Lado B
Mi ramadán laico: caridad con convicción
Un plato de cuscús, una caja de mandarinas o una bolsa de papas es el tipo de cosas que los vecinos hacían aparecer en nuestra puerta casi cada semana. Antes de mi llegada, incluso más valiosa que la comida fue la ayuda que le prestaron a Marjorie durante esos cinco meses que estuvo sola en Casablanca con Mali
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
15 de junio, 2018
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

 

26 ramadán 1439 A. H. (11 de junio de 2018 d.C.)

[dropcap]U[/dropcap]n plato de cuscús, una caja de mandarinas o una bolsa de papas es el tipo de cosas que los vecinos hacían aparecer en nuestra puerta casi cada semana. Antes de mi llegada, incluso más valiosa que la comida fue la ayuda que le prestaron a Marjorie durante esos cinco meses que estuvo sola en Casablanca con Mali, como aquella vez cuando le robaron el celular y buscaba avisarme a mí y a sus papás lo ocurrido y que estaba bien, que no nos preocupáramos, solo fue el susto, me lo arrebataron de las manos porque iba distraída, empujando la carriola y pues, no iba a correr detrás del tipo. Esos eran los vecinos que conocía ella y que me hizo conocer a través de nuestro contacto a distancia diario.

La historia de Delphine es distinta. Ella fue la predecesora de Marjorie en la escuela del barrio en la que trabajó hasta hace una semana. Delphine, de igual forma, vivió en el mismo departamento que nosotros y tuvo a los mismos vecinos que nosotros. O no. Eran las mismas personas, con los mismos nombres y el mismo apellido, pero con una actitud distinta. Delphine es francesa igual que Marjorie. En el momento de ser vecina de nuestros vecinos, tenía 26 años. Durante un año era la única persona que entraba y salía del departamento del tercer piso y la relación entre todos era normal, cordial podríamos decir. Luego, un fin de semana, el esposo de Delphine llegó de Francia. Uno de los hijos de la familia S., un joven en sus veintes, le exigió que le mostrara el certificado de matrimonio, de otra forma ese hombre no podía permanecer en el edificio. Así lo hizo ella.

Tiempo después, el esposo de Delphine regresó, esta vez con un primo y un amigo. Era ramadán. No importó que antes hubiera demostrado que uno de esos hombres era su esposo: los gritos y las amenazas llenaron la calle en medio de la tranquilidad y la ausencia de tentaciones carnales de esos días santos.

Sus vecinos y mis vecinos no son los mismos. O quizá sí. Luego del primer iftar que pasamos con ellos y del extraño episodio que terminó con la policía en nuestro edificio hace varios días, empiezo a creer que nuestros vecinos siempre fueron los mismos que conoció Delphine. Si desde un principio la historia fue diferente en nuestro caso fue gracias a Malinali y al hecho que Marjorie les hizo saber que su esposo llegaría pronto. ¿Una madre soltera en el edificio? ¡No, cómo creen!

Los gestos de amabilidad existieron. Toda la comida que nos regalaron no fue un invento. Sin embargo, a riesgo de sonar malagradecido, he llegado a pensar que esa buena cara que le mostraron a Marjorie y a Mali primero, y a mí después, tiene menos convicción de lo que suponíamos.

Desde que empezó ramadán ya no los vemos en los pasillos, cuando los saludo en la puerta del edificio, su respuesta es monosilábica o ni siquiera llega. No sé qué es lo que pasó. Mi expectativa era que, en este mes santo, el calor que nos habían transmitido sería más intenso. O quizá estoy siendo injusto con ellos y su atención está en la oración y el ayuno y por eso la dinámica que considero enrarecida. Y quizá era mi turno de tener muestras de aprecio con ellos y yo fui el que falló. No lo sé. La verdad es que desde que conocí la historia de Delphine, mi visión de los S. cambió.

Pareciera entonces que la amabilidad ramadanezca o no existe o es mecánica, es algo que hay que hacer: alimentar al hambriento, ayudar a quien lo necesite, ofrecer mi tiempo libre para alguna causa o asociación, donar la ropa que me sobra. Es ramadán y hay que hacerlo. ¿Y el resto del año? Algunos no-musulmanes con los que he platicado tienen esta duda, la cual comparto.

Creo que en muchos casos ramadán es el único momento en que la solidaridad aflora y eso es mejor que nada, dirán algunos. Sin embargo, también he visto muchas muestras de amor al prójimo que me parecen sinceras y que van más allá de este mes santo, como las de Tawhid Lamkanssa y Bab Rayan.

Estas dos organizaciones no podían ser más distintas. Mientras que los iftars de Tawhid Lamkanssa son posibles gracias a los recursos de sus miembros y “lo que Alá provea”, los de Bab Rayan incluyen productos de marcas conocidas que las propias compañías donan para este propósito. Mientras que a la carpa de Tawhid, colocada en un terreno baldío en la periferia de Casablanca, llegan 30 o 40 personas cada noche, afuera de la sede de Bab, en el céntrico y elegante barrio de Palmier, se forman colas de hasta 800 personas. En ambos casos, la caridad es cosa de todos los días. Ramadán es solo un momento en que su labor es más visible. Ya sea a través de su ayuda a diferentes causas en su barrio marginado de la periferia o a través de su casa hogar para niños huérfanos o en situación familiar complicada, Tawhid Lamkanssa y Bab Rayan están ahí, ayudando y compartiendo el espíritu solidario musulmán los 354 o 355 días del año lunar.

*

El realizar una buena acción cotidiana es parte de los lineamientos de este ramadán laico que está a punto de terminar. Yo también, pareciera, cometí la misma falla que he criticado: obligación por encima de convicción. Sin embargo, desde antes de empezar este proyecto, esa fue una de mis preocupaciones. Sor Dulce, la monja mexicana con la que platiqué aquí en Casablanca antes de ramadán, me dijo que la clave está en poner el amor al lado de la obligación. El amar a mi esposa e hija es algo natural, por ponerlo de alguna manera, y por lo tanto mis buenas acciones en casa no son obligadas. ¿Cómo amar entonces a las personas a las que les doy limosna o ayuda de cualquier forma en la calle?

Si algo aprendí gracias a este proyecto fue que parte fundamental de la caridad tiene su origen en el conocimiento sincero del otro. Así, las limosnas o la comida que he dado en las pasadas semanas, las destiné a las señoras que se colocan afuera de mi panadería de costumbre. Esas mujeres que, desde antes de ramadán, ya tenían rostro y voz y a las que buscábamos cada vez que comprábamos nuestra ración cotidiana de batbut o msmen. Y así, al ayudar a gente que conozco, aunque sea un poco, la obligación deja de serlo y la convicción empieza a surgir.

Y pues eso, que sigo aprendiendo a ayudar al prójimo.

Las cerca de diez mujeres de la asociación Tawhid Lamkanssa trabajan todos los días desde las 10 para hacer posible el iftar cada noche. Foto: Alonso Pérez Fragua

Las cerca de diez mujeres de la asociación Tawhid Lamkanssa trabajan todos los días desde las 10 para hacer posible el iftar cada noche. Foto:Alonso Pérez Fragua

Cada día, cerca de 100 estudiantes de escuelas privadas de Casablanca, trabajan de forma voluntaria en el iftar de Bab Rayan. Foto: Alonso Pérez Fragua

Cada día, cerca de 100 estudiantes de escuelas privadas de Casablanca, trabajan de forma voluntaria en el iftar de Bab Rayan. Foto: Alonso Pérez Fragua


Busca las crónicas de este proyecto lunes, miércoles y viernes en LADO B hasta finales de junio de 2018. Además, acércate a los materiales adicionales en Twitter e Instagram con los #MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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