Lado B
ROMINA
Jorge Méndez Núñez
Por Lado B @ladobemx
23 de agosto, 2013
Comparte

Jorge Méndez Núñez

epigrafeJorge

Corriendo sobre la banqueta, sin dejar de mirar el reloj, doy vistazos fugaces a los nombres de las calles que atravieso. No es posible que no pueda encontrar la estúpida dirección, no es que pasados cinco minutos de la hora pactada se acabe el mundo, pero la presión moral en mí me hace pensar que sí. Veo a un viejo setentón que camina pausada y distraídamente en dirección contraria.

-Disculpe señor, usted sabe dónde es la dirección Calle Carlo Rovelli, número trescientos cincuenta y seis, me dijeron que era pasando la Alain Connes.

-Rovelli trescientos cincuenta y seis…- suspiró el viejo- Yo viví ahí dieciocho años – me dijo mientras bajaba la mirada asintiendo la cabeza. Se quedó mirando la nada, la dirección le había hecho recordar algo, que a mí me impedía obtener la información solicitada. Pero fue tan extraña su nostalgia, porque no sonreía, ni se ponía triste, sólo estaba ahí sin expresión, tal vez recordando a su madre, tal vez recordando la casa donde vivió con su esposa.

No sé cómo funcionan los recuerdos a esa edad, una simple dirección le ha traído más de diez segundos de abstracción de la realidad que él y yo compartimos. Hay algo en sus ojos muy extraño, son muy redondos, y las arrugas que los enmarcan le dan un aire fantasmagórico-nostálgico, como cuando uno ve los ojos de los elefantes, tan llenos de sabiduría; uno sabe que tienen un conocimiento milenario, pero se niegan a dártelo, o tal vez no se nieguen sino que sólo te lo dicen de otra manera, un resoplido, una conexión mental a través de los recuerdos. Me imagino el pórtico colonial donde tu obsesiva puntualidad te ha colocado, tú, ahí, mirando los engranajes que amarras a tu mano izquierda funcionar de manera constante e inequívoca -para ti-. Te imagino de pie con tus labios rosas y tus ojos sin artificios, por eso me enamoré de ti, porque tu belleza nunca necesitó de auxiliares, mezclilla, playeras lisas de colores, que según tú vestías de acuerdo con tu humor. Nunca comprendí esa frase de ti hasta que me llevaste a ese bar donde me cerraste los ojos y le pediste a tus amigos músicos tocaran: Indigo mood seguida de Love me or leave me. Fue tan catártico ese instante. Hay momentos en la vida donde uno sencillamente se da cuenta que se ha enamorado, como aquel día que saliendo de misa, un gran amor mío me tomó de la mano por primera vez, y me condujo al zócalo para dar unas cuantas vueltas antes de regresarse a su casa. Estábamos justo en medio del zócalo cuando una lluvia bravucona cayó de súbito, recuerdo haberla abrazado, para protegerla de las gotas que caían de manera muy violenta mientras las demás personas corrían despavoridamente a refugiarse en los portales aledaños. Y nosotros nos quedamos ahí, bajo la fuerte lluvia, que más que lastimarnos, lo que hizo fue crearnos un momento de soledad, un momento íntimo en domingo a las doce del día en el zócalo de su ciudad. Fue un beso tan hermoso, tan cálido. No sé si nos hubiésemos podido quedar ahí por siempre -tal vez lo hicimos-, sólo sé que abrí los ojos y un vagabundo, a lo lejos, nos alzó su pulgar y aplaudió efusivamente, como si nosotros le hubiéramos dado una razón para seguir caminando. Es muy extraño que a ese andrajoso vago, yo le esté dirigiendo un aplauso, igual de efusivo, por la soberbia interpretación que ha llevado a cabo en la trompeta. Interrumpes mis manos con las tuyas y las pones sobre tu nuca, me besas. No es tan cálido, ni tan húmedo, pero es en este momento en el que sé, que quiero compartir mi vida contigo. Y de verdad a tu lado no hubo hastío en el amor. Regresaba a nuestra casa, te veía, me sonreías, te tomaba con tanto deseo, con tanta pasión; porque así era contigo, todo renacía y explotaba en un instante, como el jazz: un gesto mío, una insinuación tuya, un enfrentamiento de virtuosismos y el clímax armónico de nuestros cuerpos juntos. Siempre diferente, improvisado, sí.

En ese momento de mi recuerdo, un joven con la angustia dibujada en su cara, me interrumpió para preguntarme la hora, le respondí que dejé de usar reloj hace muchos años, él refunfuñó, dijo gracias señor con el poco aliento de quien ha corrido una distancia significativa. Me veo reflejado en la ventana de un coche estacionado, y comparo mis arrugas con la lozanía del interrogante, que se aleja rápidamente con la mochila en su espalda moviéndose de aquí para allá, arreándolo para que llegue temprano a la escuela, cómo odiaba correr con mochila cuando iba a la escuela, siempre llegaba tarde y me tocaba borrar el pizarrón.

JorgeRemediosEstudiante de letras, ha estado siempre envuelto en proyectos independientes que intentan dar otro enfoque a las problemáticas literarias locales, editando y escribiendo en fancines, revistas y blogs. Alguna vez fue primera mención en algún concurso latinoamericano de minificción, se ufana de nunca haber sido derrotado en una carrera de Super Mario Kart.

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion