Lado B
Javier Martínez Arellano: pintor de tiempo completo
"Tenía 16 años cuando me creí muy en serio que me dedicaría a la pintura"
Por Lado B @ladobemx
10 de agosto, 2012
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  • Tenía 16 años cuando me creí muy en serio que me iba a dedicar a la pintura porque recibí mi primer pago a esa edad
  • La pintura es un medio para que plasmes tus ideas, tus emociones, y creo que representan mis grandes emociones de haber salido de un pueblo y estar aquí logrando algunas cosas

Foto: Quetzal.

Xavier Rosas

@wachangel

La mirada de aquel artista parece perderse en la pintura que se halla en su estudio: el arribo a la calle principal de Pahuatlán y las casonas de barro con balcones de las que sobresale la herrería, que luce sus mejores enredos, contrastan con una tierra amarillenta y con algunos tonos rojizos que dejan ver a transeúntes que visten trajes típicos de la Sierra Norte:  “tenía 16 años cuando me creí muy en serio que me iba a dedicar a la pintura porque recibí mi primer pago a esa edad”, relata Javier Martínez Arellano al tomar el pincel y ponerse a trabajar en aquella obra.

A las afueras de la galería una pequeña banca de madera distingue que se trata de un lugar diferente a las tiendas de ropa árabe que se hallan a sus costados. Al interior se pueden observar cuadros que van desde paisajes hasta retratos en blanco y negro y a color.

El estudio se halla en un segundo piso de la calle Morelos en San Andrés Cholula una de las arterias principales de la ciudad: “mi papá no estaba muy de acuerdo en que fuera yo pintor, y creo que hasta ahora no lo ha aceptado (…) Propiamente me decía que iba a perder el tiempo, porque es del todo sabido que la carrera del pintor no es muy lucrativa”, comenta al momento de abandonar sus utensilios y centrarse en las preguntas del reportero que interrumpe sus labores cotidianas, no sin antes advertir, tras una sonrisa, que le resulta “más fácil pintar que platicar”.

Son pocos los momentos en los que pierde de vista aquel cuadro que se halla al centro de la habitación – de escasos 6 metros cuadrados y plagada de pinturas en todas sus paredes- para voltear a mirar a su ‘interrogador’. Parece que la obra no deja de llamarle para que continúe laborando en ella.

Foto: Cortesía.

Dos retratos de mujeres desnudas contrastan con el de una menor de edad de cabello dorado y vestido azul que se encuentra en el muro de las escaleras,  pareciera que serán aquellas féminas retratadas las ‘chaperonas’ de la entrevista: “empecé como retratista a lápiz, y ahora lo hago con técnicas diferentes como el óleo, acuarela, acrílico; pero me inicié como retratista”.

Pahuatlán continúa al centro de la habitación. El mercado al óleo hace creer que los olores y sonidos de aquella escena cobrarán vida de un momento a otro. Parece escucharse por momentos el sonido de los vendedores, los pasos de las indígenas que cargan en su rebozo a sus hijos, aquella escena que el ‘paisajista urbano’ ha plasmado; sin embargo se trata de los transeúntes que pasan a las afueras del estudio, a paso rápido por la lluvia de aquella tarde: “me dedico al paisaje porque efectivamente somos de la Sierra Negra de Puebla, por rumbo a Ahuaxcatlán. Yo creo que nos inclinamos por el paisaje, sobre todo el paisaje urbano, el que representa nuestras costumbres, nuestras raíces, la manera de vestir, ya que esa manera de vestir se va plasmar para la posteridad”.

El pincel regresa a su mano derecha y comienza a moverlo mientras recuerda cómo descubrió que quería ser pintor. Por momentos asemeja a un director de orquesta que indica a los colores en qué momento deben plasmarse sobre el lienzo: “lo presentía desde muy niño, yo realmente pintaba en todos lados. De donde somos nosotros hay barro, y el mismo barro lo modelaba, dibujaba donde podía, sin ninguna técnica desde luego, pero los maestros que me veían pintar, cuando supieron que venía a Puebla, me dijeron que me metiera a una escuela de arte , que a lo mejor era lo que iba a hacer toda  mi vida. No les tomé muy en serio el consejo que me dieron y pasaron 16 años para que lo tomara en serio”.

Marlene comienza a disparar una tanda de flashes de su cámara, mientras el sonido del obturador recuerda al reportero que no se encuentra en el mercado que los domingos se pone en la plaza central de Pahuatlán. Para esos momentos el pincel parece haberse unido al cuerpo del artista, ya no lo abandonará mientras recuerda las peculiaridades que guarda su oficio: “desde los diez años vine para Puebla, pero estaba estudiando, aunque en realidad todo el tiempo me la pasaba dibujando en vez de estudiar. Les caía muy mal a los maestros por lo mismo, ya que en lugar de estar en algo de matemáticas, siempre estaba dibujando”.

Foto Quetzal

Hace una pausa y llena con thinner un pequeño recipiente parecido a un cenicero. Su paleta de colores guarda una plasta naranja que, seguramente, utilizó para dibujar las flores de cempasúchil del mercado de aquella pintura. El ocre acompaña también la paleta, tono que seguramente utilizará para difuminar algunos detalles del cuadro más adelante: “tenía que perder el miedo para enfrentarme a la gente y hacer retratos. Incluso en la calle trabajamos en varios lugares, como retratistas en vivo. Hicimos muchos retratos y eso fue lo que me ayudó para aprender, para tener más habilidad y así fue como empezamos. Llevo ya mucho tiempo en esto y no creo haber errado en mi profesión.”

El celular del reportero que sirvió como grabadora para la entrevista vibró -un mensaje de texto de la jefa de información-. Por momentos aquel reportero pensó que la grabación se perdería por lo ‘quisquillosa” que resulta la tecnología de un celular con más de tres años de vida; sin embargo, el cronómetro de grabación continuó su andar para alivio del ‘interrogador’. Mientras tanto, el paisajista continuó con aquel concierto comandado por el pincel: “lo que he aprendido en este tiempo es que hay que ser buen pintor pero también buen vendedor. Muchos, yo digo, se han arrepentido de la carrera que han tomado, porque debemos tener una habilidad para vender, debemos buscar, tocar puertas, subir y bajar, porque muchas veces la gente no te va a buscar a tus lugares de trabajo. Hay mucha gente que trabaja muy bien, son buenos pintores, pero nadie los conoce por lo mismo que no salen”.

Foto: Cortesía.

“Desde muy chico hice muchas exposiciones, individuales, colectivas; tuve la suerte de que me llamaron a Estados Unidos para hacer unos murales, pero no había muchos pintores que me acompañaran. Tuve la suerte de ir a Nueva Jersey a hacerlo. Como que sabía que estaba bien lo que había elegido porque a esa edad –a los 23 años- quién iba a pensar que fuera a Estados Unidos a hacer murales, era muy difícil”, recuerda Javier Martínez mientras sumerge su pincel en el thinner, para después limpiarlo con un trapo lleno de colores.

La falda de una indígena es acariciada por la herramienta de cerda suave del artista, mientras la cámara de Marlene no deja de trabajar para lograr la ‘mejor toma’; ella se desplaza de un lugar a otro en el estudio para captar a Javier Martínez que continúa su labor: “le hice un cuadro al hijo de Carlos Slim, le hice una pintura del Sanborns de México, de la Casa de los Azulejos, de buen tamaño. De ahí salió una exposición que ellos patrocinaron en su galería. En España hemos tenido exposiciones, también en Estados Unidos. He salido a pocos países, pero viene gente del mundo a comprar los cuadros”.

El paisajista oriundo de Santa María Coyomeapan, Puebla, vuelve a hacer una pausa tras el retoque de aquella indígena que viste un rebozo morado con un conjunto en tonos lila, para contar la anécdota de una de sus pinturas más significativas: “fue un cuadro que se llamó ‘Amigos’, de un viejito en el umbral de una puerta. Ese cuadro yo le llamaba ‘mi llave mágica’ porque con él entré a muchos lados. Sucede que un coleccionista me lo quería comprar, pero no lo podía vender porque era mi llave mágica. Una ocasión llegó el hijo de este señor y me dijo que su papá acababa de morir y que se había llevado la idea de comprar el cuadro. Recuerdo que me dijo -no viene él pero vengo yo, y me lo vas a vender porque me lo vas a vender-, y bueno, finalmente acepté. Así fue como vendí mi ‘llave mágica’. Hay cuadros que uno hace y quisiera que no hubiera alguien que los comprara para tenerlos mucho tiempo, pero a la vez estás pensando que alguien los compre porque de eso vivimos, con eso mantenemos a la familia, pagamos gastos y demás”.

Foto Quetzal

Los colores del cuadro de Pahuatlán parecen estar más encendidos luego del retoque del artista, y su mirada, que parece perderse en los recuerdos que seguramente tiene de aquel pueblo, se mantiene en el mercado, las flores, el farol que está encendido probablemente porque la gente del municipio no apagó el interruptor, y los hombres y mujeres plasmados sobre el lienzo. Aquel paisajista de 56 años de edad voltea a mirar por última vez al reportero que se dedico aquella tarde de agosto a interrumpir su trabajo para decirle: “yo creo que soy pintor de tiempo completo. La pintura es un medio para que plasmes tus ideas, tus emociones, y creo que representan mis grandes emociones de haber salido de un pueblo y estar aquí logrando algunas cosas. Los colores no te dicen nada en la paleta, pero un cuadro te explica muchas cosas, te hace vivir muchas cosas: qué hacen, si están platicando, si quieren comprar algo, qué están haciendo. Los cuadros te dicen muchas cosas”.

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Autor Lado B
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