Ndop, Camerún. Anastasia Ngwakun, una arrocera africana de la zona central de Camerún, lleva 20 años cultivando a la vieja usanza: apenas con herramientas manuales. Pero ella sabe que si fuera hombre podría acceder a tecnología moderna que le ahorraría esfuerzo físico.
“Es un trabajo duro, especialmente para una mujer. Yo planto y proceso con recursos y herramientas muy limitadas o nulas, a diferencia de los hombres de mi aldea, que pueden obtener fácilmente créditos o un tractor”, dijo Ngwakun a IPS.
Ella labora un predio de 1,5 hectáreas en la aldea de Bamunkumbit.
“Las mujeres no tenemos derecho a la tierra. Muchas veces cultivamos terrenos cuyos dueños son hombres, y ellos deciden dónde disponer de tractores, qué predios arar primero y cuándo nos toca arar a nosotras, siempre después de ellos”, agregó.
Ngwakun tampoco puede usar trilladoras, que le ahorrarían la pesada tarea de quitar las cáscaras a mano.
La producción y el procesamiento le serían más fáciles si contara con trilladoras, herramientas para desmalezar y recipientes grandes para hervir hasta el doble de la cantidad de arroz que los normales.
Pero Ngwakun, como muchas arroceras africanas, no tiene en los hechos derecho a nada de esto.
Una investigación del Centro del Arroz de África muestra que los arroceros varones tienen un acceso mayor y desproporcionado a tierra agrícola, insumos, capital, equipos y conocimiento en comparación con las mujeres, que sin embargo son la mayoría de quienes siembran arroz en el continente.
Estas profundas diferencias entre arroceros y arroceras obedecen en parte a cuestiones culturales y económicas.
Afiavi Agbhor-Noameshie, agrónoma social y especialista en género del Centro del Arroz de África, sostiene que hay una ausencia flagrante de políticas de género.
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