Lado B
Mi ramadán laico: turismo ramadanezco
Estamos de mudanza. Marjorie cambia de empleo y, con ello, debemos dejar el departamento que era una prestación de la escuela en la que trabajó hasta hace una semana.
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
13 de junio, 2018
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

 

23 ramadán 1439 A. H. (8 de junio de 2018 d.C.)

[dropcap]E[/dropcap]stamos de mudanza. Marjorie cambia de empleo y, con ello, debemos dejar el departamento que era una prestación de la escuela en la que trabajó hasta hace una semana. Sin muchas cosas que mover, aprovechamos para ir a Marrakech el fin de semana pasado. Hemos salido poco de Casablanca, pero sabemos -porque así nos lo repiten vecinos, conocidos, extraños y hasta youtubers– que esta ciudad no es la más representativa de Marruecos.

A pesar de su encanto, Marrakech tampoco es, creo yo, la típica ciudad marroquí. A nivel arquitectónico ofrece el aspecto esperado de una ciudad de estas latitudes. Sus fachadas uniformes color ocre, su espectacular medina laberíntica que en cada callejón esconde un riad o algún otro tesoro; la Koutoubia, mezquita certificada como recinto de culto sustentable; la plaza Jamaa el fna, patrimonio de la humanidad según la UNESCO con sus músicos, encantadores de cobras, tatuadoras de henna, vendedores ambulantes, moto-taxis y puestos de comida; sus palacios, sus monumentos y sus jardines, todo en Marrakech es un deleite a los sentidos.

Sin embargo, como buen destino turístico, la población extranjera la obliga a cambiar sus usos y costumbres, especialmente durante ramadán. Indiferentes o ignorantes de lo que significa este mes santo, los turistas comen y beben a la vista de todo mundo en las terrazas de cafés y restaurantes desde tempranas horas de la mañana. Esto contrasta con lo que sucede en Casablanca donde, a excepción de las franquicias occidentales de fast-food, muy pocos establecimientos de comida ofrecen servicio antes de las 7 de la noche.

En ningún momento esperaría que un turista ayune al visitar un destino musulmán. Sin embargo, el mantenerse alejado de la vista y olfato de los que hacen ramadán me parece la más básica y simple muestra de respeto. En su viaje de luna de miel, mi amigo Christian visitó Emiratos Árabes durante este mes santo. “Nunca me obligaron, pero el valor e importancia que le dan a esta práctica hizo que no fumara ni tomara ni comiera frente a ellos. Imagínate, un calor horrible, asqueroso, ¡y yo sin poder fumar! Pero al segundo día ya estaba más que encantado de ver este proceso de respeto mutuo que se estableció”.

Lo que más nos impactó a Marjorie y a mí nada tuvo que ver con nicotina, H2O o carbohidratos. Acostumbrados a ver a nuestras vecinas con sus chilabas y sus velos o con algún otro tipo de túnica que las cubre de pies a cabeza, la visión de muslos, hombros y esternones femeninos al descubierto nos sorprendió. Y no es que nos hayamos vuelto los más ortodoxos de estas tierras, pero creemos que, como dice el dicho, a donde fueres, haz lo que vieres. El clima cálido se presta, claro está, para usar ropa ligera, pero hay de ligero a usar escote o mostrar la mariposa tatuada en la espalda baja… Lo sé, sueno como el viejo pendejo, pero insisto, es una cuestión de respeto.

Desde antes de visitar Marrakech, no pocas veces le oí decir a Marjorie que yo soy la primera en apoyar que, como parte del laicismo republicano, burkas, velos y cualquier otro símbolo religioso se reserve al espacio privado en Francia; al mismo tiempo, si decido vivir o visitar un país cuya religión de Estado es el islam, me tengo que atener a ciertas costumbres y códigos. Pero bueno, somos los viejos pendejos ortodoxos. Si la propia gente de Marrakech no dice nada, quiénes somos nosotros para contrariar al turismo.

*

El Corán indica que los viajeros quedan exentos del ayuno. Mi duda era si esta excepción se refería a toda la estancia fuera de casa o solo durante los traslados. Hace tiempo, los viajes se hacían bajo condiciones muy duras: caminos sinuosos y largas horas bajo el sol, por eso el permiso de no ayunar, me dice nuestra compañera de vagón hacia Marrakech. Hoy todos los viajeros mantienen el ayuno porque las condiciones son muy distintas y, una vez en sus destinos, igual deben ayunar.

Sábado y domingo desayuné y comí a la hora regular pues la experiencia me ha enseñado que mi cuerpo necesita un estómago lleno si se va a dedicar a algo más que escribir en la computadora y perseguir a Mali en la comodidad del hogar. La cena, eso sí, la hice hasta la caída del sol, la cual sucedió mientras íbamos en el tren en ambos trayectos. Rumbo a Casablanca, el espectáculo fue muy particular. No había un solo vagón que no tuviera dispuesto un banquete de iftar, la mayoría de ellos a partir de comida rápida comprada en la estación del tren. Y si alguien olvidó empacar o comprar alimentos al último momento, eso no importó. Unos minutos antes de la ruptura del ayuno a las 7:35, personal de la ONCF, empresa gubernamental que opera los trenes marroquíes, pasó a cada compartimento para regalarnos una bolsa con tres dátiles y una botella de agua de 300 mililitros.

Una vez terminada la cena, las tabletas y celulares se iluminaron de nuevo para hacer el binge-watching de la serie en turno, y las pláticas con el compañero o compañera de al lado continuaron. A las 9:09, el hombre frente a mí hacía su oración del ‘isha. Permaneció en su asiento todo el tiempo, pero se quitó las chanclas, como si estuviera reclinado sobre su tapete. Con las palmas al lado de sus orejas, inclinaba el torso hacia adelante; su frente, en lugar de acercarse al suelo, rozaba la superficie de la mesita de viaje. Su cabeza giraba a derecha e izquierda mientras recitaba sus oraciones. Y cuando terminó, las chanclas volvieron a sus pies.

Pues eso, que este viejo pendejo hizo un iftar a bordo de un tren.

Foto: Alonso Pérez Fragua

Foto: Alonso Pérez Fragua

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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