Resulta que me lancé de viaje a los United…, el primer mundo se abría a mis pies. Iba con la guardia abierta para recibir cualquier tipo de información y de experiencia. En ese “inter” conocí a Irene.
Así es, estaba en Washignton D.C., había ido a ver la Casa Blanca, el Capitolio y el Obelisco. Día soleado, chicos con torsos desnudos corriendo por doquier, chicas con buenas proporciones a las que mi “cuate el Mau” no podía dejar de ver: un paisaje extraordinario. De pronto, nos dieron las nueve de la noche y a beber como buen irlandés. Era un 26 de agosto, y ya con unas copas encima, Mau, Arlen y yo llegamos a un “fancy appartment”.
Lo primero que hicimos como cualquier turista fue encender el TVO para ver cómo iba a estar el clima en la ciudad de Nueva York, pues era la siguiente parada, y nos impresionamos al ver “Si usted está pensando en viajar a la Ciudad de Nueva York el día de mañana o el domingo, le rogamos: NO LO HAGA, el huracán Irene está en camino y con un nivel 3 igual que el de Katrina.”
Los tres nos quedamos atónitos, parecía que las vacaciones iban a terminar en Washington, si no hubiese sido porque no podíamos quedarnos más tiempo ahí. Debíamos tomar una decisión: ir a la ciudad de Nueva York o regresar a Troy. De cualquier manera enfrentarnos con Irene era inevitable.
Decidimos manejar por siete horas hasta el pueblo de Troy. Al principio sólo había unas cuantas nubes pluviales poco amenazantes. Yo sentada del lado del copitoloto, “el Mau” manejando y Arlen dormida en el asiento de atrás. Los tres en camino al Apocalipsis, ya que de cualquier manera nos acercábamos a la costa este de cara al Atlántico, pero con la esperanza que Irene llegaría hasta el día siguiente.
Aquellas horas de viaje fueron las peores de mi vida: lluvia, accidentes automovilísticos, Arlen durmiendo en la parte trasera del auto y yo aterrada pensando que mis días terminarían lejos de mi patria, en el país donde los latinos somos mayoría, pero seguimos siendo relegados por un sistema jurídico al que no pertenecemos.
Después de seis horas y media, y con el cielo “cayéndole” al Civic placas FLY786, Arlen despertó para decir: “No traemos gasolina”. En efecto, habíamos olvidado pasar a cargar combustible, debido a la concentración de mantener el auto alineado, ya que el aire y la intensa lluvia provocaban el intermitente patinar del Civic. Estabamos ahí, en medio de la nada, los caminos completamente desolados ya que la gente se había resguardo como lo indicaban los noticieros; la oscuridad abundaba, era como estar en medio de una película de Wes Craven: tan cerca de Troy y al mismo tiempo tan lejos.
Yo no dije nada, en realidad nadie dijo una palabra, sabíamos que corríamos riesgo de quedarnos varados; aunque todo el tiempo no dejé de pensar que el ojo del huracán nos alcanzaría y terminaríamos volando junto con vacas y casas como en la película “Tornado”.
Sin embargo, una de las grandes gasolineras monopólicas de Nueva York denominada Sunoco (el Pemex gringo) nos guiñó un ojo y con el último respirar del Civic logramos recargar combustible. Ahora sí, lo único que nos quedó fue encerrarnos en casa “del Mau” y esperar que Irene tocara la costa neoyorkina. Durante el resto de la noche, el aire y la lluvia fueron los ruidos que arrullaron el sueño.
A la tres de la tarde que abrí los ojos del día siguiente, encendí los noticieros, parecía que Irene no había hecho de las suyas. Como siempre los norteamericanos habían salido avante de un desastre natural; el locutor indicaba que iban a empezar a reabrirse las rutas a la ciudad de Nueva York, todo parecía tan tranquilo pero, otra vez, eso sería solamente una estratégica mediática para no alterar a la población así que, al día siguiente Arlen y yo decidimos ir a la Gran Manzana.
Al llegar a la estación de camiones de Albany descubriríamos en carne propia el verdadero caos generado. Todas las corridas fueron suspendidas por las variadas inundaciones, sobre todo en Nueva Jersey donde, a pesar que habían logrado contener al pueblo, no habían evitado que el río subiera, así como la caída de árboles y las inundaciones de varias calles, entre ellas las conexiones hacia la ciudad de Nueva York.
Tuvimos que regresar a casa “del Mau” nuevamente, estábamos varadas en el pueblo de Troy, pero así como nosotras, miles de personas que no podían salir de Nueva York y miles de personas que no podían entrar a la ciudad. En números: 7 mil vuelos detenidos, corridas de camiones detenidas, dinero que no entra ni sale, el total de la pérdida de acuerdo a CNN 3 billones de dólares y 14 muertos. Catorce muertos que resultaron escandalosos, aunque no superan en número a cualquier narcofosa encontrada al norte de México.
En fin, tres días después de lo planeado iría a Nueva York con Arlen, la chica que acostumbra a dormir en el asiento trasero, con la esperanza de concluir unas grandes e inolvidables vacaciones.
EL PEPO