Memoria de la cotidianidad de los humanos desde tiempo inmemorial, el graffiti desde los animales de Altamira hasta la última pinta de ayer por un alcoholescente del suburbio ha sido siempre una forma de expresión lúdica, informativa, irreverente, reivindicativa y de denuncia. Se trate de símbolos políticos o religiosos, de siluetas humanas o de animales, de objetos, esos dibujos dicen mucho de las formas de vida, las creencias o los centros de interés de la humanidad al filo de los siglos, aparecen en las paredes de las cuevas, en los vidrios de los vehículos, en los muros de las iglesias, de los castillos, de las casas, en los calabozos, las torres, los molinos de viento, la corteza de los árboles y las rocas del acantilado.
Están en todas partes y son declaraciones de amor, gritos de protesta, aullidos de dolor porque un muro, una pared, es una superficie de expresión, un lugar perverso para la creación, como las páginas de un libro que cuentan una historia del mundo.
EL PEPO