de resistencia que fueron conociendo. Una relación personal de la directora con el tema. Preguntas sin respuesta. Momentos de parálisis. Una conciencia colectiva e individual de un problema que abruma. La idea de que el espacio y la obra recreen la vida. Accidentes imprevistos. Incluso, un temblor que sacudió a toda la ciudad.

Se apagan las luces. Se encienden y los actores ahora son bañistas del futuro, sus modos son medio grotescos. El escenario es una playa oscura y de neón. Junto con ellos, el público viaja a esta distopía acuática, que es más bien como una epifanía del horror, donde todas las pequeñas historias que se contaron -las de los asistentes, las de los actores y las de las comunidades- toman sentido y se arremolinan en un arroyo de conciencia.

Una voz invita a alguien del público a que tome la palabra. La pregunta es sencilla. ¿Crees que tenemos remedio? ¿Crees que este país tiene remedio? ¿Crees que la humanidad es remedio?

Alguien se anima, pasa, pero las palabras no le salen. Quizá es la zozobra de estar en el escenario bajo la atención de todos. Quizá las preguntas son muy confusas o quizás ya no saben ni qué pensar porque demasiados litros se fueron por el desagüe de Aztecas 215, o demasiados bosques se talaron o demasiada agua se agotó.

9. LA VIDA SE DEFIENDE

Antes aquí había un lago con todo y pescadores. Pero el monstruoso crecimiento del área conurbada de la Ciudad de México se los chupó, cuando se secó el lago Xaltocan.

Ante eso, la gente de Tecámac construyó juagüeyes, o cajas de agua, que son unas como cisternas naturales. Pero llegaron más casas y también se secaron.

Después, se organizaron, perforaron pozos, metieron bombas, sacaron agua y la mandaron por tubos. Crearon el Sistema de Agua Potable Independiente de Tecámac (Saptemac), que todavía es administrado por la gente, en asamblea.

Ahora, la amenaza son las grandes empresas, que quieren tomar control del Saptemac y privatizar el agua de la gente.

La de Tecámac es una pelea comunitaria por el agua, que superó el abandono institucional, la carencia del líquido y que aún hoy, lucha porque el pueblo controle su agua.

Foto: Mónica González

* * *
Un coro toma el escenario. Lo invade como los espectadores lo invadieron. Como los vecinos que se instalaron en un eje vial o como el pueblo que se apropió del suministro de agua.

El canto es un llamado para que, después de haber compartido agua, vida e historias, el público se una a la defensa del agua: a ser, cada uno, “un soldado en la guerra contra aquél que profane la vida”.

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Este reportaje fue realizado con el apoyo de Fundación Ford y elaborado por el equipo de Pie de Página. Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor.

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