Lado B
¿Nunca serán Historia?
Una revisión de algunas “conmemoraciones” que, a cincuenta años de los acontecimientos, intentaron contar el movimiento estudiantil del 68 en Puebla
Por Klastos @
24 de enero, 2019
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Sobre las “conmemoraciones” del 68 en Puebla

Jimena German

“Ya es historia”, dicen. Cuando no tiene caso ahondar ni hacer preguntas. Cuando ya no hay necesidad de invertirle tiempo. La connotación del dicho parece la mejor para definir también lo que suele llamarse un “hecho histórico”: más allá de su distancia temporal con el presente, alude a una legitimación nunca imparcial de sucesos en el transcurrir social que ya no necesitan mayor esclarecimiento. Sobre eso se extiende entonces una agenda común que “recuerda”, que cumple con cierta obligación social e institucional de “conmemorar”. Sumándose a tal agenda, organismos gubernamentales, educativos y culturales cubren la cuota que la ciudadanía, se supone, ha de exigir: memoria colectiva, reconocimiento, cohesión. Habría que preguntarse por los contenidos, espacios y formas en que esta cuota simbólica (la mínima, aún faltantes muchas cifras y respuestas) se paga una vez que, digamos, “ya son otros tiempos”, que cierto acontecimiento se considera ajeno, inactual: histórico.

Eventos y jornadas desperdigados para conmemorar el 68 mexicano engordaron la agenda cultural en varias ciudades del país entre septiembre y noviembre del año pasado, incluida su gran cobertura mediática. Cincuenta años no es poca cosa, además de una cifra redonda: nos marca a los millennials como la tercera generación desde el movimiento. En fin: que, con medio siglo, el 68 ya es Historia. De hecho, desde 2011 el libro de Historia de quinto grado de la SEP incluye un capítulo al respecto, por cierto bastante falto.

En Puebla tres principales grupos organizaron actos conmemorativos. En primer lugar, la BUAP: como espacio protagónico de los movimientos sociales y específicamente estudiantiles desde principios de los sesenta hasta los ochenta era de esperarse que realizara más de uno. Hago referencia aquí a cinco eventos particulares: la exposición 1968, a través de la memoria en el Museo Universitario de la Memoria, básicamente con archivo fotográfico referente a los acontecimientos de la Ciudad de México; la ceremonia de apertura en la Preparatoria 2 de Octubre, donde el rector colocó una “ofrenda floral” a las víctimas de Tlatelolco; y tres charlas en las preparatorias 2 de Octubre, Enrique Cabrera y Emiliano Zapata, que  consistían en mostrar los testimonios de la matanza. En total, casi veinte eventos más, la mayoría manteniendo fuera de análisis el contexto poblano de la época y difuminando, por no decir ignorando, el de la propia Universidad.

En segundo lugar el IMACP, la principal institución cultural del sector público en la ciudad. 2 de octubre de 1968. A cincuenta años fue el deslumbrante nombre de la jornada que organizaron. Desde el título se eligió un enfoque deslocalizado, vaporoso. Entre charlas, exposiciones y un homenaje a Óscar Chávez, se programó un ciclo de cine con películas estrenadas en 1968 (El bebé de Rosemary y El planeta de los simios, entre ellas). En el IMACP, pues, un gesto mediocre de extrema despolitización de lo “conmemorado”. Mera burocracia.

Y en tercero, instituciones privadas. Tres universidades: Ibero, UDLAP y UPAEP, más el Museo Amparo. Considerando el origen de la UPAEP, no sorprende que su participación haya sido limitada y discreta. El caso más desconcertante, sin embargo, es el de la UDLAP. Además de un par de charlas con énfasis en el mayo francés y, para variar, en el contexto exclusivo del DF, se presentó un musical basado en el best seller Regina (1987), de Antonio Velasco Piña. La novela básicamente toma la figura de una víctima real de Tlatelolco, Regina Teuscher, para desdibujarla como una criatura mágica y kitsch, bajo una misoginia turbia y un perfume new age, elementos que fueron rechazados por sus familiares. Aun cuando la obra esté inspirada en el movimiento estudiantil del 68, el formato del musical supone una función de entretenimiento que anula toda incomodidad a la conmemoración. Parece imposible conjuntar tanta banalidad: el libro, la adaptación a comedia musical y el montaje en una universidad. Regina o El planeta de los simios, vaya dilema.

Algunas instituciones no entienden que en eso habrían de consistir ciertas conmemoraciones: en incomodar. Despolitizar una conmemoración es dar atole con el dedo, cubrir la cuota mínima. A la generación actual de jóvenes de provincia, universitarios o no, la historia del 68 nos ha sido constreñida a un día y una ciudad; contada a cuentagotas en una edición de bolsillo casi vacía en su interior pero empastada aparatosamente para abarcar poco y no estorbar. Para hacernos sentir ajenos a ella. Año con año se renueva la dificultad de encontrar otras palabras para hablar del 68 que no sean estudiantes, Tlatelolco, 2 de octubre, matanza, unas pocas más. Pasado por ejemplo el décimo aniversario, cuando marchar en el 78 suponía confrontar a un Estado empeñado en ocultar  y pasar página −y cuando, por cierto, participó un primer contingente de reivindicación homosexual−, el imperio del dos de octubre no se olvida en las diversas manifestaciones hasta llegar a 2018 reitera que el movimiento suele pensarse sólo desde uno de sus tantos ejes, el más desgastado; tanto que, reducido a una especie de eslogan, ya no problematiza nada.

Puebla no fue excepción, a pesar, insisto, de la cifra redondota del medio siglo y de la relevancia de la ciudad para referirse a la época. A pesar, también, de las muertes. No se habla de la intensidad del movimiento en la UAP y la sociedad poblana, una sociedad aún ahogada por el conservadurismo, la moral religiosa y en aquel entonces también por FÚAS, los grupos anticomunistas ligados al gobierno y al empresariado. Excepto algunas intervenciones de docentes e investigadores (por ejemplo, la de Gloria Tirado Villegas, que en más de un texto reivindica la participación femenina específicamente en el contexto poblano y quien, enmarcado en estas conmemoraciones, presentó El 68 en Puebla y su Universidad; o bien algunas mesas redondas en la Ibero, que retomaron los análisis de Ayotzinapa y otras luchas ciudadanas actuales en relación con la represión del 68), a cincuenta años se ha conseguido borrar institucionalmente la constante actividad de algunos sectores que desafiaron la política estatal y también las relaciones de poder en familias, espacios laborales, entre hombres y mujeres, entre clases. Eso queda fuera. Y lo que queda dentro, lo que se decide incluir, está ya petrificado como lejanía: caso cerrado, resuelto y ajeno.

Presentación del libro El 68 en Puebla y su universidad, de la historiadora Gloria Tirado Villegas. / Fuente: Boletín BUAP.

Todo se reduce a una tarde oscura dentro de tantas de aquel año, y de años previos y posteriores; y menos aún se indaga por la relación del movimiento con el presente, por la posibilidad de su vigencia. Se habla del 68 cuando haría falta el plural. El 2 de octubre cristaliza y hace posible la conmemoración porque, aun cuando las luchas sucedieron en más países y hubo muertos, heridos y encarcelados en más ciudades, en ninguna el resultado fue una masacre. Sin Tlatelolco el 68 no se conformaría con la misma fuerza como fecha conmemorable. Hay quienes creen que ese año definió a toda una generación, y aunque la protesta de aquellos jóvenes se dibujó con medios y dinámicas distintos a los que emplean los jóvenes actuales, tal vez en cincuenta años los 43 o el sinnúmero de feminicidios nos habrán definido como generación. ¿Y no será que entonces habrá que rascar más, mucho más, para encontrar en las conmemoraciones espacios que reivindiquen en verdad esas demandas y esos cuerpos concretos? Probablemente se hablará de fechas, de monumentos, de películas y ofrendas florales. Porque las pérdidas sistemáticas −paulatinas y silenciosas−, por muchas que sean, no pueden ser conmemoradas. Nunca serán Historia.

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Jimena German Blanco es licenciada en Humanidades y Estudios Culturales, tlaxcalteca asentada en Cholula. Hace libros de cartón con La Cleta Cartonera, apoya flujos migratorios y, de vez en cuando, también escribe. Amante de la periferia y sus derivados.

 

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