Lado B
Ser, en el buen sentido de la palabra, buenos
Como en todos los ámbitos de la vida humana, el del lenguaje es también un campo sujeto a los vaivenes de la moda.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
08 de noviembre, 2016
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Martín López Calva

“Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Antonio Machado. Retrato.

 

[pull_quote_center]El principio de consciencia intelectual es inseparable del principio de consciencia moral-[/pull_quote_center]

Edgar Morin. Método VI: Ética, p. 60.

[dropcap]C[/dropcap]omo en todos los ámbitos de la vida humana, el del lenguaje es también un campo sujeto a los vaivenes de la moda. Existen términos que siendo muy populares en una época se vuelven prácticamente impronunciables en otra y palabras que no habiendo sido usadas por prejuicios, temores o rechazo social, adquieren de pronto relevancia y entran a formar parte del discurso políticamente correcto.

Es el caso de términos como moral o bien, que en las sociedades tradicionales muy ligadas a lo religioso tenían un peso enorme sobre las consciencias de los ciudadanos y eran usadas de manera vertical e incuestionable como argumentos ante los cuales se doblegaban todas las acciones personales y comunitarias.

Tal vez por esta liga tan fuerte a una cultura dogmática y autoritaria, tal vez por el vínculo que se les atribuye de manera errónea –aunque históricamente explicable- a lo religioso, estas palabras están hoy profundamente desprestigiadas.

Interpretada desde el ángulo que el filósofo Xabier Zubiri retomado por Aranguren en su Ética llama la moral como contenido -es decir, desde la moral entendida como un conjunto de preceptos socialmente aceptados sobre los comportamientos aceptables o inaceptables para una buena vida humana- la palabra moral se evita hoy porque hace ver a quien la usa como conservador, dogmático y hasta retrógrada.

Todo esto ignorando lo que el mismo Zubiri señala respecto a la moral como estructura –es decir, el hecho de que los seres humanos somos estructuralmente morales y no podemos vivir al margen de lo moral- que hace inevitable que todos los seres humanos, los comportamientos humanos y las formas de organización social tengan de fondo concepciones e implicaciones morales. Todos los seres humanos somos más o menos morales, más o menos inmorales pero no existe un solo ser humano que sea a-moral. Todas las organizaciones y sociedades humanas son más o menos morales, más o menos inmorales pero no existe una organización o sociedad humana que sea a-moral, es decir, que viva al margen de lo moral.

Porque etimológicamente la palabra Moral viene de mos o moris que en Latín significa carácter, talante, forma de ser  y es sinónimo de ethos, de donde viene la palabra Ética, que significa también carácter, talante o forma de ser. De manera que la Moral y la Ética en el lenguaje común, no académico, son sinónimos y tienen que ver con el carácter que nos forjamos los seres humanos, con nuestra forma de ser y de vivir, con nuestro talante.

Como bien afirma la filósofa valenciana Adela Cortina, si alguien toma decisiones injustas se vuelve una persona injusta, si alguien toma decisiones honestas se vuelve una persona honesta y si alguien actúa de manera abusiva y prepotente se vuelve una persona abusiva y prepotente. Nos construimos nuestro carácter como humanos a partir de las decisiones que tomamos y las acciones que realizamos a partir de estas decisiones.

El desprestigio de la palabra Moral parece venir entonces de que se entiende incorrectamente como moralina, desde una visión que parte del imperio absoluto de la moral como contenido. De manera que el término se fue distorsionando en su significado hasta llegar a entenderse como un término negativo a partir de esta interpretación reducida y simplificadora.

Como afirma el pensador francés Edgar Morin en su libro Ética (p. 55): “La moralina… es la simplificación y la rigidización éticas que conducen al maniqueísmo y que ignoran la comprensión, magnanimidad y perdón. Podemos reconocer dos tipos de moralina: la moralina de la indignación y la moralina de la reducción. Una alimenta a la otra”.

[pull_quote_right]Como bien afirma la filósofa valenciana Adela Cortina, si alguien toma decisiones injustas se vuelve una persona injusta, si alguien toma decisiones honestas se vuelve una persona honesta y si alguien actúa de manera abusiva y prepotente se vuelve una persona abusiva y prepotente. Nos construimos nuestro carácter como humanos a partir de las decisiones que tomamos y las acciones que realizamos a partir de estas decisiones.[/pull_quote_right]

Nuestra época rechaza por ello la palabra moral y sin embargo, paradójicamente está plagada de juicios que se hacen desde la moralina, juicios que provienen de la indignación y tienden a descalificar y destruir al otro y lo otro; juicios que provienen de la reducción maniquea y parten del principio de que quien no piensa igual o no vive igual que uno, es un enemigo o un mal ser humano.

Por esta prevalencia de la moralina que coexiste con el rechazo a la moral es que resulta cada vez más urgente en nuestra sociedad una sana visión de lo moral, un proceso de reconstrucción del prestigio del término desde su significado original y una sana y eficiente educación moral en nuestras escuelas y universidades.

Otro término que está también en situación de desprestigio social en nuestros días es el del Bien. En un mundo de competencia descarnada en el que la medida del éxito en una vida humana es la del dinero, el poder y el prestigio que se alcancen sin importar la forma en que se llegue a ellos, el asunto del bien no solamente está relegado sino que se ha convertido en peyorativo.

“Entre ser bueno y ser tonto hay una débil frontera. Pero conozco a gente muy inteligente que son buenos. Otra cosa son los listos que se aprovechan de los tontos…” afirma el escritor español José Antonio Leal en una entrevista otorgada a El Periódico de Extremadura. En efecto, en este mundo que pone como modelo a “los listos que se aprovechan de los tontos”, parece que el imaginario colectivo ya no distingue la débil frontera que separa la bondad de la ingenuidad o la tontería porque al ser los bienes externos el criterio de éxito humano y felicidad en la vida, los que tienen metas más profundas de realización personal y compromiso social y no aspiran a enormes riquezas o a gran poder y fama son considerados como tontos.

Está por otro lado una forma igualmente dañina y distorsionada del bien que es lo que sobre todo los españoles llaman el “buenismo”, es decir, la postura que hace que algunos individuos y grupos se autoerijan como poseedores de los criterios del bien y únicos ejemplares de la bondad encarnada a partir de lo que la contra-cultura actual considera lo políticamente correcto.

Wikipedia dice que se trata de un término acuñado recientemente y aún no recogido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que designa “…determinados esquemas de pensamiento y actuación social y política (como el multiculturalismo y la corrección política) que, de forma bienintencionada pero ingenua, y basados en un mero sentimentalismo carente de autocrítica hacia los resultados reales, pretendan ayudar a individuos y colectivos desfavorecidos o marginados…”.

El buenismo abona tanto al desprestigio del concepto del bien humano como la interpretación negativa del bueno como ingenuo o tonto. Ambas interpretaciones coinciden en su carácter ingenuo y en su base sentimentalista poco profunda y hasta cursi.

El verdadero ser humano bueno, el que es “en el buen sentido de la palabra, bueno…” como dice el poeta es el que vive una vida de sabiduría. Edgar Morin afirma que esa sabiduría consistiría en integrar la afectividad inteligente –esa que “puede inmovilizar a la razón pero es la única capaz de movilizarla”- a la actividad de la inteligencia y la razón que se orientan hacia la salvación de la humanidad mediante su realización. (p. 135)

En su sexto volumen de El Método, dedicado a la Ética, Morin dice que “…la aventura histórica y antropológica de la moral es una aventura aleatoria, incierta e inacabada de universalización del respeto al otro y de la solidaridad humana” (p. 160)

Los tiempos actuales requieren con cada vez mayor urgencia de seres humanos que sean capaces de tomar la decisión sostenida de vivir esa aventura. Los educadores y las instituciones educativas necesitamos comprometernos y actuar de manera eficiente para formar personas que sean “en el buen sentido de la palabra, buenos”.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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