Lado B
El teatro en Puebla, sin públicos ni políticas públicas
Las instituciones de cultura estatal y municipal apuestan por un solo evento en el que la participación de las compañías locales independientes es mínimo, sino es que nulo
Por Josué Cantorán @josuedcv
21 de octubre, 2014
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Foto: Ámbar Barrera

Foto: Ámbar Barrera

Josué Cantorán

@josuedcv

Una semana de cada año la ciudad celebra al teatro, una vez al año acróbatas y danzantes extranjeros desfilan por las calles del centro histórico mientras las multitudes los observan con atención. Una vez por año las instituciones municipal y estatal que se dedican a la cultura despliegan toda su capacidad organizativa para atender todos los teatros que reciben gente al por mayor y montan pequeños escenarios en las plazas céntricas para que los grupos locales presenten sus propuestas.

Es la semana del festival internacional de teatro Héctor Azar.

El resto del año los foros siguen ahí, celebrando el teatro con modestia, en soledad, con teatristas que salen a las calles a repartir volantes y pegar carteles con sus obras, que se suben a los camiones a dar sketches gratis para convencer a los ciudadanos de que rompan un poco su rutina y vayan a ver su nuevo montaje, preocupados por el dinero con que pagarán el vestuario o el lugar donde ensayarán su próxima obra.

Así es la escena del teatro en Puebla, con públicos casi inexistentes, financiamientos que deben buscarse bajo las piedras y políticas públicas sin seguimientos de una administración a la siguiente que, lejos de ayudar a los talentos locales, les ponen obstáculos y les generan audiencias pasivas que se rehúsan a pagar una entrada.

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Tomada de: facebook.com/pages/centro-para-las-artes-TETIEM-AC/

Tomada de: facebook.com/pages/centro-para-las-artes-TETIEM-AC/

A unas calles del monumento a la China Poblana, en las entrañas de la colonia popular Morelos, se encuentra el teatro Tetiem, uno de los foros teatrales independientes con mayor trayectoria en la ciudad que siguen en activo. Es un foro pequeño que, sin embargo, tiene todo lo necesario para trabajar: dos escenarios y lugar suficiente para un auditorio de unas 120 personas, un área de taquilla y otros espacios con sillas y mesas para el esparcimiento.

La intención original de estos teatreros, cuando se constituyeron como una asociación civil en 2003, era tener un foro en el centro histórico, un espacio cerca del Teatro Principal que en los años 90 había sido ocupado por la compañía A Trasluz. Sin embargo, un problema legal con dicho espacio los hizo desistir de la idea y cuando encontraron este, en el que se encuentran actualmente, se convencieron de las ventajas de estar lejos del centro.

–Ahora se ha vuelto un centro comunitario –dice en entrevista José Carlos Alonso, su director–, la gente viene acá y de pronto se hacen hasta reuniones con la policía para que estemos todos más cuidados, y hemos intentado gestionar que la gente de por acá pueda acceder a espectáculos, es muy complicado también, accede cuando son espectáculos gratuitos pero la intención es esa, llegar a otras zonas; por el norte de la ciudad no hay otras alternativas.

Cada noviembre el Tetiem realiza un festival de teatro dedicado al tema de la muerte que incluye un pequeño desfile alrededor de la China Poblana al que los vecinos de la colonia llegan disfrazados, maquillados de calaveras o vampiros, y luego regresan al foro a ver una obra. Se han ganado poco a poco a la gente, pero no siempre fue así.

Y en realidad, aunque el espacio ya es ahora conocido y respetado por los habitantes del barrio, y aunque ahí se ofrecen talleres promovidos por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) para que los niños se interesen por el teatro, a los teatristas del Tetiem les sigue sucediendo lo mismo que les sucede a todos los que se dedican a este oficio en Puebla: la incertidumbre de que llegue público a ver cada función.

–(La entrada) es variable –dice José Carlos–. La gente no está acostumbrada al teatro y la gente que sí va, generalmente somos los mismos que vamos a todos los teatros de Puebla y nos encontramos, pero es un problema no sólo a nivel local, eso pasa en el DF.

Pasa aquí y en todos el país, quizá, pero para los y las teatreras el público sigue siendo como una incertidumbre que nadie puede predecir. Si llegan, bien. Si no, hay que seguir.

–Yo siempre digo que no hay que preocuparse por la temporada, hay que preocuparse por la función siguiente, que no canceles –dice por su parte Luis Manuel Cabrera, director del teatro Melpómene, ubicado al otro lado de la ciudad, lejos del Tetiem–. Ya la semana que entra te preocuparás por la función siguiente, pero ahorita te preocupas por la de este día que vas a tener. Sí, la situación con el público es ésa.

Por una cuestión de disciplina que caracteriza a los directores y actores de teatro, una función nunca se cancela a menos que no llegue nadie. Una función para una sola persona puede ser, en el aspecto financiero, hasta contraproducente, pero la función se da. Aunque también pasa, a todos les ha pasado, que no llega nadie.

–Es difícil porque hay veces que no hemos tenido función y es bien desgastante –indica Mónica Ponce, directora del grupo Tetrans Teatro– porque estás toda la semana trabajando, leyendo, haciendo cosas para tu obra y de repente dan las 8 de la noche y no llega ninguna persona, entonces es bien feo pero bueno, la idea es que hay que seguirle.

La cuestión del público, la gran cuestión casi ontológica que solucionaría la pobreza del teatro poblano, parece ser un círculo vicioso.

–No estamos haciendo la difusión correcta –dice la misma Mónica–, y no la hacemos porque no tenemos dinero.

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De los teatros independientes en Puebla, el Melpómene es otro de los que tienen mayor trayectoria y también el que tiene la infraestructura más adecuada. No es un foro teatro improvisado en un edificio cualquiera o en la sala de un departamento, es un teatro construido como tal con todas las herramientas que necesita: desde la cabina de luces y sonido hasta camerinos.

En la colonia Volcanes, a un costado de la 31 Poniente, una de las arterias más transitadas de la ciudad, en julio de 2007 el Teatro Melpómene abrió sus puertas con una obra escrita por Federico S. Inclán bajo la dirección de Aída Andrade. Desde entonces ha sido sede de al menos dos montajes propios por año y ha recibido a otras compañías y grupos que están en busca de espacios para presentarse.

Luis Manuel Cabrera, director del Melpómene, tenía algo en mente cuando concibió fundar este lugar: no había foros dignos, el teatro carecía de profesionalismo al hacerse en las condiciones en que se hacía entonces.

[quote_box_right]En cada administración llega alguien nuevo a dirigir estos espacios, y estos funcionarios tardan más en conocer un poco a las escenas culturales que en terminar su gestión.[/quote_box_right]

–A mí en lo personal me daba mucha lástima ver un patio de vecindad con dos focos, con diez sillitas desvencijadas, se me hacía muy triste –explica Luis Manuel en entrevista–. La idea de hacer el teatro Melpómene justamente fue ofrecer dentro de lo que hay en Puebla un espacio digno para las representaciones artísticas.

Tener un lugar propio tiene sus ventajas: las compañías ya no se preocupan por el lugar donde van a ensayar –a veces encontrar uno se convierte en un viacrucis– y finalmente presentar sus funciones, tienen un espacio donde pueden construir un futuro con mayor certidumbre. Pero, como todo, tiene sus desventajas. ¿Con qué dinero, si no hay públicos que garanticen la sustentabilidad de los teatros, se va a mantener un lugar tan grande que requiere de mantenimientos tan específicos?

–El tener un espacio tiene muchos pros y contras –dice José Carlos, del Tetiem–. Nosotros lo queremos cerrar desde que iniciamos casi cada dos meses, cada vez que te llega el recibo de luz y de teléfono, entonces realmente son sacrificios por otros.

El Melpómene, por ejemplo, debe recurrir a estrategias alternativas para ir solventando los gastos que origina el teatro, como rentarlo para graduaciones y entregas de diplomas en los meses de junio y julio y para festivales navideños en diciembre.

–De aquí y de allá, como quien dice, vamos sosteniendo el teatro –dice Luis Manuel Cabrera.

–¿No se vive del teatro?

–No, en Puebla al menos no.

Así que el teatrista se debe convertir en un sabelotodo: debe actuar y dirigir, pero también debe salir a entregar propaganda de sus obras, a pegar carteles, debe construir la escenografía y montar las luces y sonido cuando en algún montaje no le toca estar en escena.

Y se convierte también en gestor, en administrador y publicista. Debe hacer uso de su creatividad para buscar las formas de que la gente llegue al teatro: subirse a los camiones y dar un sketch gratuito, salir caracterizado a la calle media hora antes de la función. Con los años llega la experiencia y se encuentran los patrones: cuando alguien que no se dedica al teatro participa en una obra las ventas suben porque es la novedad y lo vienen a ver todos sus conocidos, o entre más actores haya en escena se tendrá mayor público.

–Lo llamamos público pero son nuestros amigos y familiares –explica Luis Manuel Cabrera–. ¿Nos vamos a conformar con ellos? Bueno, una vez es gracia pero tu familia no te va a venir a ver todas las semanas, entonces por más que quiera uno, pues no.

Nadie se queja de doblar funciones de actor, gestor y experto en marketing, a pocos parece molestarles tener que salir a autopromocionarse, pero lo cierto es que el tiempo que el teatrero dedica a ello podría bien ocuparlo, si existieran las condiciones ideales, a trabajar en lo que sabe, y entonces quizá se estaría produciendo más y mejor teatro.

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Foto: Josue Cantorán

Foto: Josue Cantorán

Hay que caminar sólo unas calles desde el zócalo poblano para llegar al foro Las Nahualas, un teatro que ocupan la asociación civil El Taller y la compañía teatral Tetrans, especializada en los géneros del cabaret y el teatro del oprimido. Se trata de una propuesta que pretende ser crítica, de carácter contestatario y político, pero eso sí, desprovista de cualquier elemento discriminatorio. Ése ha sido uno de sus principales objetivos desde el inicio.

Entre sus obras se encuentran algunas que cuestionan a los políticos locales o la cultura machista que prevalece en nuestro país, y está en sus planes realizar una “antipastorela” donde se hable de la despenalización del aborto y el descubrimiento de la transexualidad. Lo que no está en sus planes es recibir apoyos económicos del Estado, la apuesta de El Taller es la autonomía.

Otros grupos, como Tetiem, sí buscan los financiamientos y los apoyos institucionales pero no se reservan ni disminuyen las críticas cuando se trata de hablar sobre la insuficiencia de políticas públicas que caracteriza a los gobiernos poblanos, tanto estatal como municipal.

–Nosotros no estamos peleados con ninguna institución –dice José Carlos Alonso–. Sin embargo, creemos que poner un espacio como el nuestro o simplemente el hecho de hacer una actividad alterna a lo que nos dan nuestras instituciones, es una manera de alzar la voz para decir que las cosas que se están haciendo no están funcionando como deberían.

Para Alonso, el problema principal de las políticas públicas en materia de cultura es que se hacen “con los ojos cerrados”. Se realizan eventos grandilocuentes como el festival Héctor Azar para cumplir con el requisito y justificar recursos, pero jamás se voltea a ver a las compañías locales para tomarse como punto de partida ni se analizan los públicos ya existentes para saber hacia dónde debe dirigirse el trabajo.

[pull_quote_left]En principio los festivales no sirven para nada, sirven para gastar un buen de presupuesto. Nosotros pensamos como grupo que los festivales forman público de festival, es decir, algunas gentes no saben ni a qué van pero como es gratis se forman dos horas antes y ven el espectáculo, mientras que hay teatro todo el año y no van a estar dispuestos a pagar una entrada. Es un problema de educación.[/pull_quote_left]

–Me parece que nuestros burócratas llegan con los ojos tapados –dice–. Por ejemplo, nosotros hemos invitado a mucha gente tanto del Consejo (Estatal para la Cultura y las Artes) como del IMACP para que vengan a conocer el espacio, que vean como está.

–¿Y sí vienen?

–Claro que no. Mira, el secretario de Cultura, (Alejandro) Montiel Bonilla, vino el último mes de su gestión (enero de 2011), y a otros los hemos invitado y no han llegado.

Para otros la falta de seguimientos en las políticas es el peor defecto de las instituciones oficiales que se dedican a la cultura. En cada administración llega alguien nuevo a dirigir estos espacios, y estos funcionarios tardan más en conocer un poco a las escenas culturales que en terminar su gestión.

–Van cambiando las administraciones –expone Luis Manuel Cabrera, del Melpómene–. Entonces, si hubo algo en algún tiempo pues ya, eres tan desconocido como ellos, ellos entran, son nuevos, no conocen. Yo, que tengo tiempo dedicándome a esto, no los conozco, entonces cada vez es irse conociendo.

–¿No hay un seguimiento?

–No, realmente no lo hay.

Y esa falta de acercamientos con los teatreros independientes sería en todo caso inocua si no fuera porque las instituciones implementan políticas de relumbrón, de espectacularización, que perjudican el trabajo y les suponen obstáculos que son difíciles de superar.

Uno de ellos es el festival internacional Héctor Azar, un evento anual dedicado al teatro que ofrece en su mayoría espectáculos de clown, acrobacia o teatro de calle de gran formato y deja de lado, en segundo término, el teatro más clásico que se realiza en las salas.

–Para hacer un festival de teatro primero hay que saber lo que es el teatro –dice Luis Manuel–. No es posible que inaugures con cine y circo como pasó en el anterior, no saben ni siquiera lo que es el teatro. La gente no va por la situación del teatro, va porque en teoría es gratis, pero no es gratis, ya lo pagaste con tus impuestos. Te guste o no lo que están presentando, ahí están trabajando tus impuestos.

En algo coincide Mónica Ponce, de El Taller:

–Creo que en Europa y Estados Unidos tienen espectáculos enormemente maravillosos que se hacen con dos personas que hacen clown maravilloso. Es válido estar mirando otras cosas, el problema es que apoyan a este tipo de personas, siguen apoyando al extranjero y no apoyan al poblano.

Pero en realidad el problema de los festivales, coinciden los entrevistados, es que acostumbran a un público poco seguidor del teatro a que así debe ser: espectáculos de gran formato y acrobacias geniales por los que no se paga un solo peso.

Después, a lo largo del resto del año, ese público verá con desdén a las compañías que ofrecen un show con escenografías y vestuarios sencillos y que, además, cobran por verlos.

–En principio los festivales no sirven para nada, sirven para gastar un buen de presupuesto –dice José Carlos Alonso–. Nosotros pensamos como grupo que los festivales forman público de festival, es decir, algunas gentes no saben ni a qué van pero como es gratis se forman dos horas antes y ven el espectáculo, mientras que hay teatro todo el año y no van a estar dispuestos a pagar una entrada. Es un problema de educación.

Y en eso también coincide Luis Manuel Cabrera, del Melpómene:

–Al público lo están acostumbrando a que el teatro es gratuito.

–Y eso los perjudica.

–Claro, porque a nosotros casi casi nos ha llegado conocimiento de gente que dice “¿por qué cobran si en el festival no?”. Pues porque nosotros trabajamos de esto, es nuestro trabajo, a un taquero no le vas a preguntar por qué cobra los tacos, a un teatrero tampoco debes preguntarle por qué cobra.

Pero no todos opinan igual. Para algunos teatristas es justo celebrar cualquier esfuerzo por acercar el teatro a los públicos que no suelen asistir a él.

–Hay gente que a lo mejor solamente está esperando una muestra de este tipo para ir al teatro –opina Amancio Orta, director de la compañía de teatro del Complejo Cultural Universitario–. Si los vas a educar poco a poco, pues ni modo. Si también te pones a decir que no sirven de nada porque siempre estamos y nunca van, solamente en las muestras, es cierto, y me ha tocado padecer al púbico que luego no llega, pero es un avance para que la gente conozca al teatro y entonces se enamore de éste. Va a una muestra donde no paga nada, donde viene un espectáculo internacional y le encanta, se va a quedar con las ganas de ir nuevamente al teatro.

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Los retos del teatro en Puebla son muchos: buscar la forma de que convencer a la gente de que todo el año se ofrece una cartelera variada, de que hay foros pequeños donde por las noches se da teatro cabaret y en otros hay propuestas más clásicas. Que no sólo en el festival hay teatro para niños, de títeres, para adolescentes y hasta musicales.

El desafío es superar las políticas miopes del Estado, lograr vivir en la independencia y consolidar una escena que se hace más y más grande porque, a diferencia de hace 20 años, ya hay universidades que forman actores profesionales cada vez con mejor técnica, una escena que crece millones de veces más rápido que el público.

El público, por cierto, también tiene un reto, uno chiquito: ir al teatro más de una vez al año.

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