Lado B
Las ramas de la historia, una novela metaficcional
Hablar de la figura de Sergio Pitol siempre impone. Pitol es el registro de la memoria. Gran introductor de varias tradiciones literarias, entre ellas la polaca, nos acercó a Witold Gombrowicz y Jerzy Andrzejewski.
Por José Luis Prado @pepepradog
22 de mayo, 2016
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José Luis Prado

@pepepradog

[dropcap]H[/dropcap]ablar de la figura de Sergio Pitol siempre impone. Pitol es el registro de la memoria. Gran introductor de varias tradiciones literarias, entre ellas la polaca, nos acercó a Witold Gombrowicz y Jerzy Andrzejewski. Hace poco le entregaron el Premio Internacional Alfonso Reyes, que también ganaron, entre otros, Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier; Harold Bloom y George Steiner, curiosa nómina de escritores al lado de críticos, quizá eso sea la perfecta analogía al pensar en el estilo del autor de Vals de Mefisto. El escritor, nacido en Puebla, fue merecedor del Premio Herralde en el año 1984, premio famoso otorgado por la editorial Anagrama quien también cuenta entre sus filas a Roberto Bolaño, Daniel Sada y Enrique Vila-Matas.

Leer a Sergio Pitol es como abismarse, hundirse por diferentes niveles de lectura que él traduce en creación literaria. Algunos de sus cuentos circulan en otras obras, el caso de El relato veneciano de Billie Upward (1980) por ejemplo, que se convierte en el capítulo VI de la novela Juegos Florales (Ediciones Era, 1990).

La novela, editada en 1982 por Ediciones Era, cuenta la historia de un fracaso, un escritor que intenta escribir una historia que sea trascendente. Tenemos a un narrador omnisciente que, a su vez, cuenta la historia de un personaje en el proceso de escribir una novela: “él comentó que varias veces había intentado escribir, sin lograrlo, una novela sobre Billie Upward, bueno, sobre un personaje que reproducía vicisitudes de Billie y que compartía con ella el mismo final.” De tal suerte que lo hecho por Pitol, es la construcción de una mise en abyme, tenemos en un plano narrativo al escritor que regresa a Roma, después de veinte años con su esposa Leonor. Una pareja, amigos suyos, de aquella época los hospeda y en una charla recuerdan los años de su anterior estancia al lado de Teresa Requenes, quien editaba una serie literaria llamada Los cuadernos de Orión, dirigida por una inglesa Billie Upward y otro mexicano llamado Raúl.

Existe en la novela una yuxtaposición de los planos una vez que el narrador omnisciente nos coloca en el proceso de redacción que tuvo su origen en el barco y fue publicado en Los cuadernos de Orión. El acto de contar una y otra vez, supone, de cierta manera, la reinterpretación. Se trata de otorgar nuevamente una gama de matices que signifiquen. Esta circulación de historias, de fragmentos que re-construyen la historia; uno de los textos canónicos de nuestra tradición narrativa es Don Quijote de la Mancha. Ya en ese texto encontramos algunos recursos metaficcionales como el de los personajes que formulan comentarios acerca de la primera parte del Quijote.

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La metaficción, según David Lodge, es ficción que habla de la ficción; en este sentido, podríamos decir que no es un invento nuevo, ya antes existía en Cervantes; sin embargo, es una marca que aparece en escritores contemporáneos, probablemente tenga que ver con el clima de la cultura moderna, para decirlo en palabras del ensayista inglés, una aguda conciencia de quiénes son y qué hacen. La novela Juegos florales es un extraordinario ejercicio que reconoce el carácter artificial de las convenciones realistas, lo que Pitol da por sentado, es que una obra narrativa se halla, primero que nada, en la construcción verbal.

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Autor Lado B
José Luis Prado
José Luis Prado ha sido becario del Fondo estatal para la cultura y las artes de Puebla en las emisiones 2011 y 2013 en la disciplina de cuento; publica en revistas nacionales e internacionales. Actualmente imparte talleres de cuento en la Escuela de Escritura y en los talleres artísticos de la BUAP.
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