Lado B
La nueva derecha andina
Por Lado B @ladobemx
22 de septiembre, 2015
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El Alto, la ciudad rebelde que tres veces votó masivamente a Evo para presidente, es ahora la esperanza de la nueva derecha para llegar al Palacio Quemado. Soledad Chapetón, una joven mujer aymara, cosechó el apoyo de las nuevas clases medias alteñas, ganó la alcaldía y demostró que, aunque el presidente parece imbatible, los votantes de MAS eligen con autonomía. Como Macri en Argentina, Capriles en Venezuela o Rodas en Ecuador, la derecha boliviana se fortalece y confía en derrotar al nacionalismo económicamente exitoso de Morales

Foto. Satori Gigie │ Tomada de Revista Anfibia

Foto. Satori Gigie │ Tomada de Revista Anfibia

Revista Anfibia

El teleférico toma fuerza y en un ángulo de 45 grados hace el último recorrido entre la hoyada –forma popular de denominar a La Paz– y El Alto, la ciudad aymara rebelde, que desde hace tres décadas construyó una identidad propia a fuerza de edificios coloridos y una fuerte densidad plebeya y comercial. Desde esos cuatro mil metros sobre el nivel del mar, el millón de alteños en los primeros años 2000 echó a dos presidentes, votó masivamente a Evo Morales en tres elecciones y hace poco sorprendió al elegir como alcaldesa a Soledad Chapetón, una joven mujer y dirigente de una nueva derecha andina que sueña con llegar al poder por las urnas.

El 29 de marzo de 2015, desafiando las indicaciones del presidente que llamaba a votar por el MAS, El Alto votó como alcaldesa a Soledad Chapetón, del partido Unidad Nacional liderado por Samuel Doria Medina, uno de los hombres más ricos del país y segundo en las elecciones de octubre de 2014. Su triunfo perforó las estructuras corporativas locales, adheridas al oficialismo nacional, y busca ser una cara popular de un partido asociado al nombre de un empresario millonario. De hecho, sus primeras semanas en el poder no fueron tranquilas.

La ciudad emblemática de la Guerra del Gas que en 2003 expulsó del poder a Gonzalo Sánchez de Lozada –y poco después haría lo mismo con Carlos Mesa–, puede sorprender a quienes van en busca de autenticidad: una heladería anuncia bits&cream, la otra, llena de cremas de colores para agregarle a los helados, snow cones. El pequeño puesto Steel City ofrece joyas y otros productos de acero. La estación Qhana Pata (Mirador), en el barrio Ciudad Satélite, es ahora uno de los accesos a esta urbe que ya dejó de ser satélite de La Paz.

  En la altura, la combinación de viento helado y sol abrasador provoca una sensación extraña de frío, calor y fatiga combinados, pero seguramente nadie sintió nada parecido al conde Hermann Keyserling, el filósofo alemán invitado a Buenos Aires por Victoria Ocampo que en 1929 continuó hacia el altiplano paceño donde –como recuerda en sus Memorias Suramericanas– fue presa de una sensación análoga a la “de los reptiles cuando las influencias telúricas les plantearon el dilema de convertirse en mamíferos o perecer”, y fue entonces que tomó conciencia de su propia “mineralidad”.

La Sole –como todos la conocen aunque su secretaria la llama “la licenciada”– entra a la oficina casi corriendo después de subir tres pisos por escalera, cargando la cartera, algunos papeles y una bolsa de hojas de coca. El techo del local partidario, como muchas casas alteñas, es de calaminas (chapas) de plástico, para hacer efecto invernadero y transformar los rayos del sol en calor.

—¿Pijchea [masca] coca?

—Sí yo pijcheo, lo hacía mucho en la universidad, ahora también lo comparto con mi mamá, y hasta mi perro pijchea.

En las elecciones de fines de marzo pasado los alteños decidieron darle la espalda al Movimiento al Socialismo y al actual alcalde, Édgar Patana, exdirigente sindical de los vendedores callejeros (gremiales), y elegir a Soledad Chapetón, 34 años, soltera, y militante de un partido tratado por el gobierno como la derecha con piel de cordero. Venció al MAS con un amplio 55% de los votos, pero sus respuestas son cautas.

—¿Le ganó a Patana o a Evo Morales?

—No lo sé, no soy analista política. Yo participo en política para hacer algo por mi ciudad, para mí eso es la política. Pero es cierto que cuando vemos que el Presidente se involucró en la campaña entonces no fue simplemente Patana. Pero lo cierto es que en El Alto ganó una renovación.

Con pelo negro intenso, La Sole se considera “una mujer aymara que mira hacia delante”, y a diferencia de otros alcaldes que gobernaron la ciudad, es nacida y criada en esta urbe marcada por las imágenes traumáticas de 2003: decenas de muertos y heridos, bloqueos, juntas vecinales en pie de guerra contra la decisión de Sánchez de Lozada de exportar gas a Estados Unidos por puertos chilenos. Chapetón –recibida de licenciada en Educación en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz– que no habla pero entiende la lengua de sus padres y abuelos, también se considera marcada por la Guerra del Gas; de hecho el orgullo alteño es deudor de esa gesta:

—En 2003 estudiaba y trabajaba. Cada zona tenía su cronograma para participar de las actividades y de los bloqueos, y todos participamos. Sentimos la represión policial y militar y la insensibilidad de las autoridades, los asesinatos, las desapariciones… Yo estaba en el bloqueo de la avenida Bolivia, donde se impedía que los camiones con combustible bajaran hacia La Paz.

Los desbloqueos a balazos ordenados por el “Zorro” Carlos Sánchez Berzain, hombre fuerte de entonces, para abastecer de gasolina y gas a La Paz, provocaron muertos y heridos y contribuyeron a radicalizar el movimiento de protesta. El 17 de octubre Goni huyó, primero a Santa Cruz y luego a Estados Unidos. Hoy un juicio de responsabilidades lo espera en La Paz pero Washington no va a entregarlo, incluso se especula con que además de acento “gringo” tiene la ciudadanía de ese país.

—Como alteña, 2003 me marcó —dice Chapetón, que por esa fecha tenía 23 años.

Hoy uno de sus principales enemigos es Braulio Rocha, el secretario ejecutivo de la Federación de Gremiales de El Alto, un caudillo sindical con escaso prestigio social, quien dijo que él será “la pesadilla de Soledad Chapetón”. Ya le intentaron hacer una huelga cívica por sentirse excluidos en el nombramiento de subalcaldes, pero el movimiento fracasó y salió fortalecida.

—Estoy “totalmente preparada” para enfrentarlo, pero él debe entender que la campaña electoral ya terminó —dice detrás de su escritorio, en una oficina pequeña, mientras un grupo de personas la aguarda en la sala. Posiblemente sean quienes ya comienzan a pedirle cosas –sobre todos “proyectos” para sus zonas– a la nueva edil. Gobernar la ciudad más joven de Bolivia (tanto la urbe como sus habitantes son jóvenes) no es fácil. Y en El Alto parece faltar todo.

En varias ocasiones usa el término Estado Plurinacional, nueva denominación de Bolivia que es rechazada por la derecha dura, habla de la coca como “la hoja sagrada” y se muestra abierta a reformas como la unión civil entre personas del mismo sexo: “el mundo y las sociedades han experimentado grandes cambios y esto hay que asumirlo con políticas públicas, con derechos y con respeto”. Dice que no se referencia con ninguna mujer política en el exterior y reconoce los aportes de la cooperación estadounidense en El Alto, mediante la agencia Usaid. Pero se muestra más contundente a la hora de negar que su partido y ella misma sean de derecha: “Yo nací a la vida política en un partido de centroizquierda: Unidad Nacional. Sus estatutos dicen que es un partido de izquierda democrática. Nunca he sido ni soy de derecha”.

En la sala, los militantes de UN se tratan de “compañeros” y un gran cartel tiene la foto del líder partidario, que se esfuerza por sonreír, con la leyenda: Samuel presidente. Su color es el amarillo.

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Autor Lado B
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