Reuniones y más reuniones. Los esfuerzos de los países para combatir el cambio climático y el deterioro ambiental parecen estériles. Después de casi 30 años de conferencias y cumbres, las políticas siguen dando tumbos. Pero hay quien sale de las pláticas de la Conferencia de Partes sobre la Biodiversidad airoso, como quien acaba de cerrar un buen trato. Las voces críticas cuestionan que el encuentro tiene aspecto de lobby empresarial. Es el lado sucio de la COP13
Cancún Quintana Roo. El recibidor del hotel Sunrise, uno de los tres que forman el complejo hotelero donde se lleva a cabo la treceava Conferencia de Partes del Convenio de Biodiversidad tiene una esencia en el ambiente que satura. La primera vez que se percibe es agradable, porque llega junto con la oleada de aire frío. Pero después es chocante, casi insoportable.
En el lobby hay un árbol de navidad de unos cinco metros de alto. A un lado del pino están las escaleras para ir a los salones donde se desarrollan las sesiones “alternas” de la COP13, como se le conoce a la Conferencia, que es el máximo órgano de decisión de Naciones Unidas sobre el tema y a la que en esta occasion acuden delegados de 196 países. Las sesiones “alternas” son reuniones de grupos que participan en las discusiones, y que no son parte del Convenio de Diversidad Biológica –solo los Estados nacionales pueden serlo- pero hacen recomendaciones… que poco importan al bloque de los países poderosos.
Afuera de uno de esos salones, sentados en un sillón, espera un grupo de indígenas wixárikas (huicholes en castellano) llegados del norte de Jalisco. Adilso Villalobos González y Salvador Sánchez Silverio, están en este grupo. En realidad, deberían estar en el Foro Internacional Indígena sobre Biodiversidad (FIIB) que sesiona a un lado, pero el salón está vacío, y no hay ningún aviso para los pequeños grupos de indígenas que llegan este viernes 9 de diciembre para participar en la Cumbre Internacional de los Pueblos Indígenas.
Los ocho wixárikas llegaron tarde y ahora están perdidos. Su líder se olvidó de darles los detalles de a quién dirigirse y dónde buscarlo. El instinto los trajo al salón del FIIB, pero el foro tuvo hoy una agenda diferente. Sus trajes tradicionales, pantalones y camisas de manta decoradas con bordados de colores encendidos se replican en los grandes espejos de estos recibidores de colores neutros, entre los que circulan hombres de negocios que pagan 364 dólares por noche.
Para el mediodía, los wixárikas comienzan a tener hambre. Eso los presiona. Ellos, como gran parte de la gente de los delegados de pueblos indígenas que participan en la Conferencia, no tienen dinero para pagar dos dólares (42 pesos mexicanos) por una manzana, pera o plátano en los pequeños expendios que el hotel instaló para los asistentes.
Adilso y los wixárikas localizan a los del FIIB hasta las tres de la tarde, cuando ya el estómago les ruge de hambre. Salieron de Mizquitic, Jalisco, hace 10 horas y llegaron al Moon Palace sin saber cuáles son los temas que aquí se abordan. Cuando llegaron, la mayoría de los asistentes se había ido a visitar una reserva de la biosfera invitados por el gobierno de Quintana Roo.
En esta conferencia participa el 0.1% de los 7 mil millones de habitantes del planeta. Son 6 mil 700 personas, integrantes de las delegaciones oficiales de los países y de organizaciones de la sociedad civil interesada en el tema. También hay, cada vez más, representantes de empresas que hacen presión sobre los países para que sus intereses económicos no se vean afectados por las decisiones que aquí se tomen.
Porque las decisiones que aquí se toman afectan a todos: desde los indígenas de la Patagonia hasta los esquimales de Alaska; desde el elefante cazado por su valioso marfil en África hasta el mosquito que no deja de picotear a los asistentes a este paraíso.
Son discusiones, sobretodo, para dos grupos en polos opuestos: los pueblos originarios que tienen en sus territorios el 80 por ciento de los bienes de la naturaleza, por un lado, y los países ricos que quieren acceder a los recursos, y por medio de fondos internacionales, traen a los “otros”, para que asistan a estos foros.
Pero el debate está disparejo. De los 6 mil 700 participantes, hay 100 delegados indígenas que forman parte del FIIB y 350 que participan en la Cumbre Indígena. Por eso, quizá, nadie se preocupa de que los wixárikas anden perdidos.
“De los 68 pueblos originarios de México, aproximadamente 50 por ciento tiene presencia, creo que es una buena representación”, dice Ricardo Campos Quezada, presidente de la Red Indígena de Turismo en México (RITA), organización que se encargó de coordinar las delegaciones de pueblos originarios en la Cumbre.
RITA es una de las organizaciones indígenas con uno de los esquemas de negocios más exitosos en el país, y promueve el turismo ecológico como una forma de empoderamiento de los indígenas.
EL PEPO