Lado B
Migrantes, víctimas del crimen en la frontera
Por La Verdad de Juárez @
21 de julio, 2021
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Gabriela Minjares y Blanca Carmona*

En Ciudad Juárez, ocho de cada 10 migrantes han padecido algún abuso, violación a sus derechos o una acción criminal. Sin embargo, se estima que cuando mucho uno de cada 100 personas en tránsito que ha sido víctima de un delito ha presentado una denuncia formal porque tienen miedo y desconfianza.

“No solo llegan con los pies dañados por tanto caminar, desnutridos, deshidratados o enfermos, llegan emocional y psicológicamente rotos porque cuando piensan que están a punto de lograr su objetivo, que es cruzar a Estados Unidos, los violentan hasta dejarlos sin pertenencias y en algunos casos hasta sin ánimo para continuar”, dice un directivo de un albergue. 

Sin embargo, consideran que cuando mucho uno de cada 100 migrantes que ha sido víctima de un delito ha presentado una denuncia de manera formal ante la autoridad correspondiente porque tienen miedo y desconfianza.

“De acuerdo con la experiencia, de cada 10 personas que hemos tenido en el albergue ocho traen situaciones muy parecidas no solo porque han sido víctimas de violencia en sus países y en el trayecto han padecido todo tipo de ultrajes, sino porque al llegar a la frontera los secuestran y los roban los mismos ‘polleros’, personas del crimen organizado o los mismos policías”, asegura el directivo de un albergue que pidió mantener bajo reserva su nombre y el del refugio por protección de los mismos migrantes.

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La Fiscalía de Chihuahua en la Zona Norte reporta que del 1 de enero de 2020 al 11 de mayo de 2021 tiene registradas a 443 personas de origen extranjero que fueron víctimas de un delito durante su estancia en esta región fronteriza. 

De acuerdo con la información proporcionada por la autoridad encargada de procurar justicia, en 2020 registraron a 313 extranjeros víctimas de un delito y del 1 de enero al 11 de mayo de 2021 sumaron 130. Los delitos de los que fueron víctimas los extranjeros van desde el robo y amenazas, hasta secuestro y homicidio.

“No solo llegan con los pies dañados por tanto caminar, desnutridos, deshidratados o enfermos, llegan emocional y psicológicamente rotos porque cuando piensan que están a punto de lograr su objetivo, que es cruzar a Estados Unidos, los violentan hasta dejarlos sin pertenencias y en algunos casos hasta sin ánimo para continuar”, dice el directivo del albergue. 

Expone que han detectado varios casos de mujeres, hombres y familias completas que han sido secuestradas durante días o semanas desde que llegaron a la ciudad, porque en muchos de los casos los mismos traficantes los retienen con engaños mientras extorsionan a sus familiares que se encuentran en Estados Unidos o los entregan a grupos criminales con el mismo fin.

En otros casos, cuenta, los que llegan a la ciudad por el aeropuerto o la central de autobuses son abordados por los mismos policías que se encuentran en estas instalaciones o en el exterior, quienes también los retienen para despojarlos de sus pertenencias, extorsionarlos y secuestrarlos.

“Por eso muy pocos se atreven a denunciar, porque tienen miedo que los criminales los reconozcan, que sepan dónde están y puedan tener represalias, prefieren callar y evitan salir”, comenta.

En los casos en los que los migrantes que han sido víctimas de delitos y han decidido interponer la denuncia, tampoco han tenido éxito, porque solo “los traen a vuelta y vuelta” sin que nada les resuelvan.

El integrante de la red de albergues para migrantes que opera en la ciudad bajo la coordinación del Consejo Estatal de Población (Coespo) afirma que los abusos y delitos narrados por los extranjeros no son ajenos para las autoridades. En varias reuniones representantes de las organizaciones de derechos humanos con las que trabajan han expuesto los casos y nada ha pasado.

Esta inacción y desprotección de las autoridades mexicanas hacia los migrantes durante su estancia o paso por el país ha sido señalada también por organizaciones internacionales que han documentado las situaciones de alto riesgo a las que están expuestos y los han hecho vulnerables a delitos graves como el asesinato, secuestro y desaparición.

Prueba de ello es el informe de investigación denominado “En la boca del lobo. Contexto de riesgo y violaciones a derechos humanos de personas sujetas al Programa Quédate en México”, elaborado por las organizaciones Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJEDD); Asylum Access México; el Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI); y la Oficina en Washington para América Latina (WOLA, por sus siglas en inglés).

En la investigación exhiben que los solicitantes de asilo enfrentan abusos no solo por parte de autoridades, también por bandas de delincuencia organizada, debido a que son enviados a ciudades fronterizas que el gobierno estadounidense recomienda a su ciudadanía evitar porque son de “alto riesgo”.

En un periodo que va de 2019 a mayo de 2020, las organizaciones documentaron mil 114 casos de secuestro, violación sexual, secuestros, extorsión, tortura y asesinato de personas sujetas al Programa Quédate en México que se encontraban en distintas ciudades fronterizas del país, entre ellas Ciudad Juárez; así como 256 casos de niños y niñas que fueron víctimas de secuestro e intento de secuestro.

“El gobierno mexicano, muy a pesar de conocer esta realidad, está lejos de garantizar el ejercicio efectivo de los derechos humanos y el cumplimiento de sus obligaciones acorde a la ley nacional y la normativa internacional”, dice la investigación.

Consultada sobre el tema, Irma Villanueva Nájera, titular de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de Chihuahua, asegura que entre el año 2020 y 2021 han atendido aproximadamente a 80 personas extranjeras en situación de emigración y víctimas de algún delito de varias nacionalidades: Cuba, Honduras, Colombia, Guatemala, Costa Rica, Ecuador, El Salvador.

Dice que el primer contacto con ellos se registra principalmente por agentes de la Fiscalía General y la Fiscalía de la Mujer, quienes les canalizan a las personas migrantes y les piden su acompañamiento cuando son rescatadas de algún hecho delictivo o cuando acuden a denunciar. 

La encargada de atención a víctimas explica que los migrantes enfrentan hasta una triple vulnerabilidad: la primera, cuando salen huyendo de su país por la violencia, ya trae un estado de victimización; la segunda, cuando viven la inseguridad durante su trayecto; y la tercera, cuando son víctimas de otros delitos en esta frontera. 

“La atención que se da, muchas veces, es la contención psicológica o la intervención en crisis… y ayuda humanitaria”, comenta. “Posteriormente hay una asesoría jurídica, los defensores jurídicos les brindan información, acompañamiento, en algunos casos somos representantes legales ante las instancias jurídicas, ante el Instituto Nacional de Migración o ante otras instancias que se requieren”.

En contraste, los migrantes exponen que las autoridades tienden a negar o minimizar sus casos. No pasa de que escuchen y digan que van a actuar, sostiene el directivo del albergue.

De acuerdo con los testimonios narrados por los propios migrantes en el albergue que dirige y por otros directivos que forman parte de la red de apoyo, las víctimas han señalado no solo a los ‘polleros’ y grupos criminales de los delitos cometidos en su contra, sino a policías de todas las corporaciones, incluyendo a personal dedicado a protegerlos que presuntamente trabaja en el Instituto Nacional de Migración (INM).

“Ahora si que no podemos apartar a nadie, la corrupción está extendida en todos los niveles de las autoridades”, dice el director del refugio, “realmente llega un momento en el que decimos que ahora si no sabemos de quién cuidarnos”.

La policía nos vendió con la mafia

Diseño: Regina García

Los traficantes de migrantes los engañaron, les hicieron creer que estaban en El Paso, Texas cuando en realidad seguían en Ciudad Juárez. Nunca cruzaron el río Bravo

Gabriela Minjares*

Ciudad Juárez- Después de la travesía de poco más de tres mil kilómetros que María realizó por carretera para llegar a esta frontera con el objetivo de cruzar a Estados Unidos, un comando de presuntos policías de Ciudad Juárez frustró su trayecto.

La mujer de 28 años originaria de Guatemala asegura que agentes de una corporación de seguridad pública la entregaron a un grupo del crimen organizado que la mantuvo secuestrada junto con su hija de un año y otros 65 migrantes durante unos 40 días.

“La policía nos fue a vender con la mafia”, afirma María, originaria de La Libertad, Petén, Guatemala, a quien se le cambia el nombre por seguridad.

Narra que el 3 de enero de este año salió de su casa acompañada con la menor de sus tres hijos para viajar a Ciudad Juárez y cruzar la frontera con la intención de ir a Florida, donde su hermana migró hace dos años.

“Llegué aquí cinco días después y los que me iban a cruzar me llevaron a una bodega para esperar mi turno, había como unas 65 personas. Estuve ahí varios días hasta que un lunes en la noche llegó la policía y nos llevó a todos para entregarnos a la mafia”, dice.

María y su hija / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

Con certeza sostiene que fueron policías los que irrumpieron esa noche en la bodega, porque cuando el encargado del lugar se dio cuenta de su llegada les advirtió a todos que eran agentes, que no lo fueran a denunciar, pero tenían otros fines y lo golpearon hasta inmovilizarlo.

Sin embargo, comenta que desconoce de qué corporación eran los presuntos policías. Solo describe que el grupo lo conformaban cinco hombres y una mujer que llevaban la cara cubierta con pasamontañas y viajaban en varios automóviles que presume eran particulares porque no tenían ninguna insignia.

“Iban uniformados de policía, no eran militares, traían un uniforme como verde deslavado, tenían armas y nos decían que si salíamos corriendo nos iban a tirar, nadie lo hizo. Nos fueron subiendo a varios carros y nos llevaron a una casona que estaba toda cerrada, no mirábamos ni las clavijas, ahí nos dejaron con la mafia”, recuerda.

Cuenta que el encargado de la casa les dijo que los ayudarían a cruzar a Estados Unidos y cuando estuvieran en El Paso, Texas deberían llamar a sus familiares para que les depositaran dinero y les pudieran pagar.

“A pesar de todo pensamos que era cierto, que nos iban a cruzar al otro lado, y dijimos que sí, que llamaríamos a nuestras familias para pagarles”, agrega.

Menciona que entre los migrantes recluidos en la casona, de la que ni siquiera tiene una idea de su ubicación, se encontraban personas procedentes de El Salvador, Ecuador, Honduras y Guatemala.

Después de varios días de espera, añade, sus captores los sacaron porque al final los cruzarían a Estados Unidos.

“Una noche nos sacaron y nos hicieron correr primero por un riito y después por una calle. Nos dijeron que ya estábamos del otro lado, que pronto llegarían por nosotros en una camioneta para llevarnos a un lugar seguro mientras recibíamos el dinero que les teníamos que pagar y entonces sí nos llevarían a Dallas”, dice.

“Pronto llegó la camioneta, nos subimos rápido y nos taparon la cabeza con las chamarras, nos llevaron a otra casona donde no se veía nada y ahí nos tuvieron encerrados otros días”, agrega.

Con el tiempo se dieron cuenta que sus captores los engañaron. Que les hicieron creer que estaban en El Paso, Texas cuando en realidad seguían en Ciudad Juárez. Que nunca cruzaron el río Bravo, sino un charco. Y que los tuvieron secuestrados, porque mientras se encontraban recluidos usaban sus celulares para llamar a sus familiares y pedirles rescate a cambio de su libertad.

“Nos engañaron, nunca nos sacaron de Ciudad Juárez. Le pidieron dinero a nuestras familias, cinco mil dólares por cada persona. En mi caso pagaron 10 mil, cinco mil por mí y cinco mil por mi hija”, refiere.

Explica que mientras los tenían en la supuesta casa de El Paso, les pidieron el número de teléfono del familiar que pagaría por su cruce, ya que ellos mismos se encargarían de llamarles para darles las instrucciones del depósito.

María comenta que les dio el número de su mamá, quien se encontraba en Guatemala a cargo de sus otros dos hijos de 9 y 8 años, pero como ella no tenía dinero les dio el número de su hermana que se encontraba en Florida.

“Ahí nos tuvieron hasta que llegó el dinero de todos. Aunque a los 10 días nos empezamos a desesperar y preguntar por qué no nos sacaban si a algunos nos dijeron que nuestras familias ya habían pagado, pero no nos hacían caso, se ponían a fumar marihuana y oír música”, asegura.

Explica que la desesperación entre los migrantes aumentó y los reclamos subieron de tono, por lo que sus captores también tomaban medidas más drásticas en su contra, les gritaban y los castigaban dejándolos sin comer y hasta sin permiso para ir la baño.

“La niña se me enfermó porque no comía, no nos daban ni un pan y ella no tomaba su lechita porque ya no mandaban comprar la leche y mucho menos los pañales, así que tenía que romper unos trapos o algo para ponerle”, cuenta entre lágrimas mientras sostiene a su hija que aún se encuentra convaleciente.

Migrantes desalojados de una casa en Ciudad Juárez donde esperaban para cruzar / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

Con dificultad para hablar por el llanto, narra que los últimos cinco días en cautiverio fueron los peores, porque sus captores comían frente a ellos y su hija les pedía que le compartieran algo, pero la ignoraban.

“Me daba tanta lástima porque comían pizza o pollo y la niña les pedía, pero no le daban, no le hacían caso, lloraba y no le daban nada, no se conmovían”, cuenta.

Cuando ya habían pasado unos 40 días encerrados, sus captores, a los que describe como hombres jóvenes con tatuajes, se enojaron por los crecientes reclamos y les dijeron que por la noche los empezarían a sacar para trasladarlos a su destino.

“Nos dijeron que nos iban a llevar a Dallas, porque se supone ya nos tenían en El Paso, así que primero sacaron a 20, luego a otros 20 y después a los otros 20. Al final me sacaron junto con otros dos muchachos y nos fueron a tirar cerca de una iglesia, tal vez porque traía a la niña nos dejaron ahí y no el monte o en despoblado”, considera.

Al pedir ayuda en el templo se dieron cuenta que los habían mantenido engañados, que seguían en Ciudad Juárez y no en Estados Unidos como les hicieron creer.

Esa noche, relata, el pastor de la iglesia donde pidieron ayuda los llevó a su casa y les dio de cenar porque ya tenían varios días sin comer, los dejó dormir y al siguiente día los trasladó a un albergue para migrantes.

Esa noche, relata, el pastor de la iglesia donde pidieron ayuda los llevó a su casa y les dio de cenar porque ya tenían varios días sin comer, los dejó dormir y al siguiente día los trasladó a un albergue para migrantes.

Agrega que en el refugio al que los llevaron los pusieron a disposición de las autoridades de migración, las que no logra identificar, y que de ahí los canalizaron a otro albergue que sus directivos piden ni siquiera mencionar por seguridad.

“En total nos tuvieron como 40 días encerrados, al principio creíamos que sí nos iban a llevar para allá (a su destino), no imaginamos que fueran tan así porque cuando nos poníamos a orar hasta uno de ellos se ponía a hacerlo con nosotros, pero después fuimos perdiendo las esperanzas”, dice.

Añade que al salir del encierro se comunicó con su mamá, quien le comentó que sabía que estaba secuestrada por la llamada que le hicieron para pedirle el dinero y porque después, cuando ella le marcaba a su celular, ya no le contestaban.

María, quien decidió migrar a Estados Unidos para buscar empleo luego de que su esposo la abandonó con sus tres hijos, dice que hizo el viaje solo con la menor porque nomás consiguió un préstamo de 120 mil quetzales (unos 300 mil pesos mexicanos) para pagar el traslado desde Guatemala hasta Florida.

Cuenta que el viaje lo hizo con apoyo de “guías” (traficantes de migrantes), a los que contrató en su ciudad natal. De Petén a Huehuetenango, Guatemala la trasladaron en camión y continuó en automóvil a Gracias de Dios, frontera con Chiapas, por donde se internó a México y desde ahí a Ciudad Juárez, recorrido que hizo por carretera en camionetas que cambiaron en varias ciudades.

Afligida porque al momento de la entrevista (realizada a mediados de marzo), su hija aún padecía las secuelas por la falta de alimento durante los días de cautiverio, María revela que al quedar en libertad de inmediato buscó cruzar a Estados Unidos.

Menciona que fue a uno de los puentes para entregarse a las autoridades migratorias de Estados Unidos, pero los agentes le recomendaron regresar a México y esperar, porque de lo contrario podría ser deportada a su país.

“Me regresé al albergue muy triste porque no sé cuánto voy a estar aquí, pero me voy a esperar, con todo lo que he sufrido ya no me devuelvo a Guatemala, me quedaré el tiempo que sea necesario hasta saber si puedo llegar con mi hermana allá arriba (en Florida)”, confiesa.

En el albergue reportan que después de algunas semanas María logró cruzar a Estados Unidos junto con su hija, quien se recuperó con apoyo médico.

Del secuestro que sufrieron en Ciudad Juárez mientras esperaban cruzar la frontera no quedó ningún registro oficial. La migrante guatemalteca declinó presentar la denuncia ante las autoridades por miedo y desconfianza, ya que siempre afirmó que fueron policías los que las entregaron a los criminales que las mantuvieron en cautiverio. Prefirió irse antes que buscar justicia.

Un infierno de 37 días entre dos grupos de traficantes

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Diseño: Regina García

En septiembre del 2020, una pareja con sus dos hijas salió de Honduras con el anhelo de pedir asilo político en Estados Unidos; al llegar a Juárez vivieron el secuestro

Blanca Carmona

Ciudad Juárez –Durante unos días, Lesby y su esposo Félix creyeron que ya habían cruzado la frontera, que por fin, después de una larga travesía desde Honduras, estaban en El Paso, Texas. 

Todo fue un engaño. Por separado, el hombre y la mujer relataron ante autoridades de la Fiscalía de Chihuahua de qué forma integrantes de una red de tráfico de migrantes los privaron de su libertad y extorsionaron con miles de dólares a sus parientes, con amenazas de que serían asesinados. Por protocolo de seguridad su identidad quedó reservada.

Esta es la historia de lo que Lesby y Félix, junto a sus hijas, de uno y cinco años, vivieron en Ciudad Juárez durante los días que estuvieron en manos de un grupo de ‘polleros’, como son llamados los traficantes de personas.

“Nos encontrábamos en Honduras, de donde somos originarios, y decidimos venirnos a México, específicamente a Ciudad Juárez, con el fin de cruzar la frontera a Estados Unidos y solicitar un asilo migratorio, por lo que llegamos a esta ciudad el día 18 de septiembre (de 2020) e inmediatamente nos dirigimos a El Paso, Texas, y al llegar allá nos rechazaron”, narró Lesby ante autoridades de la Unidad de Atención al Delito de Secuestro.

“Nos dirigimos a cruzar la frontera por el río, estando en terreno americano nos vio una patrulla, la cual nos llevó a inmigración… nos rechazaron”, relató Félix. 

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Migrantes desalojados de una casa en Ciudad Juárez donde esperaban para cruzar / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

Desde Los Ángeles, California, sus familiares contactaron a un grupo de “polleros”, quienes por cinco mil 800 dólares se comprometieron a internarlos a Estados Unidos, de acuerdo con el testimonio de la pareja que fue presentado por la autoridad ante un Tribunal de Control con sede en Ciudad Juárez.

En septiembre del 2020, la familia salió de su natal Honduras con el anhelo de pedir asilo político en el país del norte. A esta frontera llegaron el día 18 de ese mes y sin dudarlo se dirigieron a un cruce a través del río Bravo, pero su petición de asilo fue rechazada y de forma inmediata fueron regresados a México.

Al verse en situación de calle, Lesby se comunicó con su padre, quien radica en Houston, Texas. Él pudo encontrar a una persona conocida que vive en Juárez y este los hospedó durante diez días en su hogar.

Durante ese tiempo, la familia de Lesby pudo encontrar, de manera remota, al grupo de traficantes que supuestamente los ayudaría a cruzar de forma ilegal la frontera para llegar a territorio estadounidense. 

Los traficantes llevaron a Lesby, Félix y las dos niñas a una bodega cuya ubicación aún se desconoce, pero donde la familia hondureña pudo ver decenas de camas y muchas personas originarias de varios países de Latinoamérica que también tenían el sueño de llegar a Estados Unidos, se desprende de su testimonio ante las autoridades.

“Intentamos cruzar, pero nos querían saltar por el muro y por las condiciones de mi familia no se podía y solo cruzaban a otras personas”, declaró Lesby ante la autoridad judicial el 6 de noviembre después de haber permanecido secuestrada junto con su familia a manos de este grupo de “polleros”. 

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Rastros de la presencia de migrantes en una casa utilizada por traficantes / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

La mañana del 2 de noviembre del 2020, ante la negativa de Lesby y de Félix de internarse a Estados Unidos arrojándose por encima de la valla metálica, que tiene una altura de unos 10 metros, los “polleros” decidieron entregarlos a un segundo grupo de traficantes.

En la madrugada del 3 de noviembre sucedió el primer contacto con los nuevos “coyotes”, como también se les llama a los que trafican con migrantes. Estos los subieron a un vehículo cuyo conductor manejó unos 40 minutos, hasta un lugar despoblado y muy oscuro; ahí descendió quien se identificaba como el guía y la familia hondureña.

El hombre les ordenó entregar sus celulares a otra persona, supuestamente porque los drones podrían detectar la señal, así como sus carteras, relataron en su testimonio Lesby y Félix.

Con una de sus hijas en brazos, caminaron por un terreno lleno de escombro, varillas y espinas, dijeron. Pasaron a través de lo que consideraron eran túneles subterráneos, hasta topar con una malla que ya estaba cortada y que debieron atravesar para entrar a un canal que llevaba agua y que a ellos les llegaba a la altura de la cadera. 

Tras ese recorrido les hicieron creer que ya estaban en El Paso, Texas. 

“Salimos y nos dijo (el guía) que ya estábamos en El Paso, Texas. Seguimos caminando, fue un trayecto de casi una hora”, contó Lesby. Luego los recogió un hombre al que identificó como “el gordito”, en el mismo carro azul grisáceo que los había trasladado. 

“Nos llevaron al motel, al llegar a ese lugar nosotros observamos por la ventana y vimos el anuncio y se nos hizo extraño que era todo en español y empezamos a sospechar que no estábamos en Estados Unidos”, declaró Lesby unas horas después de que fue rescatada del secuestro en el que permaneció junto con su esposo y sus dos hijas.

A partir de ese momento los traficantes comenzaron a amenazar a Lesby y a Félix, así como a los familiares de ellos, quienes radican en Estados Unidos, a quienes les exigían la entrega de distintas cantidades de dinero para no matarlos.

El 4 de noviembre, los migrantes fueron metidos de nuevo a la cajuela de un vehículo para llevarlos a un segundo motel. Ahí, en un descuido del hombre que los vigilaba, Félix pudo hablar con uno de los empleados del lugar para preguntarle si estaban en El Paso, Texas. La respuesta negativa derrumbó al matrimonio.

Al ver a Lesby llorar y observar un inusual movimiento en la habitación, el personal del motel decidió llamar a la Policía. Agentes de Seguridad Pública se presentaron en el establecimiento y pudieron rescatar a la familia hondureña y detener a dos integrantes del grupo de “polleros”. 

El 6 de noviembre del 2020, una persona del lugar declaró ante el Ministerio Público que dos días antes había arrendado la habitación 117 a los ocupantes de un auto Versa y a partir de ese momento empezó a ver un inusual movimiento de autos en esa recamara y a por lo menos dos personas –dos hombres y una mujer–.

Además, esa persona relató que un día antes, al acercarse a avisar a los huéspedes que se había vencido la renta de la habitación, uno de ellos volvió a pagar seis horas más y minutos más tarde, a través de una ventana, un hombre le preguntó “en qué pueblo estábamos”. Él respondió que en Ciudad Juárez. 

Cuando esta persona trataba de abundar en su respuesta, a través de la ventana también vio a una mujer que con señas le pedía que se callara y escuchó el llanto de varios niños. 

La situación le pareció muy extraña por lo que se decidió dar aviso. Fue así como cuatro agentes municipales llegaron al motel, abrieron la cortina de la habitación señalada y pudieron detener a dos presuntos “polleros” y rescatar a la familia de migrantes.

Las personas detenidas, Víctor Iván T. B., y Eytzel Verónica C.G., fueron acusadas y vincunladas a proceso penal por el delito de secuestro agravado. 

Lesby, Félix y sus hijas sobreviven en algún lugar.

3 mil dólares por su libertad 

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Diseño: Regina García

Nicole y su madre huyeron de las amenazas en Honduras y se toparon con la violencia en la frontera

Verónica Martínez

Ciudad Juárez – En la pared, Nicole colgó un letrero con su nombre en letras rosas en medio de dos retratos que dibujó su mamá, Ruth, con la intención de decorar la habitación que fue su hogar en un albergue de Ciudad Juárez. Las dos migrantes hondureñas esperaron casi dos años para cruzar a Estados Unidos bajo el Protocolo de Protección a Migrantes (MPP, por sus siglas en inglés).

“Éramos de los primeros y seguimos aquí”, dijo Nicole, de 19 años, a finales de mayo. Unos días después, a mediados de junio, logró pasar la frontera.

En febrero pasado, su hermano de 11 años y su padre llegaron a Ciudad Juárez para sumarse a su caso de MPP. La familia huyó de Honduras y en tandas se trasladaron hasta esta comunidad colindante con El Paso, Texas.

Primero llegó la adolescente con su mamá. Los sucesos que las siguieron en su camino por México y estancia en Ciudad Juárez afectaron a Nicole fuertemente, aseguró Ruth, por lo que debe medicarse para tratar su ansiedad y depresión.

Huyeron de la violencia y se toparon con ella en la frontera

Nicole y su madre huyeron de Quimistán, municipio en el departamento de Santa Bárbara, donde Ruth trabajaba como maestra de química y biología. 

Un alumno de 17 años le exigió con amagos que le diera una buena nota. En su momento, Ruth no creyó en las amenazas y las ignoró. Para la hondureña de 47 años la situación se volvió seria cuando otras personas le contaron de los rumores.

“Él decía que con lo más preciado mío se iba a desquitar, que es mi hija”, narró Ruth, quien piensa que hacer este tipo de declaraciones en las calles de Honduras es muy diferente a hacerlas en el aula “donde nadie más podría ser testigo de la afinación con maras” del alumno. 

Fue entonces que Ruth tomó la decisión de salir de Honduras a mediados de julio del 2019. El esposo de Ruth y su hijo, ambos llamados Nicolás, fueron a vivir al pueblo de su suegra en Guatemala. Como conductor de tráileres, Nicolás tuvo la facilidad de trabajar en ese país y no volver a Honduras. 

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Ruth con su pasaporte en mano / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

Nicole dejó su vida en Quimistán, donde dice que era feliz con su familia. Los fines de semana salían a pasear en carretera, ella era parte de un grupo de danza en su escuela y solo le quedaba un año para terminar la preparatoria donde ya empezaba a cursar informática avanzada. 

Por México, las dos migrantes viajaron en diversos medios de transporte, pero la peor parte fue ir de Villa Hermosa a Puebla, dijo Ruth. Con cerca de otros 100 migrantes, las dos permanecieron amontonadas en el interior de un tráiler por más de 12 horas. Sobre ellas, más migrantes iban sentados en delgadas tablas de madera que con cada curva que tomaba la unidad rechinaban amenazando romperse.

La madre y su hija cruzaron a Estados Unidos por Ojinaga, Chihuahua, con el propósito de pedir asilo humanitario. Tras permanecer cuatro días en un centro de detención en San Antonio fueron transferidas a El Paso y expulsadas a Ciudad Juárez a principios de agosto del 2019. 

En la frontera les esperaban más dificultades y discriminación por ser migrantes, dijo Ruth.

En enero del 2020, Al salir de hacer compras en un supermercado ubicado en la zona de Anapra, Ruth y Nicole fueron abordadas por el conductor de un automóvil de alquiler que les aseguró ser un UBER. Aunque pidieron el traslado al albergue donde vivieron los primeros cuatro meses de su estadía en la ciudad, eso nunca ocurrió. 

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Nicole / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

Fueron entregadas a un grupo de hombres que las mantuvieron secuestradas. Las dos migrantes estuvieron retenidas por criminales que contactaron a su familia en Florida, exigiendo un pago de tres mil dólares. El hermano de Ruth, que ya lleva 18 años viviendo en Miami, hizo tres pagos de 950 dólares a tres cuentas bancarias diferentes. Después de cubrir el monto que se le exigió, la madre e hija fueron liberadas.

“No hallábamos qué hacer”, dijo Ruth llorando. “Realmente creo que por eso ya se colapsó mi mundo”. 

Desde que Nicolás llegó a Ciudad Juárez, Ruth se sintió más segura de salir a comprar mandado. Nicole solo salía al Centro para hacer visitas con el dentista, al consultorio de su psiquiatra donde recibía terapia y a una tienda de abarrotes a metros de distancia del albergue a donde se cambiaron tras su secuestro.

Ruth y Nicolás nunca consideraron quedarse en México. Para la madre de 47 años, la principal barrera es la discriminación y xenofobia hacia los migrantes que, dice, encontraron aquí. Para Nicole, es el trato inhumano que pasaron en su transcurso por el país.

Migrantes, víctimas del crimen en la frontera

Ruth durante su estancia en el albergue en Ciudad Juárez / Foto: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez

En la última semana de mayo, en el albergue dieron a la familia una noticia sobre su proceso de asilo.

“Les tengo buenas noticias”, dice Ruth recordando las palabras del director del albergue donde pasaron sus últimos meses en Ciudad Juárez. Se les comunicó que su caso fue considerado mixto, por lo que su esposo e hijo fueron agregados a su solicitud de asilo.

“No es que crea que todo será mejor en el otro lado, pero lo que yo quiero es sentirme con libertad”, dijo Ruth unos días antes de cruzar la frontera. “Quiero poder transitar libremente como lo hacía en mi país después de esa experiencia que nos separó”.

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Otros créditos:

Coordinación y edición: Rocío Gallegos

Diseño: Regina García

*Este contenido fue producido por como parte de Puente News Collaborative, una asociación binacional de organizaciones de noticias en Ciudad Juárez y El Paso, de la que forma parte La Verdad. Aquí puedes acceder al micrositio oficial.

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