Lado B
¿A la posverdad se le censura?
El pasado 5 de noviembre algunas televisoras estadounidenses interrumpieron uno de los discursos postelectorales de Donald Trump, un mensaje polémico en el que acusó un fraude sin pruebas y se declaró ganador de la contienda
Por Roberto Alonso @rialonso
10 de noviembre, 2020
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La pregunta remite a la decisión que tomaron el pasado 5 de noviembre algunas televisoras estadounidenses de interrumpir uno de los discursos postelectorales de Donald Trump, un mensaje polémico pronunciado por el todavía presidente estadounidense desde la Casa Blanca pues en él acusó fraude y se declaró, sin pruebas, ganador de la contienda. La desinformación por la falta de evidencia ante tales afirmaciones llevó a ABC, NBC, CBS MSNBC y Univisión a bajar el switch.

Se trata de un hecho insólito en un contexto de tal calibre de complejidad que abre un debate sobre el impacto en la democracia de una medida como esta y, simultáneamente, sobre el significado de este régimen en medio de un conflicto electoral cuya magnitud puede escalar a niveles alarmantes. Aunque empezó con motivo de la pandemia, situación a la que se sumaron las protestas antirracistas y luego las votaciones, la compra de armas se ha disparado en los Estados Unidos en el último año.

Ante desafíos globales como el de la posverdad, no por su novedad sino por la amplificación que hoy en día tiene este fenómeno por el uso de las redes sociales, la libertad de expresión, los derechos de las audiencias y la convivencia democrática enfrentan retos mayúsculos. ¿Pero será que cortar la transmisión de un mensaje en vivo sea la vía para encarar la distorsión de los hechos que hoy se confecciona a través de la manipulación de las emociones y las creencias?

Son múltiples las interrogantes y los dilemas éticos asociados a dichas cuestiones que este debate genera. Bastaría con preguntar a quién le toca poner los límites de un discurso falso, irresponsable, embustero y atizador como el de Trump para dimensionar que no estamos simplonamente ante una decisión valiente, correcta y hasta patriótica. ¿Acaso los medios no tienen intereses? ¿Acaso las audiencias carecen de criterio para discernir y formarse una opinión propia? ¿En qué momento delegamos a los medios el poder de erigirse en dictaminadores de lo que conviene o no saber?

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Simplón, por cierto, es también querer zanjar la discusión arguyendo que es únicamente el poder gubernamental el que censura, no el poder privado que representan las cadenas de televisión. Hablar de censura previa, por la carga histórica de este concepto, podría resultar algo problemático, pero lo cierto es que quienes seguían el discurso de Trump a un par de días de una jornada electoral con una participación notable, dejaron de escucharlo no por decisión propia, sino porque así lo determinaron intereses corporativos. ¿O fue coincidencia que todas las cadenas de televisión involucradas esgrimieran las mismas razones

Curiosamente, fue otra televisora con peso en el ecosistema mediático y político estadounidense —CNN— la que aun con sus simpatías hacia la agenda demócrata y su distancia con el presidente Trump y lo que él simboliza, optó por respetar el derecho a saber de la población, transmitir completo el mensaje y sostener, en voz de su presentador Jake Tapper, una dura crítica al mandatario cuando este finalizó su reprochable diatriba.

“Qué noche más triste para los Estados Unidos de América escuchar a su presidente decir, acusar falsamente a la gente de intentar robar las elecciones, intentar atacar la democracia de esa manera con su fiesta de falsedades. Mentira tras mentira sobre el robo de las elecciones”, expresó el conductor. Como lo escribió Manuel de Santiago, otra salida era posible.

¿O es que lo deseable es que sean los medios —más allá de que en algún sentido ya lo hagan por la propia naturaleza de su trabajo— quienes juzguen los discursos políticos que la sociedad merece o no escuchar? ¿No será que detrás de esta posición compartida en un sector de la comentocracia subyace el anhelo de hacer lo propio con el ritual que muy de mañana ocurre todos los días en Palacio Nacional? Más aún, ¿de esto se sigue un “nuevo derecho” de las empresas mediáticas para suprimir los discursos de líderes sociales que puedan atentar contra el statu quo? Lo grave entonces no es el hecho en sí, sino la interpretación del mismo.

Aunque resulte extraordinario, la libertad de expresión ampara el discurso de la mentira, así provenga de boca del presidente de una nación. En tal escenario, la labor de los medios es cuestionar, analizar, investigar, verificar datos, aportar evidencia, exhibir, contrapesar, no silenciar.

En aras del debate, desde las coordenadas clásicas de la ética profesional la acción tomada por las cadenas de televisión en Estados Unidos es problemática por dos razones. Por un lado, pese a que busca hacer el bien, que en este caso es proteger la verdad de la franca mentira, hace un daño al limitar a las audiencias en su derecho a escuchar un discurso relevante frente al que pueden ejercer su crítica y su indignación. Por otro lado, lejos de contribuir a la madurez y la autonomía de las audiencias, las infantiliza, robusteciendo en cambio el papel de los medios como controladores y dosificadores de los mensajes políticos.

Bienvenido sea el debate, sólo no vistamos con capas de héroes a quienes dicen defender que circule la luz con la mano puesta en el interruptor.

 

*Foto de portada: @realDonaldTrump | Twitter 

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Autor Lado B
Roberto Alonso
Coordinador de la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Iberoamericana Puebla y del Observatorio de Participación Social y Calidad Democrática.
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