Alejandro Badillo

Para muchos es difícil separar la experiencia personal del oficio literario. Esto se ve a menudo en los talleres de escritura. El novato no piensa en un posible interlocutor y sólo apunta a un mundo íntimo en el que todo está dicho y, sobre todo, justificado. Este problema me vino a la mente al leer 40 grados a la sombra de Enzia Verduchi, libro autobiográfico que, con breves viñetas, esboza la infancia y adolescencia de la autora en Campeche.

Universidad Iberoamericana. 1era edición, 2012.

Los recuerdos, es cierto, tienen un matiz de nostalgia y evocativo, sin embargo, la escritura no cae en el melodrama y, con buena escritura, que echa mano de un humor sutil, contagia al lector las andanzas en el puerto, un lugar en el que se vive según los designios del calor, la humedad y la molicie del mar.

El norte ha acaparado buena parte de las crónicas y de los temas literarios. 40 grados a la sombra rinde un homenaje a un estado silencioso, del que no se habla mucho. Enzia Verduchi afronta la escritura autobiográfica y tiende vínculos con el lector con distintas vertientes: la migración de su padre desde Italia y el mosaico cultural campechano en el que conviven mestizos, mayas e, incluso, libaneses. Otro aspecto interesante es el aprendizaje en una ciudad alejada de casi todo, en la que los diarios llegaban a cuentagotas y la actividad se concentraba en algún partido de beisbol y los estrenos en el cine.

Estos elementos están rodeados por la vida cotidiana, crecer para descubrir de otra forma a los seres queridos, la lectura de los cómics de Kalimán o una comilona para sacar los gastos de la casa. Los episodios de 40 grados a la sombra parten de lo mínimo pero abarcan una gran diversidad de emociones y matices, factores indispensables de la literatura.

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