Chile. Periodismo Humano.- Caimanes es uno de los muchos pueblos en Chile que están siendo víctimas de las riquezas de su propio país. Cuando una importante transnacional minera se instaló hace trece años a 8 kilómetros de Caimanes para explotar grandes yacimientos de cobre y oro, la comunidad, antes agrícola y ganadera, se quedó sin agua, perdió el único bosque de canelo nativo de la zona y rompió todas las relaciones de solidaridad que siempre había mantenido unidos a sus vecinos.
Estamos en el valle del Pupío, a unos 300 kilómetros de Santiago de Chile. Cristián Flores va conduciendo una camioneta azul en dirección a Caimanes, un pueblo de 1.500 habitantes que está situado a 1.800 metros de altura. Sus padres todavía viven allí. Él, familia de campesinos, tuvo que emigrar cuando el valle se secó. Tiene 32 años y trabaja al sur del país prestando servicios agrarios. En el camino, Cristián recoge a un señor de unos 40 años que lleva ya un rato haciendo dedo. El hombre, agradecido, inicia una conversación desde el asiento trasero.
_ No queda agua por ninguna parte.
_ Nada. Se nos ha muerto el valle.
_ Fíjate que mi madre hizo queso en casa durante más de 20 años seguidos. Hasta en pleno verano teníamos queso. Y ahora no nos queda agua ni para beber.
En el valle del Pupío, a 8 kilómetros de Caimanes, está ubicado El Mauro, que en lengua aborigen significa brote de agua, y que era la zona de mayores reservas de agua dulce de la región de Coquimbo, en Chile. Pero este lugar, antes agrícola y ganadero, donde la gente sembraba papas y porotos utilizando el agua que llevaba el río y los niños en verano se bañaban en grandes pozas de agua, murió en cuerpo y alma cuando hace trece años una gran empresa minera llamada Los Pelambres se instaló en el valle y levantó la presa de relaves más grande de América Latina.
El Mauro mide alrededor de 100 kilómetros cuadrados y está compuesto por un gran muro de contención de más de 1.700 millones de toneladas de desechos extraídos en los procesos mineros. Fue construido sobre un terreno que perteneció a un asentamiento de campesinos, entre los que se encontraba la familia de Cristián Flores. Cristián, su familia y todos los vecinos de la población de El Mauro tuvieron que vender sus animales y abandonar las tierras, que habían sido compradas por la minera.
*Continúe leyendo el reportaje de la periodista Isabel Sánchez Benito, publicado en Periodismo Humano, en el siguiente link.