Lado B
Máscaras del sinsentido
Por segunda semana consecutiva La cuarta pared reseña una obra teatral que gira en torno a una de las muchas reflexiones que, casi 70 años después, sigue generando uno de los episodios más crueles de la historia contemporánea: el genocidio perpetrado contra la población judía por el régimen nacional socialista en Alemania.
Por Josué Cantorán @josuedcv
02 de octubre, 2014
Comparte
Josué Cantorán

@josuedcv

Por segunda semana consecutiva La cuarta pared reseña una obra teatral que gira en torno a una de las muchas reflexiones que, casi 70 años después, sigue generando uno de los episodios más crueles de la historia contemporánea: el genocidio perpetrado contra la población judía por el régimen nacional socialista en Alemania.

Mientras El mal, la obra comentada la semana pasada, narraba la historia de dos agentes del ejército judío en custodia de un criminal nazi en Buenos Aires, Máscaras del sinsentido intenta contar la historia del propio holocausto a través de las miradas de la filósofa Hannah Arendt y el médico Victor Frankl.

Pero si bien El mal contenía un trabajo de dirección un tanto desafortunado sobre un texto más que bien logrado, Máscaras del sinsentido es un tanto lo contrario: una puesta en escena accidentada sobre un texto que tampoco tiene pies ni cabeza.

El texto de Máscaras del silencio es una secuencia de escenas construidas como un cadáver exquisito trazado a ciegas. Primero parece un show de cabaret donde una mujer canta –no muy bien– algo que tiene que ver con la maldad de Hitler. Éste aparece después en tono de farsa, diciendo un par de chistes. Luego, cuando afortunadamente las canciones –compuestas ex profreso para la obra, por cierto– van desapareciendo dando paso poco a poco a escenas más actorales, uno se pregunta si lo anterior tendrá relación en algún momento con lo presente, o si se trata de hilos que el director decidió dejar sueltos por razones que sólo él entenderá.

En la obra, como dije, se van integrando escenas de distintos tipos narrativos: en un momento aparece la actriz que interpreta a Arendt, y que es la misma que cantó al inicio, se para en un punto del escenario y enuncia como en un discurso o una clase de historia, así nada más, sin mayor acción escénica, algunos puntos de la historia de su personaje, como su relación con el movimiento sionista o su interés por los estudios judíos.

Las escenas sobre Victor Frankl que se van intercalando resultan un verdadero respiro, no sólo porque los actores que aparecen en ellas se conducen con mayor destreza escénica, en especial Eglón Mendoza, quien interpreta a dicho personaje, sino también porque son las únicas verdaderamente narrativas, es decir, en las que el espectador siente que se está contando una historia, en las que reconoce personajes, en las que va siguiendo un hilo, en contraste con las escenas más experimentales donde aparecen actores con máscaras de calavera sobre la nuca.

Eso, sin embargo, no elimina el tono gris de la obra que, cuando va llegando a su hora y media (de un total de dos y media), empieza a obligar a los espectadores a mirar sus celulares o de plano salirse del teatro. Al menos eso ocurrió en la función del estreno.

Pero quien se quede hasta el final verá que la parte más desafortunada de la obra es la escena última, en la que todos los actores se forman en el proscenio, prenden velas y le explican al espectador, rompiendo la cuarta pared, que por eso, por lo que acaban de mirar, el horroroso genocidio, es que deben reaparecer la moral, los valores y la ética en la sociedad.

El autor del texto olvida que ese tipo de obviedad es uno de los peores defectos que puede contener la literatura porque demerita al lector (o espectador), lo considera estúpido, le dice: “si no entendiste la obra al final te voy a decir la moraleja”, como en las fábulas de Esopo o He-Man al final de cada episodio.

La semana pasada aplaudía, a propósito de El mal, que la compañía del Teatro Melpómene apostara por textos nuevos de escritores vivos. En ocasiones como ésta –que también fue un texto nunca antes montado– uno se pregunta por qué intentar algo cuando ya Shakespeare y Racine escribieron lo que escribieron.

***

Máscaras del sinsentido

Dirección: Rodolfo Pineda Bernal.

Producción: Beatriz Herrera Larios.

Reparto: Antonio Elizaga, Beatriz Herrera de Pineda, Eglón Mendoza, Jorge Arturo Chávez González, Nacho Armenta, Raúl Mendoza y Piña, Silvia Ballesteros.

Se presentará el 10 y 17 de octubre en Tetiem (3 Norte #4248 Col. Morelos).

Comparte
Autor Lado B
Josué Cantorán
Suscripcion