La violencia contra mujeres periodistas dejó de ser sutil en un país que suma más de 100 periodistas asesinados y al menos 23 desaparecidos en los últimos 15 años. ¿Cómo se comienza desde cero? ¿Cómo se le imprime de sentido a la vida si lo que siempre has sido es lo que te pone en riesgo? Desde el exilio, dos periodistas nos cuentan
¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras.
César Vallejo
T:
Ahí están, detrás de la puerta. En los cristales se recortan a contraluz las sombras de los AK47. Vienen por nosotras. Lo sé. Hay cuatro calles cerradas a la redonda. Es un operativo militar en toda forma, aunque esos hombres no son del Ejército. Pero soldados sí son, militan en las filas del crimen organizado que ha sembrado el terror en las calles. Y ahora ellos están ahí, detrás de la puerta antes de hacerla añicos, como a mi vida.
Mis hijas y mi madre están conmigo. Todo es tan rápido. Una de las dos adolescentes está escaleras arriba a punto de entrar al baño. Destrozan la puerta principal y cerca de 20 hombres inundan la casa en tropel. Esa casa que recién pudimos comprar, que significaba por fin, un espacio propio. No accionan las armas, pero las palabras que escupen parecen balas, ráfagas: que quién soy, que quién putas me creo, que por qué me pusieron, que a qué me dedico. Y yo no entiendo nada, ¿de qué hablan? ¿quiénes son ellos? ¿por qué están en mi casa una tarde de enero cuando allá fuera todo es resaca por el cambio de año, pero también por el cambio de poderes en el estado?
A punta de cuerno de chivo nos arrinconan, nos llevan a un vestidor que está en la planta baja y nos arrodillan. Por el miedo, mi madre no consigue doblar las piernas. Dejan que ella se quede de pie, pero a mi otra hija, la que estaba arriba ya la traen escaleras abajo. Un sujeto la arrastra de los cabellos y la avienta donde estamos las demás. Los hombres tiran todo buscando quién sabe qué cosa. Las ventanas y las puertas las han dejado en pedazos.
Al fin se van. No sabemos aún qué pasa, pero esto parece un operativo de guerra; uno más en esa guerra que desde hace años se libra acá, en las calles, con balazos que repiquetean como campanas. Ellos ya se fueron y respiramos en medio del estupor. No. Ahí vienen de nuevo. Dicen que se van a llevar a mis hijas, pero en realidad nos secuestran a las cuatro, aunque a cada una nos suben en vehículos distintos, no volveré a verlas en varios días.
V:
A tu jefe lo privaron de su libertad saliendo del trabajo. Tres sujetos armados se lo llevaron. Son cerca de las 11:30 y tú y tus compañeros se saben un blanco móvil. Hasta antes de esta noche las estadísticas sumaban ocho reporteros asesinados en tu estado en menos de un año, pero la lista no deja de crecer. En unas horas, cerca de las 5 de la mañana, encontrarán el cuerpo desmembrado de tu jefe metido en una bolsa en la plaza central de la ciudad, a su lado un mensaje de uno de los grupos del crimen organizado. Ahí quedó el cuerpo de quien te invitó a integrarte a su portal y con quien compartiste otras redacciones, otros años.
Ese mismo día tu teléfono y el de tus compañeros comenzará a replicar una amenaza masiva: ‘eso le pasa a quienes traicionan y se quieren pasar de listos’. El mensaje llegará también a tu casa. Aunque tu número es privado, eso no los detiene. Lo único posible es huir, no porque seas parte de ‘los se quieren pasar de listos’, sino porque nada escapa del control del crimen organizado.
Tú, como muchos de los compañeros con los que has compartido calles, fuentes, ruedas de prensa, café y cerveza, semanas antes fuiste a verlos, cuando tomaron posesión de la plaza. No había opción, un comandante de la policía te llevó con ellos y te advirtió escuchar, obedecer y no mirar a los ojos. No hay mucho que hacer. Asumir que no eres la primera ni serás la última. Que es cierto el rumor de varios compañeros de la fuente, que ya pasaron por esto. Que del ‘plata o plomo’ pasaron al ‘plomo o plomo’ si se incumplen las reglas no escritas de este estado fallido en el que vives.
Y de ahí a la paranoia, a la alerta constante, al terror de saber que cada nota que publicas puede ser la última si a alguien simplemente no le gustó. Por eso en las ruedas de prensa antes de cualquier cosa lo primero es el conteo: ¿quién falta? ¿y a fulano quién lo vio? Oye, háblale. Oye, ¿quién lo vio por última vez? No, pues, me dijo que iba por su niña a la escuela y llegaba. No, pues, si no llega hay que hablarle.
Por eso la llamada de amenaza que se replica en los teléfonos de los reporteros como un virus, tras el asesinato de tu jefe, no se ignora, ni se desdeña; por eso la única salida posible es tomar lo que se puede llevar a mano y acercarse de manera discreta a la terminal de autobuses para pedir un boleto a nombre de alguien más, y salir en la noche.
Por eso le hablaste a tus contactos en la Ciudad de México.
— ¡Vente! –te dijeron— Sal de ahí.
— Pero no tengo dinero.
—Te depositamos, pero tienes que salir de ahí.
T:
Nosotros ya vivimos muchos inicios de guerra, ahí está (Vicente) Fox con su operación “México Seguro”, que avivó el fuego porque muchos de quienes supuestamente iban a combatir terminaron tomando partido. Cuando empezó la guerra de Calderón nos pusieron al Ejército en las calles, reventaban casas que ni eran, provocaron choques en las calles, choques muy fuertes con balaceras a cada rato, pero la verdad es que no detuvo nada, al contrario, se fue extendiendo. De unos pocos municipios la guerra comenzó a brotar en otros. Al grado de tomar poblaciones enteras. La toma de plaza es también la toma de la prensa. La advertencia de que ya están acá y los debes escuchar. Y lo hacen como lo hacen con todos los demás: levantan a los colegas, los tablean, les advierten, les secuestran hijos… Así empezaron a obligar a los medios a estar atentos de lo que pueden o no publicar.
[Nota al margen: En 2010 el Diario de Juárez publicó una editorial que empezaba así: “Señores de las diferentes organizaciones que se disputan la plaza de Ciudad Juárez: la pérdida de dos reporteros de esta casa editora en menos de dos años representa un quebranto irreparable para todos los que laboramos aquí y, en particular, para sus familias. Hacemos de su conocimiento que somos comunicadores, no adivinos. Por tanto, como trabajadores de la información queremos que nos expliquen qué es lo que quieren de nosotros, qué es lo que pretenden que publiquemos o dejemos de publicar, para saber a qué atenernos”.]
De hecho nombran a un jefe de relaciones públicas y todos los periódicos tienen a alguien infiltrado, que está en comunicación con ese jefe de relaciones públicas, y todos lo ven como algo bueno, porque de esa forma puedes estar tranquilo de qué puedes o no publicar, se le ve como una forma de protección, no lo ven como algo… digo, sí les preocupa, pero de esa forma puedes tener los conductos de comunicación abiertos a que luego publiquen algo que provoque una reacción negativa de los otros y vayan a aventarles granadas o a secuestrar y matar porque ya ha pasado.
V:
Fue paulatino. Como la historia de la rana hervida. El agua comenzó a calentarse, poco a poco. Los homicidios comenzaron a multiplicarse y un día te encontraste de frente con cuerpos envueltos en sábanas y en cobijas, o cuerpos sin cabeza, en fragmentos. No uno, como anormalidad, sino muchos. Y otro y otro y otro. Cuerpos amontonados como fichas de dominó, como montañas de carne. Igual que la rana no se dieron cuenta cuando el agua empezó a hervir y entonces ya no hubo retorno posible.
Y al lado de los cuerpos los mensajes, las mantas, las acusaciones y las amenazas genéricas, incluso los señalamientos de que equis o ye jefe policial trabaja para el otro bando, cualquiera que éste sea: el de la letra, el del golfo, nueva generación, los templarios, el de Sinaloa, el de…
Las coberturas comenzaron a volverse complicadas y se dejaron de firmar las notas o se firmaron con seudónimos. Nada los protegió. Los policías, esos que a veces te contaban cosas, esos que a veces te filtraban datos, comenzaron a pasarle información a la maña, que cómo se llaman, que en dónde escriben, o dónde transmiten su información. Y tú y tus compañeros comenzaron a replicar esos mensajes, como si fueran boletines de gobierno y eso los hizo vulnerables, tan vulnerables.
Entonces empezaron los levantones, no sólo de reporteros, también de editores y de todos aquellos que tienen la capacidad de decidir qué nota entra y qué nota no. Después, llamaban para ordenar que tú y tus compañeros tenían que ir a cubrir tal información. Y hacías grupo con otros, y publicabas lo que decían esos mensajes. Cuando decidieron, tú y tus colegas, que lo mejor era dejar de cubrir esas notas ya no había opción.
Y así comenzaron las desapariciones de tus colegas. Y así comenzaron también los pagos a algunos y los asesinatos de otros. Y así infiltraron las redacciones e hicieron de las relaciones públicas y del control mediático parte de su estrategia de guerra.
Los olores que parecen los mismos no lo son. Las sutiles diferencias que dan unos cientos de kilómetros de distancia hacen que parezcan millones. La frontera no está definida por muros ni por trámites burocrático: un pasaporte, una visa; sino por el tableteo de las armas, las AK47 que escupen fuego, por los hombres que cortan cabezas, mutilan cuerpos, se olvidan de su ser humano y se transforman en su ser animal. No hay policía fronteriza que te impida el paso, es el miedo a la violencia que anidó lo que detiene el regreso, lo que impide el retorno.
T:
Una de mis hijas lo dice de tanto en tanto, cuando entramos a una tienda de esas que había cuando aún estábamos allá: ‘qué tal mamá que salimos y estamos de nuevo allá…’
Llegamos huyendo con lo que nos cupo en la cajuela del auto. Dos días después del secuestro que me tuvo en manos de ellos por 56 horas.
56 horas de amenazas, de si no me “reconoces” a fulano de tal te vamos a torturar.
56 horas de mirar cómo golpeaban hasta el cansancio a otros cuatro sujetos que subieron al mismo vehículo en donde me llevaron.
56 horas de amenazarme, si no los obedecía serían mis hijas o mi mamá las que vivirían en carne lo que esos otros vivían en huesos.
56 horas.
Pero lo más difícil no fue eso. Ni la angustia de saberme en sus manos. Ni el terror de que mis hijas pasaran por lo que pasé. Ni siquiera las horas siguientes a mi liberación y el no poder dormir, sobresaltada por cualquier ruidito. No. Lo más difícil vino después, cuando ya no estaba allá, pero quería seguir estando allá…. Tú sabes, el capital de un periodista es el conocimiento de la vida política y social del espacio que cubre, sus archivos, lo que entiendes de las relaciones de poder, las fuentes que ha construido. Y acá tuve que volver a empezar… Yo no sabía nada de la realidad local, no dejaba de pensar que tenía que estar allá, mis familiares siguen allá, mis amigos siguen allá, y yo decía: ‘tengo que estar escribiendo de eso y no de lo que sucede acá… es que ya nadie va a querer escribir nada, después de lo que me pasó nadie va a querer escribir nada’.
La violencia contra las periodistas es complicada. No sólo es uno quien debe huir, se arrastra a la familia. Y la bronca es que no hay una red de acompañamiento, no hubo apoyo sicológico ni para mí, ni para mis hijas. Sí hubo un ofrecimiento de Artículo 19 pero era por Skype, y como que a mí no me funcionan las terapias así. Y no sólo era yo, tenía que sumar la depresión de mis hijas, y pues me sentía culpable, muy culpable porque tuve que sacarlas de su vida, de sus amigos, de sus familiares, de su estilo de vida, para llegar a un lugar en donde no conoces a nadie, con la mirada puesta en lo que se quedó, apelotadas en un pequeño departamento.
Una vez salimos y se quedó en la casa una de mis dos hijas, cuando regresamos la encontramos aterrada y llorando porque habían estado lanzando cuetes, ella creyó que eran granadazos. Otra ocasión salimos de la casa y otra de mis hijas se asoma por la ventana para despedirnos y comenzó a llorar aterrada porque había visto cerca un Suburban negra, y pensó que era alguien que venía por nosotras.
Poco a poco empiezas a darte cuenta que no hay retorno.
¿Cuándo inició la reconstrucción? Cuando asumieron que la vida estaba ahí, donde ellas se refugiaron, y que ahí había que empezar de nuevo. Que había que reconstruir una red de apoyo, esa que no tuvieron o no fue del todo sólida de inicio. Tal vez porque la negación y el duelo se los impidió, tal vez porque nadie estaba preparado para eso.
V:
Han pasado algunos años. Y aunque aún no duermes con la tranquilidad de antes de la guerra, ya pasaron esos días en lo que tuviste que salir a trabajar a las calles para obtener un poco más de ingresos pues el apoyo de la organización de periodistas que adoptó tu caso, si bien nunca dejó de fluir, tampoco fue abundante. El sueño, lo sabes y lo dices, está cerca de la tranquilidad.
Como también sabes y lo dices a quién te pregunta que sí quieres seguir haciendo periodismo –tampoco es que lo hayas dejado del todo—, a pesar del costo que para ti ha tenido. Que quieres seguir haciendo periodismo, pero más profundo y más profesional. Aunque ya no sea en tu lugar de origen, al que quizá sólo vuelvas ‘cuando ya sea viejita’.
— Si pudieras hablar con la que eras antes de que las cosas comenzaran a complicarse, ¿qué te dirías? — te pregunto.
Y tú respondes que sería importante creer en tu instinto, en esa voz que te dice aguas. Pero te obstinaste, te ganó la rabia al saber a tus compañeros desaparecidos, a tu gente querida desvanecida en sus manos. Lo sabes. Te cegó el dolor, son chingaderas, esto no puede ser, no puedes abandonar a los que quedan. Eso, lo sabes ahora, te hizo perder de vista el riesgo. Pero era difícil, todavía lo es, pensar en tu jefe dentro de una bolsa de plástico, de tus otros compañeros con quienes cruzaste cervezas, charlas, que hoy ya no están. Y te repites que es duro, muy duro, bien duro, porque para ti son entrañables y se fueron de la manera más culera, más cabrona…
Sí, eso te dirías, que pusieras más atención en tu instinto, porque recuerdas que llegó un momento en que no podías confiar en nadie, porque en los pasillos se decía que equis o ye, tus compas, ya habían sido llamados por esas gentes, y en cualquier momento te tocaría a ti. Eso era la ruleta rusa, no sabías cuál iba a ser tu momento.
Nota: se omiten nombres, fechas, y lugares para evitar una identificación de quienes dieron su testimonio.
[quote_box_left]Este reportaje especial fue realizado con apoyo del Fondo Canadá, para iniciativas locales. Además, forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: http://www.piedepagina.mx [/quote_box_left]
EL PEPO