Lado B
MEDITACIÓN DEL MANATÍ
Jorge Comensal
Por Lado B @ladobemx
22 de junio, 2014
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Jorge Comensal

I

Si te agobia la tristeza, considera al manatí. Demórate en su forma y movimiento. Entre todas las maneras que existen para enfrentar la gravedad, el manatí elige la más elegante: la suspensión. Un cuerpo se define suspendido cuando “se mantiene durante tiempo más o menos largo en el seno de un fluido”. El manatí se mantiene en el seno tropical de los esteros y lagunas.  Él no se arrastra, no se agita, no camina. Se suspende.

Mira cómo le basta el lugar en que se encuentra, cómo su cuerpo ocupa el espacio que le toca sin envidia del agua ni del aire al que sólo asciende de vez en cuando para quemar un poco sus pulmones.

Tu vida, lector adusto, será amasijo de placeres, derrotas, ambiciones. No dediques tus mañanas al espejo. Escápate al manglar, busca media tonelada de hermosura y encuentra saciedad, satisfacción.

II

Nunca habrá mamífero más cerca de la esfera: ningún otro animal de su volumen aspira a tan escasa superficie.Reflexiona sobre este prodigio: Nosotros somos, para poca carne, demasiada piel. Pero el manatí, ajeno al despilfarro de apariencia que acostumbran los humanos, es todo sobriedad.

No se confunda este elogio con una apología de la gordura. Los humanos no podemos vivir a gusto entre curvas de adiposa complexión. A nuestras arterias y rodillas les conviene un cuerpo flaco, y a nosotros, cerebrales, nos conviene solamente la redondez de espíritu, la superficie mínima de ideologías, la profundidad sin devoción. Para depurar nuestras pasiones, recomiendo tejer alrededor de nuestra carne un alma de mamífero marino y colosal.

III

Nunca nos engaña el manatí. Su forma lenta de avanzar por los esteros no es como la órbita embustera de las gaviotas sobre el mar. Su vuelo también es pausa, pero mentira: cuando uno menos se lo espera, el ave deja su planeación tranquila y se deja caer sobre su presa como un relámpago sin nubes. El manatí no tiene apetito de embustero. Se aproxima a las plantas submarinas sin ninguna clase de acechanza o mimetismo. Llega a ellas, las saluda con una reverencia del hocico, y comienza a alimentarse. Mastica con ternura, poda sin matar.

IV

¿Has dado de comer una lechuga a un manatí? Sí: una lechuga como una rosa verde, gigante y jorobada. Una lechuga limpia y sin sabor. Cuando tu mano, toda huesos y falanges, se acerque al hocico del manatí, conocerás la vitalidad sin prisa, porque tantos siglos sin depredador lo hicieron confiado, alegre, animal sin temor.

Por eso acude a visitar los yates y los muelles. Es inocente como bestia del Edén. El manatí se acerca a jugar con un yate y el yate lo lastima con sus hélices. Eso somos para el reino: dolor y sacrificio, sangre y cicatriz. Sólo los perros y gatos (los más ociosos habitantes de las urbes), palomas y ratas (nuestras mascotas más libres) comparten plenamente las pompas de nuestra civilización.

V

Si quieres beber la realidad hasta sus heces, deja en el armario la corbata que te agosta los suspiros diariamente, y entrégate a la paz de esos dos ojos que penetran sin esfuerzo tu coraza y te llegan a lo niño y cariñoso. Mira un pez a los ojos y sabrás que teme la muerte, pero nunca el manatí.

Cuando ya no te sirvan las fiestas ni los divanes, las drogas ni el helado, recurre a las virtudes de esta especie. Imita su paciencia, déjate calmar. A mis ganas siempre las consuela este ejercicio. Se calman mis jaquecas y nostalgias, y me voy a dormir.

VI

A veces sueño que los largos ataúdes de mis muertos horadan su camino hasta la costa y vuelven a la vida en manatí.

Jorge Comensal. Narrador y ensayista. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (en el área de novela) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Sus textos han aparecido en Casa del Tiempo, Ediciones sin nombre, Revista Fundación, Este País y Límulus.mxentre otras publicaciones. Actualmente está escribiendo un libro de ensayos sobre la extinción de la vida silvestre en México.

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