Lado B
Los ingrávidos: un vaivén afantasmado
Abro mi ejemplar de Los ingrávidos (Sexto piso, 2011) y, por la nota de la autora plasmada en la primera página, recuerdo aquel día en que habló en Puebla de este libro, llovía
Por José Luis Prado @pepepradog
24 de enero, 2016
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José Luis Prado

@pepepradog

[dropcap type=»1″]A[/dropcap]bro mi ejemplar de Los ingrávidos (Sexto piso, 2011) y, por la nota de la autora plasmada en la primera página, recuerdo aquel día en que habló en Puebla de este libro. Llovía.

La lluvia puede ser el cliché del recuerdo, pero también emparenta de manera precisa el modo narrativo de Luiselli a partir del uso que hace del flashback, como si esta forma, la de describir el pasado, permitiera el paso a un presente narrativo y viceversa.

La primera novela de la autora mexicana –quien empezó el proceso creativo de la misma al llegar a Harlem– plantea, a través de diferentes planos temporales, las historias de una joven escritora y madre que dice:

“Ahora escribo de noche, cuando los niños están dormidos y ya es lícito fumar, beber y dejar que entren las corrientes de aire. Antes escribía todo el tiempo, a cualquier hora, porque mi cuerpo me pertenecía. Mis piernas eran largas, fuertes y flacas. Era propio ofrecerlas; a quien fuera, a la escritura.”

La estructura narrativa se vuelve atractiva, ya que la autora de La historia de mis dientes intrinca muy bien los tiempos pasado y presente, sobre todo al referirse al poeta Gilberto Owen, quien también estuvo en Harlem pero en el año 1940.

De tal modo, uno se mueve por dos realidades: una muy cercana al hiperrealismo generado por la reflexión del proceso de escritura de la novela: “Mi marido lee algunos de estos párrafos y me pregunta quién es Moby. Nadie, le digo, Moby es un personaje”; y, la otra, más parecida a una realidad afantasmada: habitada por poetas muertos.

En este punto, no puedo dejar de pensar en la herencia de Pedro Páramo para la construcción de su novela. La narradora nos permite movernos por este plano una vez que uno de sus hijos pregunta de qué trata la novela que escribe ―la que estamos leyendo―. De fantasmas, responde.

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Existe un planteamiento formal, dice Luiselli: “Novela horizontal contada verticalmente. Una novela que tiene que escribirse desde fuera para leerse desde dentro”. En este sentido, funciona perfectamente la estructura que decidió la autora: una narración fragmentaria que permite el llenado de huecos. “Una novela horizontal, contada verticalmente”: algo semejante a detener el tiempo sin interrumpir el movimiento de las cosas: una fotografía del fantasma de Gilberto Owen, el tiempo sigue su curso, las plantas siguen con vida.

La narradora encuentra en la biblioteca una carta de Owen a Xavier Villaurrutia, y esto es lo que une los dos planos narrativos. Los dos tiempos que, con el avance de la novela, se van tejiendo:

“Un viernes por la tarde, mientras hojeaba libros en la biblioteca de la Universidad de Columbia para llevar a la editorial el lunes, di con una carta del poeta Gilberto Owen a Xavier Villaurrutia: ‹‹Vivo en Morningside Av. 63. En la maleta derecha hay una maceta que parece una lámpara. Tiene redondas llamas verdes ››. La carta pertenecía al tomo Obra”.

La novela de Luiselli trabaja perfectamente con la yuxtaposición de planos narrativos, ya que echa mano de escenarios similares. Tal es el caso de Harlem, cuando hace aparecer objetos que en la novela parecen un detalle, por ejemplo las macetas: “Salí detrás de ella cargando la maceta. Bajamos las escaleras despacio”, recurso que hemos visto de forma magistral en el brevísimo texto ‘Continuidad de los parques’ del argentino Julio Cortázar. Ello genera un transcurso espacial tan sutil que nos desplaza de uno a otro plano, en este caso, de presente a pasado: “El metro, sus múltiples paradas, sus averías, sus aceleraciones repentinas, sus zonas oscuras, podrían funcionar como esquema del tiempo en esa otra novela”.

Los ingrávidos es un ejercicio literario con mayúscula que no sólo apela a la escritura de la obra misma, sino que funciona como una propuesta para el lector que descifra y llena huecos al ir descubriendo, de a poco, la historia de un hombre que empieza en otra ciudad y otra vida a ser invisible.

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Autor Lado B
José Luis Prado
José Luis Prado ha sido becario del Fondo estatal para la cultura y las artes de Puebla en las emisiones 2011 y 2013 en la disciplina de cuento; publica en revistas nacionales e internacionales. Actualmente imparte talleres de cuento en la Escuela de Escritura y en los talleres artísticos de la BUAP.