Lado B
¿Una élite o simplemente los que mandan?
Aquí las limitaciones de la cosmovisión de grupos de poder poblanos, aun cuando el concepto de "élite" se repite con pretensiones analíticas e históricas
Por Klastos @
29 de marzo, 2019
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El sociólogo Charles Wright Mills publicó en 1956 una obra que se convertiría en referencia obligada para la comprensión del poder: The Power Elite. Unos años antes, Wright Mills había emprendido el estudio sistemático de las clases medias estadounidenses, influido por los estudios de clase que se habían producido para comprender la base clasista del nacionalsocialismo alemán. Sintetizando los hallazgos, Mills señalaba que en las élites “se aceptan unos a otros, se comprenden entre sí, se casan entre sí, y tienden a trabajar y a pensar, si no juntos, por lo menos del mismo modo”. Las ideas de fondo son que en este grupo dirigente la mayor parte de sus integrantes tienen orígenes sociales similares; a lo largo de sus existencias guardan conexiones familiares o amistosas y se da, en cierto grado, el intercambio de posiciones entre las distintas jerarquías del poder, el dinero y la fama.

Más allá de estas características, en el estudio destacaban tres rasgos definitorios: (a) la élite ocupa los máximos escalafones de las instituciones; (b) sus decisiones tienen influencia más allá de sus instituciones o grupos –llegando, en ocasiones, al nivel internacional– y (c) en la media en que se concentran sus recursos y medios, la élite también lo hace. Sin embargo, en esta aproximación clásica a las élites falta algo. Clave, por cierto.

Eso que falta lo hizo evidente el sociólogo argentino José Luis de Imaz cuando, en 1969, publicó el libro Los que mandan. “No puede hablarse de una élite dirigente en la Argentina”, escribía ahí, “[…] porque la existencia de una élite real –es decir, algo más que una élite funcional–, la existencia de un grupo de individuos que concertadamente conduzca a la comunidad, la dirija en vista a la obtención de determinados fines, al alcance de ciertos logros, se rija por marcos normativos más o menos similares, eso es lo que no se percibe en nuestro caso”.

Si no es simplemente tener el poder, ¿qué unifica entonces a ese grupo que tiene negocios juntos, que se casa entre sí, que comparte instituciones educativas, que ocupa los altos cargos de las corporaciones, el Estado y las instituciones de la sociedad civil y que se vuelve referente cultural de una sociedad? Fines y logros compartidos, marcos normativos comunes y una orientación común. La élite tiene una respuesta (al menos una, aunque rara vez es homogénea), a tres preguntas clave: ¿hacia dónde debe ir la sociedad?, ¿por qué debe ir hacia allí?, ¿cómo puede llegarse a ese estadio? Cuando quienes componen el grupo que ocupa las altas esferas carecen de cosmovisión, liderazgo y fundamentos éticos para sus acciones, entonces son sólo “los que mandan”.

Los textos que compartimos con los lectores en este número 2 de Klastos ahondan en estas ideas e interrogan las limitaciones de la cosmovisión de los grupos de poder poblanos, aun cuando el concepto de élite se repite en ellos con pretensiones analíticas e históricas. Muestran el devenir de quienes han mandado en Puebla, sus metamorfosis, algunas de sus miserias y vanidades, sus mecanismos de imposición y sus alianzas con los que mandan en otras latitudes, desde la imperial Madrid a la rival Ciudad de México. Más aún, estos textos ilustran qué ha caracterizado a este grupo y, de manera más o menos implícita, también qué le ha faltado. Para algunos, “élite poblana” puede ser una contradicción. Para otros, una realidad tangible y observable en cualquier restaurante de Angelópolis. Para nosotros, como nuestr@s colaborador@s atinadamente señalan, se trata de una condición que debe ser abordada para  intentar descifrar por qué estamos como estamos.

 

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