Lado B
“No me maten”: crónica de la narcoviolencia en México
 
Por Lado B @ladobemx
10 de noviembre, 2013
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David Espino | Cosecha Roja

Alma salió enfadada de su grupo en la Unidad Académica de Derecho. Su novio Salomón no la esperó por irse a jugar futbol y tendría que regresar sola a su casa. Bajó las gradas de la facultad y se despidió de algunos compañeros que halló en el camino. Cruzó el estacionamiento a media luz por las farolas cetrinas y llegó al paradero de combis de Ciudad Universitaria, en la avenida Lázaro Cárdenas. Eran las ocho de la noche y hacía frío.

Todos los días Alma y Salomón procuran irse juntos, a pesar de que a veces sus horarios no empalmen. Ella cursa el primer semestre y él el tercero. Alma abordó una combi roja, sólo para llegar al centro de Chilpancingo. Pudo haber tomado una verde, bajarse en Zaragoza y caminar unos metros para llegar a su casa en Heroínas del Sur. Pudo haberlo hecho, pero decidió avanzar porque las verdes pasaban muy llenas. Además, no quería llegar tan pronto a su casa.

Tomada de nuestraaparenterendicion.com/

Tomada de nuestraaparenterendicion.com/

La combi aparcó semivacía y partió llena de estudiantes que también esperaban para irse. Conforme avanzaban Alma vio el césped recién podado de la avenida y vio en el Monumento a las Banderas a niños corriendo en la explanada mientras sus padres contemplaban el lago artificial. Vio el borbotón de agua de la fuente que está en la entrada de la colonia Viguri y el olor de las pizzas Vitor’s le llegó hasta su asiento. Luego entrecerró lo ojos para descansarlos y no vio más. El enojo de que su novio no la esperó había pasado.

Pidió la bajada en el centro. La combi se paró adelante del Oxxo. Caminó sobre la acera y percibió los olores de la calle: primero humo, clutch, aceite quemado, y luego elotes hervidos, tacos, salsa, y pollo frito. La música de los discos piratas y los claxon inundaban la avenida. Se paró en la esquina de Colón, en la entrada al paso a desnivel, a esperar a que el semáforo se pusiera en rojo y pasar hacia el zócalo de la ciudad, junto con otros transeúntes. No imaginó, dice que nunca imaginó, que ese jueves 24 que se enojó con su novio porque no la esperó para irse juntos en su motocicleta, sería testigo de una ejecución en pleno centro de Chilpancingo.

***

Nahín subió corriendo la calle Colón, cruzó sin advertir el tráfico de la avenida Álvarez y empujó a Alma, que seguía en la acera en espera del rojo. Unos hombres lo seguían, Alma dice que desde calle abajo, aunque no puede recordar con precisión porque lo que siguió fue confuso y la llenó de pavor. Nahín tropezó en la grada de una tienda de ropa que estaba cerrada, se incorporó como pudo y avanzó unos pasos más. Los hombres, unos chicos flacuchos y desgarbados, empezaron a dispararle. Las detonaciones tronaron en las orejas de Alma. Ensordeció por unos segundos. Cuando el sonido regresó a ella todo era un estruendo de gritos y llantos de mujeres que corrían y hombres que se empujaban. Ella no pudo caminar, por más que quiso se quedó como estatua de sal. Pálida y pétrea.

Nahín comenzó a sangrar de la rodilla. Alma recuerda que vio cuando un disparo le dio arriba de la pantorrilla y un borbotón de sangre le brotó al instante. Nahín quiso pararse sosteniéndose en los carros aparcados, pero no pudo. Quedó hincado y a la merced de sus asesinos.

–¡No me maten! ¡No me maten! –suplicó.

Luego se oyeron otros disparos y Nahín Navarrete García, de 29 años, cayó agonizante boca abajo, con un balazo en la cabeza. Su esposa lo reclamaría en la morgue de la ciudad horas después y al siguiente día lo enterraría en el panteón municipal.

Alma nunca distinguió una cara por la miopía que padece desde niña. No usa lentes porque cree que la afean, pero esta vez, más que ninguna otra, estuvo contenta de no llevarlos puestos.

Tomado de Nuestra Aparente Rendición. Lea aquí el texto completo.

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