Alejandro Badillo

Alberto Manguel ha dedicado gran parte de su vida a investigar el fenómeno de la lectura. Fruto de estas aproximaciones es Una historia de la lectura. El libro no es una reconstrucción minuciosa y ordenada de cómo el hombre comenzó a leer y sus problemáticas modernas. Siguiendo la tradición del ensayo literario Manguel explora temas de manera caprichosa poniendo, en todo momento, su biografía y obsesiones como andamiaje de los textos.

Almadía, 1era edición 2011. Traducción Eduardo Hojman.

Una de las virtudes de Una historia de la lectura es la gran diversidad de perspectivas que enriquecen el estudio de esta práctica: la lectura pública, en voz alta, realizada en siglos pasados en contraste con la lectura íntima, hecha en silencio, que se popularizó cuando grandes sectores de la población comenzaron a alfabetizarse. También la lectura como acto subversivo, perseguido una y otra vez por dictaduras, gobiernos totalitarios y por el sistema esclavista norteamericano que castigaba muchas veces con la muerte a los esclavos que aprendían a leer.

Hay un repaso al libro como objeto y cómo su transformación influyó en la forma de leer y entender el mundo. Hay espacio para la memoria y la autobiografía: Manguel cuenta sus primeras lecturas y encuentros fundamentales en su vida como el que tuvo con Jorge Luis Borges, paradigma del lector que abarcó –a pesar de su ceguera– mundos reales e imaginarios. Otro punto es el científico: cómo las palabras cobran vida en la mente, de qué manera se establecen las relaciones entre el lenguaje y la imaginación. Incluso elementos aparentemente triviales, como la invención de los lentes o anteojos, son puestos en escena reivindicando su papel en la creación de nuevos públicos para el libro.

Una historia de la lectura se lee como una reunión de ensayos, satélites aparentemente disímiles pero que siempre gravitan alrededor del libro y el lector. Quizá podríamos vincular los temas de estos ensayos y el orden de presentarlos con la experiencia de leer: una actividad anárquica, obsesiva, que no reconoce cánones y que significa, en todo momento, una experiencia placentera, una forma plena de entender el mundo.

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