Lado B
Mi ramadán laico: mi primer ayuno
A las 3:52 de la mañana mi cerebro se activa. Los altavoces de la mezquita del barrio han anunciado el fajr o la oración del amanecer. A las 5, cuando mi alarma suena, ya me encuentro en la cocina preparando mi primer suhur,
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
27 de mayo, 2018
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

1 ramadán 1439 A. H. (17 de mayo de 2018 d.C.)

[dropcap]A[/dropcap] las 3:52 de la mañana mi cerebro se activa. Los altavoces de la mezquita del barrio han anunciado el fajr o la oración del amanecer. A las 5, cuando mi alarma suena, ya me encuentro en la cocina preparando mi primer suhur, única comida a la que tendré derecho hasta que se ponga el sol, es decir a las 7:25 p.m. según mi “Muslim App”. Mis movimientos son cuidadosos y lentos. Mi esposa e hija duermen a unos pocos metros y no quiero despertarlas. Cuando la cebolla y los huevos empiezan a crepitar en el aceite, me apresuro a batir para terminar lo más rápido posible. Junto con los huevos, mi suhur incluye leguminosas -frijoles blancos, garbanzo y chícharos-, un poco de sandía, un trozo de pan y aguacate, y una infusión de menta fresca, así como un pedazo de sellou, un plato típico de estas fechas hecho con almendras y ajonjolí y que ayuda a dar energía para el resto del día.

Me concentro en saborear cada bocado, pero la idea de empezar mi primera oración me entusiasma y me saca de esta comunión entre mis dedos y el tenedor, entre el paladar y el olfato. Me permito esta distracción unos segundos para luego regresar mis pensamientos al momento presente, como debe ser. Afuera, la luz del sol ha inundado casi todo a su alrededor y aguzo el oído para la siguiente llamada de la mezquita, la cual nunca llega. De cualquier forma, una vez que ha amanecido, termino mis alimentos y empiezo el sawm o ayuno.

Dejo los platos sin lavar para no hacer ruido y me dirijo al salón para orar, meditar o reflexionar, no sé aún qué será. Me coloco sobre el sillón con las piernas en posición de flor de loto. Cierro los ojos: todo es vacío. Durante un par de minutos intento hablar directamente con dios o con lo que sea que haya del otro lado de mis pensamientos y mi existencia. Un par de veces, hace varios años, asistí a sesiones de meditación y recuerdo la forma en que la guía inducía nuestro estado de relajación. La imito lo mejor que puedo, describiéndome a mí mismo lo que sucede en mi interior mientras respiro. Funciona por algunos minutos, pero luego el vacío de mi mente se empieza a llenar de sonidos e imágenes que se sobreponen unas a otras. Quiero vomitar este dolor, ¡ay qué calor!, cansado voy de este caminar tan largo, voy a volar con el ave sagrada, guíame Quetzal, viájame al final, eso es una canción de Porter, ¿qué hace aquí?, ¡concéntrate!, regresa tu mente al aquí y al ahora, al momento en que le comí el mandado a Luis Miguel y le volé la novia, ese es un tuit sobre una serie que ni siquiera puedes ver porque no está en tu catálogo de Netflix, ¿en verdad no puedes concentrarte?, ¡qué difícil es!, ¿y si mejor cambio de estrategia?, ¿hacer qué, entonces?, padre nuestro que estás en el cielo… santificado… sea tu nombre… [no vienen en paz; se oyen gritos / ¿cómo trasladar todo esto al papel?]… hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo… [hay tres naves, traen a Cristo / si estás pensando en cómo lo vas a describir no estás concentrado en la oración]… perdona nuestras ofensas como perdonamos a los que nos ofenden… [guíame Quetzal, viájame al final / ¡deja de cantar y de planear cómo escribirás!]…no nos dejes caer en tentación, líbranos del mal [… / …]. ¡Abre los ojos!

No era lo que esperaba, a pesar de que no sé qué esperaba. Ya habrá tiempo para reflexionar sobre esto, ahora es momento de dormir de nuevo si quiero llegar al atardecer.

Pasa del mediodía. Me encuentro jugando con mi hija en el espacio que acondicioné para hacer mis oraciones y meditar, y donde he dispuesto algunos libros que son parte del proyecto. Luego de arrojar a un lado y a otro todo lo que tiene a la mano, hace caer sobre mis piernas el libro de Marshal B. Rosenberg sobre comunicación no-violenta y cuya lectura es parte de mis lineamientos. Al leer la introducción, aparece ante mí la oración laica perfecta. La traduzco, le hago ajustes mínimos y la uso por primera vez durante la oración de la tarde o ‘ars:

Quiero mantenerme en contacto con la suave ola de la Vida
y, a donde sea que yo vaya, repartirla y compartirla con amor.
Quiero que todo lo que diga y haga
transmita fuerza, calor y luz.
Amo el sabernos sin obligación de triunfar
y que la vida sea un don que solo nos queda aceptar.
Quiero que todo lo que venga de mí
se transforme en fuente de energía viva.
Quiero mantenerme en contacto con la suave ola de la Vida
y, a donde sea que yo vaya, repartirla y compartirla con amor.

*

Marjorie llegó a la casa más temprano que de costumbre. Como todos los negocios e instituciones del país, la escuela donde trabaja ajustó sus horarios por ramadán. En lugar de iniciar a las 8 ahora empieza a las 9, dos horas para comer es ahora una, y la salida no es a las 6 sino a las 3. Esta nueva dinámica permitirá que haga el relevo para cuidar a Mali y yo me concentre en la redacción de mi tesis, lo cual es exactamente lo que estoy haciendo cuando la caída del sol se acerca. Tanto física como mentalmente he logrado controlar mis ganas de comer, no así mis pensamientos negativos. El primero se lo dediqué a los pendejos de un banco, el segundo al pendejo que esto escribe cuando se equivocó al escribir una clave de acceso, y otros más a los desarrolladores urbanos y automóviles responsables de convertir mi recorrido matutino con carriola en una carrera de obstáculos.

Antes de que el almuédano llame para la oración del maghrib a las 7:25 y se rompa el ayuno, los vecinos nos llaman para que bajemos al iftar. La mesa ofrece varios platos con quesos de diversas marcas y tipos, huevos duros y comino para acompañarlos, mermelada de almendra, y dátiles, el alimento con el que el Profeta celebraba la ruptura del ayuno. Al entrar, los hombres de la familia ya están sentados. Antes de que Marjorie, Malinali y yo ocupemos nuestros lugares, algunos de ellos ya han empezado a comer dátiles y pan. La televisión en el fondo ofrece una sitcom marroquí. No hay mayores ceremonias lo cual me decepciona un poco. No buscaba una experiencia mística pero tampoco una cena como cualquier otra.

Tomo mi tiempo para saborear mi primer dátil. Mastico con cuidado y parsimonia todo lo que entra en mi boca, no solo buscando un mayor placer sino para evitar problemas digestivos: al romper mi primer ayuno de medio día hace un mes, la velocidad a la que comí me provocó malestar el resto de la tarde. A mi alrededor, nuestros anfitriones se apresuran a abrir sus huevos duros y untar el queso sobre sus panes. Come más, me indican. Yo sonrío y es Marjorie quien les explica que quiero tomarme las cosas con calma.

Solo el hijo más joven, la madre y la abuela visten a la usanza musulmana; ellas, como siempre las he visto, cubren su cabello y orejas. El resto de los hombres lleva pantalones y chanclas, y la única hija lleva unos pantalones deportivos y tenis, misma combinación de la empleada doméstica de unos 14 años que vive con ellos. Ésta, sentada en otra mesa a unos metros de nosotros, recibe la instrucción de traer la olla con harira, sopa tradicional marroquí que me ofrezco a servir. Humeante y espesa, sus garbanzos, arroz, pollo y especias hacen maravillas en mi estómago. Sigo comiendo con calma, tratando de dejar espacio para lo que siga, pero extrañamente me siento satisfecho al terminar el primer tazón de sopa. Cuando el estofado de res llega, lo pruebo por curiosidad mas no por necesidad. Con la mano derecha, como lo indica la tradición, tomo un pedazo de pan y lo llevo hasta el platón para recoger algunos pedazos de carne y un poco del jugo. ¿Café, té? Digo que no.

A excepción de algunas preguntas sobre Malinali y la nacionalidad de Marjorie y mía, no hay mucha conversación. Es cierto que, a excepción de los hijos, la familia S. no habla mucho francés, pero, de nuevo, me siento un tanto decepcionado de que la cena se concentre sobre todo en comer y nada más. Tengo muchas dudas sobre ramadán, pero no me siento en confianza para resolverlas con ellos. Además, mi última conversación sobre religión con uno de los hijos fue un tanto incómoda y me marcó la pauta para no tratar demasiado los aspectos de este proyecto con él. Cuando finalmente me atrevo a contar que después del suhur no escuché al almuédano anunciar el amanecer, es éste mismo que me dice, pues claro, no hubo porque al amanecer no hay oración. El ayuno comienza más temprano, justo cuando debemos hacer el fajr, tendrías que haberte despertado a las 3, no a las 5. Si tu ayuno comenzó a las 5, hoy no vale, es como si no lo hubieras hecho. Su hermana, más conciliadora, me dice que no me preocupe, que es la primera vez. La llamada del amanecer sucede en días normales y representa una oración facultativa durante ramadán. La importante es el fajr, después de eso nada debe entrar en tu boca. Mañana lo harás mejor. Regresamos a casa esperando que los siguientes iftar sean más calurosos. Cambio mi alarma para las 3:15 a.m. y preparo todo lo que puedo de mi suhur del día siguiente.

Y pues eso, mi primer iftar me ha decepcionado, pero ya vendrán mejores.

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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