Lado B
Vivir para la educación para vivir de la educación
Les debía este espacio por la muy grata experiencia que viví en el espacio de la conferencia organizada por uds. y sus maestras en el Benemérito Instituto Normal del Estado. Me atrevo a escribir sobre este hecho particular en un espacio público como el de esta columna, porque me gustaría que esta carta llegara no solamente a ustedes sino a todos y todas los que están actualmente estudiando una licenciatura en Educación en cualquier lugar de nuestro país.
Por Lado B @ladobemx
08 de octubre, 2013
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Mi esperanza es que experimentándose libremente en administraciones abiertas acaben por incorporar el gusto por la libertad, por el riesgo de crear, y se vayan preparando para asumirse plenamente como maestras, como profesionales, entre cuyos deberes está el de testimoniar a sus alumnos y a las familias de los alumnos, el de rechazar sin arrogancia, pero con dignidad y energía, el arbitrio y el todopoderosismo de ciertos administradores llamados modernos”. Paulo Freire.

Martín López Calva*

@M_Lopezcalva 

Carta a quienes pretenden educar

Estimadas Diana, Gabriela, Diana y compañeras de la licenciatura en educación preescolar del BINE:

Les debía este espacio por la muy grata experiencia que viví en el espacio de la conferencia organizada por uds. y sus maestras en el Benemérito Instituto Normal del Estado. Me atrevo a escribir sobre este hecho particular en un espacio público como el de esta columna, porque me gustaría que esta carta llegara no solamente a ustedes sino a todos y todas los que están actualmente estudiando una licenciatura en Educación en cualquier lugar de nuestro país.

Lo hago tomando como ejemplo las famosas y muy ricas “Cartas a quien pretende enseñar” que publicó el gran pedagogo latinoamericano Paulo Freire en 1993. Si no las conocen, les recomiendo leerlas y meditarlas con mucha calma y profundidad.

Tomo de ellas la cita que sirve de epígrafe a esta columna, porque resalta una palabra fundamental para todo educador que es la esperanza –Xabier Gorostiaga decía que los educadores debemos ser los profesionales de la esperanza– , que es la que además sintetiza mi experiencia de diálogo con ustedes, que es común a otras que he vivido en contacto con estudiantes de licenciaturas en Educación de muchas instituciones en distintas partes del país.

Dialogar con ustedes, estudiantes que están preparándose para asumir la difícil y desafiante pero al mismo tiempo apasionante tarea de formar a las nuevas generaciones de mexicanos es siempre una renovación de la esperanza en que las cosas pueden cambiar en este México que tiene un sistema educativo en crisis, una educación que no responde a lo que los niños y jóvenes merecen y lo que nuestra sociedad necesita con mayor urgencia cada día.

Porque en efecto tenemos un sistema educativo con enormes carencias. Según el reporte de (Mal)gasto educativo que se presentó la semana pasada, tenemos un 59% de NO escuelas en el territorio nacional, es decir, casi dos terceras partes de los centros educativos no cuentan con los mínimos indispensables en infraestructura, servicios, equipamiento y docentes bien formados para poder ser considerados como auténticas escuelas.

Hablamos en nuestro encuentro del tema de la ética profesional docente y comentamos lo que Hortal señala como principios básicos de la ética profesional aplicados a la docencia. Estoy convencido de que buena parte de la desmoralización y el desprestigio de la profesión se debe a que los docentes nos hemos olvidado de estos principios en el ejercicio cotidiano de nuestro trabajo.

El principio de beneficencia que señala que la profesión debe servir para hacer el bien a la sociedad, por ejemplo, parece que no tiene mucho valor en nuestros días en los que cualquier práctica profesional se orienta más hacia los bienes externos como son el dinero, el poder y el prestigio que hacia el cumplimiento del bien interno que cada profesión aporta a la sociedad.

“Hacer el bien a la profesión, haciendo bien la profesión” dice Hortal que debe ser el lema de este principio ético. ¿Estamos haciendo el bien con nuestra profesión, haciéndola bien? ¿Se puede decir que ejercemos bien la profesión ante los pésimos resultados de nuestros niños y jóvenes no sólo en las pruebas estandarizadas nacionales e internacionales sino en la vida profesional y laboral cuando egresan del sistema educativo? Me temo que la respuesta es negativa y que hay mucho por hacer para ser verdaderos profesionales de la educación de acuerdo a las exigencias de la sociedad actual.

El principio de autonomía apunta a que la profesión debe ejercerse tomando en cuenta a los beneficiarios de ella como sujetos con dignidad y plenos derechos, dándoles la posibilidad de participar en la toma de decisiones.

En el caso de la profesión docente, el principio de autonomía tiene que ver con la manera en que nos relacionamos con nuestros educandos. ¿Los vemos realmente como sujetos con dignidad y capacidad para participar en el proceso o son simplemente un número, un nombre más en la lista de asistencia de nuestros grupos numerosos en el aula? ¿Planteamos el proceso educativo de manera que ellos tengan un papel activo en la toma de decisiones y se comprometan asumiendo una corresponsabilidad en su propia formación? Creo que hemos avanzado en esta línea, al menos en el discurso, pero sigo pensando por mi interacción con muchos grupos de docentes y alumnos que todavía hay un enorme camino por recorrer.

El principio de justicia implica, no solamente que haya justicia dentro del aula en el trato a todos los alumnos por igual y en la evaluación equitativa, elemento en el que sigue habiendo grandes carencias e inequidades.

El plano más amplio en el que debe operar este principio es el de la contribución, mediante la práctica educativa y las políticas públicas que orientan las estructuras educativas, a la construcción de un país más justo.

Tenemos en este principio una enorme deuda tanto como educadores individuales que deberíamos hacer mucho más en el ámbito que nos corresponde, como a nivel de un sistema educativo que en sus políticas de mejora de la calidad no solamente no ha reducido sino que ha ido ampliando la brecha entre los que tienen más y los que carecen de todo en México.

Cuando compartí mi esperanza renovada por el contacto con ustedes, estudiantes interesadas, creativas, comprometidas con su formación y llenas de entusiasmo y grandes expectativas sobre su futuro en la educación, un profesor con muchos años de experiencia me preguntó: “Si las alumnas de licenciatura tienen ese compromiso e interés por mejorar las cosas en nuestra educación. ¿Qué pasa cuando egresan y empiezan a trabajar en nuestras escuelas públicas y privadas? ¿Por qué terminan adaptándose a las prácticas rutinarias y la educación en el país no mejora?

Mi respuesta a esta pregunta tiene que ver con lo que les decía al final de la conferencia y quiero terminar con eso mi reflexión en este espacio. La clave está en lo que Hortal plantea como distinción entre la docencia como empleo, como profesión o como vocación. Si la docencia se convierte para ustedes en un empleo, trabajarán lo mínimo indispensable para cumplir una jornada y obtener un ingreso. Si la conciben como una carrera, su labor tendrá un sentido más completo y tratarán de buscar en ella un desarrollo y hacer una aportación. Pero si logran desarrollar y cultivar su vocación constantemente, podrán no solamente vivir de la educación sino vivir para la educación, convertir a la educación en parte importante de sus vidas.

El problema del sistema educativo lleno de vicios y problemas que impiden muchas veces la creatividad y el compromiso se encuentra en gran medida en este punto. Existen muchos funcionarios, supervisores, directores, profesores e incluso investigadores educativos que llevan años viviendo de la educación, pero que no han vivido para la educación, para mejorar la educación.

Ojalá que al egresar de su escuela, ustedes y todos los estudiantes de licenciatura sean capaces de vivir para la educación porque si lo hacen, aportarán muchas cosas buenas a la sociedad y les aseguro que podrán también, con mucha dignidad, vivir de la educación.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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