Lado B
Cuando parar no es una metáfora
Este 9 de marzo decenas de miles de mujeres en México paramos nuestras actividades para mostrar que estamos hartas de vivir con miedo y dolor
Por Espacio Ibero @
12 de marzo, 2020
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Foto: Alfredo González

Dra. Amaranta Cornejo Hernández | Espacio Ibero

Este lunes 9 de marzo vivimos algo similar a lo que en 1975 miles de mujeres islandesas hicieron: parar de trabajar de muchas formas. Hace 45 años ellas exigían así a su país, como gobierno y población, que reconociera todo el aporte económico que hacían; exigían que, a trabajos iguales, hubiera salarios iguales. De 1975 a la fecha, la iniciativa de las islandesas ha tenido sus mutaciones. Pasó de ser una acción reivindicativa del salario paritario en los sectores formales del trabajo, a una vindicación de la labor doméstica y de cuidados como un tipo de trabajo, cruzando por la discusión de si toda acción que reproduzca socialmente la vida cotidiana debe tener una traducción monetaria.

A partir de 2016 dicha huelga, ahora con el nombre de paro de mujeres, se realizó en distintos países para hacer visible que, sin todo el trabajo formal, informal y de cuidados que realizamos las mujeres, el mundo no podría seguir. En ese año, en México, algunas colectivas y organizaciones feministas retomaron la propuesta de sumarse al paro de mujeres como respuesta a #MiPrimerAcoso, iniciado el 24 de abril del 2016, cuando miles de mujeres compartimos en redes digitales los recuerdos de la primera vez que fuimos acosadas. Tal iniciativa visibilizó cómo desde muy pequeñas las mujeres somos violentadas, generando secuelas que perviven por mucho tiempo. Así, el paro realizado aquel otoño buscaba, por un lado, valorar la vida de las mujeres frente a la intensificación de violencias de género y feminicidas; y por el otro, crear consciencia de que tales violencias son un asunto a atender colectivamente.

En esa clave de lo común, desde los feminismos -sí, en plural, porque el feminismo es diverso- protestamos cada vez más frente a esas violencias porque cada agresión significa un daño que se magnifica como onda de resonancia, porque las mujeres no vivimos aisladas, sino interconectadas con otras personas. Al decir mujer me refiero a una persona con atributos físicos que denotan el sexo femenino, sin importar la edad. Entonces, el reclamo de #NiUnaMás subraya cómo cada agresión, siendo la peor el feminicidio, nos afecta en tanto somos parte de la sociedad, y lo hace en maneras y magnitudes diversas.

Este 9 de marzo decenas de miles de mujeres en México paramos nuestras actividades cotidianas para protestar por tantas violencias que vivimos diariamente. Tales violencias nunca se dan de forma aislada ni por única vez. Con el paro buscamos hacer escuchar nuestro sentir y pensar: estamos hartas de vivir con miedo y dolor, esto no es vida, no sólo para nosotras, sino para todo nuestro entorno. Mi malestar afecta a quien me rodea, generando un clima emocional que es como un elefante dentro de una habitación del cual nadie hablar: violencias que restan dignidad y humanidad a todxs. Con marchas, gritos, cantos y grafitis hemos dicho esto, pero la sociedad y el gobierno parece que siguen sin escucharnos. Entonces, pusimos en números aquello que se invisibiliza e ignora: el paro laboral de los 22 millones de mujeres económicamente activas implicaba una “pérdida” de al menos 29 mil millones de pesos. No trabajamos, tampoco compramos nada, y nos resistimos a usar internet.

Foto: Alfredo González

Sin embargo, no todo es producir, por ello desde algunas posturas del feminismo hablamos de la interdependencia para reconocer y nombrar ese tejido social que nos conecta, el cual se nutre y es posible por acciones no valorizadas: cocinar, limpiar, cuidar, apapachar. Sin embargo, estas actividades en México representan para la mayoría de las mujeres una jornada de al menos seis horas más de trabajo, que no es reconocido socialmente ni es pagado. Esto es lo que llamamos la doble jornada, porque a las horas de trabajo remunerado- en el sector formal o informal-, se le suma el trabajo doméstico y de cuidados.

Ante esta realidad, el lunes 9, entre otras acciones, algunas mujeres hicimos lo que usualmente no podemos hacer: tener tiempo y espacio para nosotras, y entre nosotras. Acciones como reunirnos a comer y platicar tuvieron un valor político radical en tanto, como diría Silvia Federici, recuperamos el control de cómo reproducimos la vida social. En otras palabras, paramos para encontrarnos y acompañarnos. Con acciones tan concretas, e incluso sencillas, nos recordamos, y le recordamos a la sociedad que literalmente sin nosotras el mundo no puede funcionar. Ante ello nuestra mínima e irrenunciable demanda es respeto pleno a nuestras vidas, en su diversidad de existencia.

Sin embargo, hubo mujeres que, aunque tuvieran consciencia de la relevancia política del paro, no pudieron participar dada una innegable precarización de formas de sustento, o bien por ser cuidadoras que tienen a su cargo niñxs o enfermxs. Regreso aquí a la interdependencia para reconocer una complejidad de situaciones que desde algunos feminismos comenzamos a reflexionar: ¿cómo hacemos posible nuestra máxima de “no están solas” en esta diversidad?, ¿qué podemos hacer para que todxs podamos recuperar el control de la reproducción social de nuestras vidas?

Por todo lo anterior, parar no ha sido sólo una metáfora, sino una acción política que grita desde ausencias intencionadas. El nueve nos abrió la puerta para que, como sociedad, por un lado, reflexionáramos cómo reproducimos las violencias en lo cotidiano, las cuales no siempre son físicas. Por el otro, para reconocer al género como un ordenador del mundo. Al hablar del género femenino podemos ver que aquello que se asocia con lo femenino tiene un valor menor en las sociedades contemporáneas, sobre todo si esto no es renumerado. Nuestra deliberada ausencia reflejó el valor no monetario de nuestras acciones cotidianas. Así, pudimos atisbar que el trabajo no sólo es producción sino un cúmulo de acciones que permiten que existamos en lo cotidiano, y que lo hagamos con dignidad.

La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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*Foto de portada: Alfredo González

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