Lado B
Soldados salvadoreños, hartos, incumplen la orden de guardar silencio
El Salvador se coronará como el más violento del mundo por su tasa de homicidios registrada en 2015, y sus soldados ganan 400 pesos al mes
Por Lado B @ladobemx
30 de septiembre, 2015
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¿Qué hay en la cabeza de un soldado que gana $220 colones (428 pesos mexicanos) al mes por patrullar las calles del país más violento del mundo? ¿Cómo lidian con las exigencias del Estado, las carencias de los cuarteles, la paranoia de cada día? En esencia, los soldados se saben cumpliendo roles de policías, pero lamentan que se les pague menos que a los policías, que se les trate peor que a un policía

Foto: Tomada de El Faro

Foto: Tomada de El Faro

Nelson Rauda │ El Faro

@_ElFaro_

El 5 de agosto de 2015, Kriscia Recinos, una periodista que para entonces trabajaba en el canal 6 de televisión, platicó con un grupo de soldados, mientras cubría un paro de microbuses del área metropolitana de San Salvador al que, días antes, unos pandilleros le habían quemado dos vehículos. Los soldados estaban ahí para brindar seguridad a las unidades que se arriesgaban a circular. Ellos hablaban del clima, de la inseguridad, pero la charla devino en silencio cuando Recinos les preguntó por sus condiciones de trabajo. La periodista notó que los incomodó y decidió partir, pero antes de irse uno de los soldados la detuvo.

«Un soldado me dijo espérese dos minutitos, el compañero que viene atrás le va a dar la mano», cuenta. Acto seguido, un soldado que nunca se quiso identificar le entregó un papel escrito a mano y le dijo: «ayúdenos por favor». En el papel, el soldado completaba su mensaje: «Por favor, ayúdenos a decirle al ministro de Defensa que nos dé el bono de $600 y el aumento, por favor, porque el sueldo no alcanza”. Abajo del mensaje para el ministro David Munguía Payés, los soldados habían dejado otro mensaje: “por favor, queremos comunicarnos con usted, regálenos su número”. Para la periodista aquella escena fue como de mentira, y el juego a las escondidas de los soldados, intuye ella, tendrá que ver con “todo ese miedo que le tienen a la autoridad, a sus jefes”. La periodista decidió no seguirles la pista porque creyó que las cámaras de televisión no ayudarían a contar una historia en la que los protagonistas tienen tanto miedo. La periodista me heredó el mensaje de los soldados anónimos.

Algo le pasa a los soldados que El Salvador ocupa para que patrullen las calles, en misiones de seguridad pública, para que recurran clandestinamente a una periodista de televisión para enviarle mensajes anónimos a su jefe, el ministro de Defensa, David Munguía Payés.

Foto de archivo: Militares custodian un camión con pasajeros civiles en el centro histórico de San Salvador. Las 140 unidades que hacen su recorrido desde la Plaza Barrios son custodiadas por agentes de la PNC o de la FAES. Dependiendo del destino así es el numero de agentes de seguridad. Por ejemplo las unidades que se dirigen a la ciudad de Zacatecoluca es custodiada por cuatro militares. Zacatecoluca es un foco de enfrentamientos entre pandillas y agentes de seguridad del Estado │ Tomada de El Faro

Foto de archivo: Militares custodian un camión con pasajeros civiles en el centro histórico de San Salvador. Las 140 unidades que hacen su recorrido desde la Plaza Barrios son custodiadas por agentes de la PNC o de la FAES. Dependiendo del destino así es el numero de agentes de seguridad. Por ejemplo las unidades que se dirigen a la ciudad de Zacatecoluca es custodiada por cuatro militares. Zacatecoluca es un foco de enfrentamientos entre pandillas y agentes de seguridad del Estado │ Tomada de El Faro

Sentados en un parqueo del centro de San Salvador, apostados atrás de algunos carros, los soldados del mensaje anónimo aceptan reunirse conmigo. Son seis en total, aunque algunos de sus compañeros del cuartel cercano llegan y se van al ver de qué va el asunto. Otros se quedan y comparten sus historias o, más bien, sus quejas sobre la forma cómo los trata el ejército. Los soldados bajan la voz cuando pasan personas en la calle y están alertas de quienes se parquean cerca de nosotros.

Entre los soldados hay uno que ronda los 24 años y qué asegura haber ingresado al ejército cuando se descubrió padre. Se enlistó en el 2012 con la idea de sostener a su novia. Ambos estaban en bachillerato.  Este joven se queja de lo cansada que es la vida militar, sobre todo en estos tiempos de guerra contra las pandillas. “Nunca me imaginé ser soldado. Llevamos trabajando 15 días y no podemos murmurar porque nos acusan de sedición. Quisiera que vieran los catres rotos, remendados con lazos, en que dormimos”, dice.

Otro de los soldados, que recién ha salido de licencia tras estar 12 días de servicio coincide en la falta de condiciones mínimas para desempeñar su trabajo. “Los jefes solo dan la orden. No les importa si he comido o bebido.  Anduve ocho días trabajando con dengue hemorrágico porque aquí no valen las incapacidades”, se queja.

La reunión se transforma en catarsis, en una especie de terapia grupal colectiva que utilizan para hablar aquellos que, por ley, no deberían hablar. El artículo 120 de la Ley de la carrera militar sanciona como una gravedad que un militar manifieste “en sus conversaciones rechazo o apatía en obedecer las leyes y órdenes legales de sus superiores”. Cada frase dicha por ellos en este relato constituye por sí sola, un acto de rebeldía.

Ellos temen y tienen motivos. El 24 de julio de 2015, un grupo de soldados fueron acusados de sedición por quejarse de las condiciones de trabajo en una protesta que fue frustrada por el Ministerio de la Defensa. Diez soldados se reunieron cerca del Reloj de Flores, en las afueras de San Salvador, y pretendían marchar a la Asamblea Legislativa para exigir un bono de $600, tal y como lo habían recibido, cuatro días antes, sus compañeros de guerra, los policías. Los manifestantes originales solo eran diez, pero el alto mando de la Fuerza Armada, para mandar un mensaje, decidió que tenían que ser 14. Un acto de este tipo no podía ser tolerado, así que a los soldados rasos se les unieron, acusados por sedición, un cabo, un subteniente, un teniente y un capitán, los cuatro –en orden jerárquico– que estaban a cargo de esa pequeña tropa. El crimen de los oficiales, en teoría, fue haber permitido que los soldados abandonaran sus funciones, aunque en los tribunales militares todos fueron acusados de complotar en una protesta. Aunque el caso, según la defensa, no pasará a mayores y todos quedarán libres de cargos, en aquel momento sirvió de escarmiento para el resto de la tropa salvadoreña: prohibido quejarse en esta guerra.

No hay forma de eludir este caso en las conversaciones con los militares. En una conversación que sostuve con un soldado que patrullaba en el municipio de Soyapango, el soldado empuñó el fusil y miró a ambos lados de la calle antes de soltarme una frase: «es injusto porque tenemos derechos. Somos seres humanos igual que los policías. Derechos reclama el soldado. Es cierto que el Ejército no es deliberante, pero no es tonto. Munguía (Payés) está bien pagado, bien comido y bien dormido”, me dijo.

—¿Crees que el general podría hacer lo que ustedes hacen acá? –pregunté.

—No lo hiciera–, contestó el soldado, y luego esbozó una risa sarcástica.

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Autor Lado B
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