Lado B
La exorcista
Por Ámbar Barrera @astrobruja_
30 de octubre, 2015
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Ámbar Barrera

@Dra_Caos

[dropcap type=»3″]S[/dropcap]í. Me dejé llevar. ¿Para qué ir con una exorcista en días de muertos si no se está dispuesto a intentarlo todo?

Ella se llama Claudia Solís y tiene un poco más de 40 años y su actitud es muy jovial. Es muy amable, sonríe y habla todo el tiempo, está dispuesta a contar todo sobre su vida y su trabajo de “sanación” (como llama ella a los exorcismos). Minutos después de conocerme dijo que yo fui enviada de alguna manera para ponerla a prueba. Nunca imaginé que esa gran prueba se revelaría por una puerta cerrada.

Cualquier expectativa sobre el conocer a una mujer exorcista se rompió desde el momento que le hablé por teléfono. Una podría esperar que alguien que se dedica a esas cosas será mucho más difícil de abordar, tal vez con una vibra más pesada y además, vistiendo de manera que haga evidente que lo suyo es lo esotérico. Ella resultó lo contrario.

Claudia mide como 1.60, tiene el cabello muy largo y delgado amarrado en una coleta, usa lentes y en su sonrisa (que mantiene la mayor parte del tiempo) se asoma una pieza dental plateada. Vestía un pantalón negro de vestir, camisa blanca con holanes en el pecho y zapatos negros cerrados. Ella después me dirá que se siente disfrazada, que preferiría andar de sandalias, vestidos largos y otras telas que le cubran el rostro, pero no lo hace para evitar que la juzguen. Ella es judía. Y es desde el judaísmo donde se basa toda su ideología espiritual.

Hablamos por horas. El sol bañaba con fuerza la ciudad cuando Marlene –la fotógrafa- y yo nos encontramos con ella. Desde el principio me advirtió que debíamos hablar antes de todos santos y ya en la plática apresuró algunas cosas para que no nos atrapara la caída de la noche.

Cada vez que mencionaba alguna cosa sobre demonios o fuerzas del mal, alzaba los brazos y miraba hacia arriba, pronunciando frases en hebreo y algunas en español como “Me cubro con la sangre de Yeshúa” como rituales de protección. Su voz es ronca y de vez en cuando borra su sonrisa y muestra más profundidad en la mirada, para hacer énfasis en sus palabras.

Al entrar a la casa donde hace las sanaciones sentí que se encogía mi estómago pero lo dejé pasar. Después de todo, por eso estaba ahí, para abrirme a experiencias que no se tienen todos los días.

Cuando Claudia va a leer a las personas les pide permiso, cierra los ojos, respira profundo, alza las manos, lanza las palabras rituales y así, manteniendo los ojos cerrados un momento comienza a hablar.

[quote_right]Claudia trataba de hablar con un algo interno mío que supuse sería para ella una especie de ente maligno en mi interior con la forma de una niña de 12 años (como ella misma la describió). Claudia me preguntó quién era yo y quién me había mandado.[/quote_right]

–Tú eres un libro abierto, muy transparente –dijo dirigiéndose a mí–. Sobre ti veo una gran luz atravesada por una espada.

Después de un rato platicando sobre sus experiencias con la muerte y otros entes de luz y oscuridad, alguien tocó la puerta. En el deseo de una experiencia extraordinaria una desearía que no hubiera nadie tras la puerta, que se tratara de una interrupción invisible e inexplicable. En cambio, se trataba de Maribel, una mujer bajita y menuda, amiga y aprendiz de Claudia.

–No pude entrar a mi casa –dijo Maribel en voz baja con algo de timidez por interrumpir. La imagen de una puerta cerrada viene a mi cabeza sin complicaciones.

–Te lo dije –le respondió Claudia, muy firme–. Hoy se libera un pingo (refiriéndose a un demonio) muy grande. Discúlpenos, hablamos en otro idioma –dirigiéndose a nosotras.

Entonces Claudia cerró los ojos, dijo algunas frases de protección y comenzó a decir lo que alcanzaba a ver en la casa cerrada de Maribel: Un demonio remolino rojo en la entrada y otras presencias más en el interior. Maribel trataba de articular palabra a mitad de la descripción y Claudia le indicaba suave pero firme que guardara silencio. Maribel se encogió completamente en su asiento y puso los dedos en sus labios sonriendo con timidez. Entonces Claudia le dijo que su abuelo muerto la cuida y por eso no la dejó entrar a su casa. Frunciendo el ceño Maribel contestó que no tiene abuelos muertos. Entonces es el bisabuelo, corrigió Claudia. Maribel se encogió de hombros y ladeó un poco la cabeza, encontrándole sentido.

Cuando Claudia la conoció, Maribel nunca miraba al frente, siempre al piso, encorvada. Maribel no salía de su casa, no conocía gente, era muy tímida. Lleva dos años de conocer a Claudia y siente que la ha ayudado mucho a quererse a sí misma y a desarrollar sus talentos.

Claudia llama capacidades a lo que otros llaman don. Dice que todos podríamos hacer lo mismo que ella, pero se requiere voluntad o morir (literalmente) en el intento. Dice que ha muerto tres veces y aunque Maribel no ha muerto ni le ha pasado alguna terrible experiencia, se esfuerza en aprender, maravillada por lo que ha visto desde que la conoce.

A lo largo de la plática hubo muchos momentos de complicidad entre ellas, donde sólo se miraban, se sonreían y Maribel asentía.

Claudia nos aseguró que quienes manejan el tarot y otro tipo de curaciones como “limpias”, santería o brujería son herramientas engañosas proporcionadas por el diablo y que después se cobran caro a quien las practica y a quien las busca: resultan en enfermedades y posesiones demoniacas.

También recordó que una vez una amiga estuvo poseída por 7 demonios y durante el exorcismo le crecieron los colmillos y se le deformaron varias partes del cuerpo. La causa de las posesiones había sido un libro con piel humana que había guardado, regalo de algún masón. Claudia escucha a los masones sin chistar, porque “manejan cosas pesadas, más del diablo y del mal”.

Hasta aquí yo no había intervenido mucho. Solamente hacía algunas preguntas, pero pensaba en mi afición a las cartas del tarot y que alguna vez como chisme me contaron que mi papá (al que no conozco) es masón.

Foto: Marlene Martínez

Foto: Marlene Martínez

Después de 3 horas de historias increíbles y la lectura de nuestras energías pedí pasar a su baño. Ya desde antes había pensado: “Estaría curioso si subo y no puedo abrir las puertas, así como le pasó a Maribel”.  Y así fue. La puerta nunca abrió.

Ni Claudia ni Maribel se sorprendieron con ese suceso, aunque dijeron que esa puerta nunca se había cerrado y mucho menos trabado. Ese detalle casi pasa desapercibido hasta que, ya al despedirnos, y justo antes de salir de su casa me atreví a decir:

–Luego me cuenta si la puerta abrió, porque yo ya sabía que estaba cerrada.

Claudia se puso muy seria. Su cuerpo se congeló por un segundo, miró a Maribel y esbozó media sonrisa. Maribel levantó las cejas.

Claudia me pidió sentarme, a mi derecha se sentó Maribel y a mi izquierda Marlene. Marlene tenía prisa por irse, pero Claudia nos pidió 5 minutos y nosotras accedimos, sin saber que permaneceríamos ahí dos horas más.

En ese momento y sin saber por qué, escupí que me gustaba leer las cartas y que alguna vez me llegó el rumor que mi padre era masón. Claudia se inquietó más y dijo que tal vez mi padre, a través de algún hilo familiar, me estaba jalando al lado del mal por medio de las cartas.

Pero sobre todo, la puerta cerrada se convirtió en un tema de suma importancia. Ya antes Claudia nos había bendecido a través de oraciones y nos transmitió energía de sus manos a nuestros estómagos. Pero en esta ocasión ella se arrodilló frente a mí y me pidió que la mirara fijamente a los ojos.

Sí. Me dejé llevar. ¿Para qué ir con una exorcista en días de muertos si no se está dispuesto a intentarlo todo?

Sin duda la cercanía y al mismo tiempo esa distancia entre dos personas que recién se conocen crea una atmosfera interesante. No me sentía incómoda en ese momento, incluso tampoco con las preguntas que vendrían después.

Claudia trataba de hablar con un algo interno mío que supuse sería para ella una especie de ente maligno en mi interior con la forma de una niña de 12 años (como ella misma la describió). Claudia me preguntó quién era yo y quién me había mandado. Me pidió cerrar los ojos cuando. Me preguntaba como si no me preguntara a mí, sino a ese algo dentro de mí.

[quote_right]Claudia me pidió visualizar una deidad y algunos ángeles para regresar al ahí y el ahora. Después interpretó que yo había salvado a Marlene de morir atropellada al retrasar nuestra partida con lo de la puerta cerrada y mis comentarios sobre las cartas y mi padre.[/quote_right]

Preguntó si tenía doble personalidad. Dije que no. Claudia decía que mi voz oscilaba entre la de una niña y una adulta, y que esa niña era la que había cerrado la puerta. Me dio la impresión que buscaba en mis respuestas la voz de un demonio, pero yo me sentía igual que hace 5 o 10 minutos. Muy yo, muy normal.

Al principio fui sincera. Claudia nos dijo muchas cosas esa tarde y muchas otras decidió guardarlas por aquellas reglas que le dictaban su religión y los conocimientos ocultos: No hablar de los muertos o los demonios al caer la noche, tampoco hablar de ello en todos santos. Aunque al final ahí estaba, después de oscurecer, asegurando que mis manos frías y el retraso en nuestra partida no era casualidad.

Del llavero de Claudia cayó de repente una cruz que llevaba ahí atorada y lo vio como otra señal de rebeldía de ese ser interno maligno que me dividía. Trató de apaciguarlo mientras yo prefería dejar de ser sincera para apresurar el proceso. Claudia quedó satisfecha por la aparente obediencia de aquel ente que me estaba expulsando de manera pacífica.

Luego me pidió de nuevo cerrar los ojos para responder la pregunta de por qué no podíamos irnos. Yo estaba entre concentrada, dispuesta y algo desilusionada porque estuviera presionando un poco las cosas y no pudiera ver y creer que estaba siendo sincera. Aun así describí las imágenes que me llegaban a la mente, que aunque fueran paisajes rojos de árboles negros o la imagen de animales como cuervos o caimanes, servían para que Claudia interpretara.

La conclusión de Claudia fue que lo que estaba mirando era resultado de que parte de mi alma no se encontraba precisamente en su casa, sino en un viaje aparentemente al inframundo. Eso sí, mis manos estaban muy frías y todo el calor de mi cuerpo lo sentía en la cara, pero para nada me sentía en el inframundo. Claudia me pidió visualizar una deidad y algunos ángeles para regresar al ahí y el ahora. Después interpretó que yo había salvado a Marlene de morir atropellada al retrasar nuestra partida con lo de la puerta cerrada y mis comentarios sobre las cartas y mi padre.

Por unos segundos quité mi rostro de concentración y fruncí el ceño. A mi supuesto regreso a este mundo Claudia hizo un último ejercicio conmigo para demostrarme que tengo capacidades sobrenaturales ocultas que podía usar sin las cartas del tarot. Así que me hizo una consulta personal mientras cerraba los ojos.

Se supone que en ese lapso abrí la puerta del baño con mi mente, a petición de Claudia. Maribel aseguró haber escuchado cómo se abrió. Siendo las 8 de la noche, ni Marlene ni yo quisimos quedarnos más a comprobarlo.

–El hecho que el Padre me ponga a mí (con el don prestado de curar) no quiere decir que yo sea de otro planeta. Soy un ser humano después de todo –dijo Claudia con una amplia sonrisa en algún momento durante nuestra larga conversación.

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Autor Lado B
Ámbar Barrera
Periodista, comunicóloga, fotógrafa, feminista y amante del arte.