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Perú: la marcha de la pandemia
Perú es el segundo país de América Latina con más contagios, después de Brasil. Con más de 330 mil casos, supera a poblaciones mucho mayores, como México. El virus viajó, de la capital a las provincias, en un éxodo de desigualdades
Por Lado B @ladobemx
21 de julio, 2020
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Javier Bedía | CONNECTAS

PERÚ. Adriana estaba de paso por Lima cuando comenzó el confinamiento en la capital. Antes de la llegada de la pandemia había tenido que viajar desde Puno, a un día de bus, para un tratamiento de salud no especializado. Su región, en el altiplano fronterizo con Bolivia, es la penúltima en acceso a seguro médico público o privado de los 25 departamentos peruanos, según el censo nacional de 2017. Allí el 35 por ciento de habitantes carece de cobertura médica.

A finales de abril, con sus 26 años y un par de valijas, ella fue una de las 170 mil personas que, agotados sus recursos y su resistencia, en medio del aislamiento obligatorio salieron a las calles de la capital peruana para buscar abandonarla como fuera. La prensa local les llamó caminantes. El Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social estimó que fueron 200 mil en todo el Perú. Muchos, efectivamente, volvieron a sus lugares de origen tras cientos de kilómetros de andar y acampar en el camino.

Claudio, trabajador informal, llegó en casi dos semanas de Lima a Tacna, en la frontera con Chile, caminando, descansando, alimentándose con ayuda, recurseándose ingresos en vías públicas, auxiliado por conductores, evadiendo controles policiales y finalmente ayudado por patrullas.

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La desesperación y el caos hacían su ruta. Un menor de 4 años murió en brazos de su madre en Áncash, departamento vecino de la sierra a donde su familia volvía. Dos ciudadanos venezolanos murieron atropellados en una provincia del norte de Lima. No se le dio mayor importancia a la información. Cuando no rompen las reglas impuestas por el mismo sistema que les excluye, sino que las sufren, los informales y emigrantes no son noticia.

caminantes de Perú durante la pandemia

No hay registro sobre los primeros caminantes que lograron salir de Lima durante el confinamiento. Pero entre los primeros grupos contenidos, la tasa de contagio superaba el 70 por ciento / Foto: Marco Garro

No se sabe con certeza cuántas personas lograron salir irregularmente de Lima por esos días. Se los tragaron las autopistas. Pero el porcentaje de contagios según pruebas tomadas a los primeros grupos contenidos fue de más del 70 por ciento. Las consecuencias del desborde de mediados de abril, cuando el reporte oficial se acercaba a las 600 muertes y rondaba los 11.500 casos –el 80 por ciento condensados en la capital–, se rastrean tres meses después en todo el país: hoy Perú es uno de los epicentros mundiales de COVID-19 y el segundo más afectado en América Latina, con unos 12 mil fallecidos y 330 mil contagios.

La marcha de miles de migrantes internos en plena pandemia, inédita en la región, puso en evidencia la descomunal centralización en el Perú y su histórica desigualdad. Como Adriana en busca de servicios médicos o Claudio buscando trabajo, los caminantes habían llegado a Lima para acceder a servicios u oportunidades que no tienen en sus provincias. Y como Claudio, es probable que muchos de ellos vivieran del trabajo informal, que en Lima llega al 57 por ciento.

La informalidad y la migración interna pueden ser claves para explicar las dimensiones trágicas del coronavirus en uno de los países que primero decretó la cuarentena en Latinoamérica. Con 30 millones de habitantes, Perú supera en contagiados a países como México, en donde el número de habitantes es cuatro veces mayor.

La economía informal buscó maneras de sobrevivir durante el aislamiento obligatorio. En los epicentros de venta y reparación de celulares se improvisaban tiendas en estacionamientos vacíos de la zona. Los focos de contagio se atomizaban y multiplicaban. Pero para los más desfavorecidos, la pandemia terminó por matar cualquier posibilidad de sobrevivir y los bonos económicos que entregó el Gobierno no alcanzaron. A falta de dinero y comida, los caminantes prefirieron volver a un techo acaso más modesto, a tierras que les dan alimentos. Era el comentario común: “al menos allá tenemos techo y comida”.

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*Foto de portada: Marco Garro

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