Lado B
Diez años de la Niña Blanca en la ciudad de los ángeles
“Flaquita, ¿tú quieres estar aquí?”, le preguntó Arnulfo, y como la Flaca sí quiso, convirtió unas bodegas en un santuario
Por Aranzazú Ayala Martínez @aranhera
05 de febrero, 2015
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Foto: Marlene Martínez

Foto: Marlene Martínez

Aranzazú Ayala Martínez

@aranhera

El 1º de febrero de hace diez años, Arnulfo esperaba dentro del Consejo Taxista en Puebla, en la parte más alejada del Centro Histórico, la que ya no visitan los turistas ni por error. Esperaba, con su esposa y sus dos hijos y unos dos o tres amigos. Pasaban y pasaban los minutos, ya casi eran las 8 de la noche, pero nada. Hasta que uno de sus amigos se asomó a la calle y cuando entró de nuevo le dijo a Arnulfo que toda la gente estaba esperando afuera, que sí habían llegado respondiendo a la invitación para el primer rosario a la Santa Muerte que se haría en la ciudad.

Diez años después Arnulfo está parado a un lado del altar, repleto de estatuas de la Niña Blanca -la del centro, más alta que las demás, con un vestido como de quinceañera, fue una de las dos primeras Santas que vieron nacer el culto en Puebla.

Arnulfo se de la media vuelta, se quita los lentes y se limpia las lágrimas al escuchar la canción que Hortensia le canta. Hortensia es su paisana, de Veracruz, también es curandera como él y además canta, le compone y escribe a la Santa Muerte, y para este día de celebración le escribió una a su amigo Arnulfo. Ella y otra jarocha están en Puebla el domingo 1º de febrero para festejar la primera década de La Flaca aquí, en la cuarta ciudad más grande del país, en uno de los recintos más católicos y tradicionales de todo México que con el tiempo ha dado cabida a cada vez más fieles de la Niña Blanca.

El lugar, así como lo ven, no estaba, dice Arnulfo. Era muy diferente, estaba horrible: el primer y único santuario de Puebla (los demás son altares, dice Arnulfo) está al fondo de un pasillo angosto, que podría ser parte de una vecindad pero que era realmente un conjunto de bodegas llenas de basura y escombro. Alrededor de medio año después del primer rosario a la Flaca, Manuel, amigo de Arnulfo, le ofreció el espacio para que ahí le rezaran a la Santa y se moviera del consejo taxista. Le dijo que por utilizar inicialmente un pequeño cuarto rectangular, donde ahora está solamente el altar que crece cada vez más, lleno de Santas, cuadros, flores y veladoras, no iba a cobrarle nada, pero que  tenía que arreglarlo. A él no le gustó mucho pero tomó la Santa que en ese entonces llevaba colgada del cuello y le preguntó, “Flaquita, ¿tú quieres estar aquí?”. Y como la Flaca sí quiso entonces Arnulfo llegó a arreglar todo, con su esposa y sus hijos. Pero cada vez llegaba más gente, más y más gente. Entonces el señor alto y barrigón, de barba gris y sonrisa permanente tiró el muro de una de las bodegas para ampliar el lugar. Luego tiró el otro muro: tuvo que vender el Platina 2003 que manejaba para poder pagar la ampliación del Altar a donde cada vez llegaba más gente a rendir culto a la Muerte.

Santuario Santa Muerte 2015- MM

Foto: Marlene Martínez

Aunque el lugar está algo encerrado, las paredes azules le dan un respiro a los visitantes y las flores de papel que adornan el  arco donde comienza el espacio del altar hacen que parezca que todavía el Santuario está de fiesta.

El curandero de Veracruz insiste en que esto no es para lucrar, aunque muchos lo acusen de eso y hablen mal de él y de su Santuario. El único requisito es que no se pueden prender veladoras que se traigan de la calle, deben comprarse en la pequeña tienda que está ahora frente al Altar, dentro del recinto, porque de eso se mantiene la Niña Blanca, de ahí sale para los arreglos, la pintura, la luz y lo que venga, posiblemente un pequeño museo, o una Santa majestuosa, quizás bancas para las misas dominicales.

El santuario de la calle 9 norte también fue el primer lugar donde se oficiaron misas dentro del culto a la Santa Muerte, parte del rito católico. Por azares del destino, cuentan Arnulfo y Javier, llegó a sus vidas el Padre Juan Díaz Parroquín, quien a pesar de ser sacerdote católico era también devoto de la Flaca, después de la primera procesión, el 1º de noviembre de hace diez años, a las 5 de la tarde.

El domingo 1º de febrero de 2015 la celebración empieza con una misa, una misa normal de rito católico. Javier -uno de los hijos espirituales del fundador del Santuario quien ahora se dedica también a leer las cartas y a cuidar el lugar, además de correr automóviles- dice que invita a la gente a ir a misa, para que vean que es normal. Él y Arnulfo insisten entre risas que la gente siempre llega y espera encontrar que matan gallinas o que adoran al diablo, lo mismo les han dicho personas cercanas como los de la iglesia católica de la cuadra vecina, y todos los que se escandalizaron desde que abrieron el santuario.

A la misa va mucha gente con sus estatuas de la Santa pero son más los que entre brazos llevan figuras del Niño Dios, ya vestido para el 2 de febrero, día de la Candelaria. El pasillo, angosto, está repleto de gente, y en todo el santuario son muy pocas las personas que consiguen asiento. La mayoría está de pie, son pocos los que no vienen en familia, y todos esperan al final de la misa para escuchar las canciones de Hortensia, las palabras de Arnulfo y después a los mariachis.

Foto: Marlene Martínez

Foto: Marlene Martínez

¿Cómo ha sido esta primera década? Han sido diez años de picar piedra: la frase se repite en Arnulfo y en Javier. Han tenido que aguantar chismes, habladurías, la competencia directa de un altar abierto justo del otro lado de la calle donde ahora pasan decenas de unidades de transporte público por los arreglos del Metrobús en la ciudad. Pero el santuario sigue y seguirá.

La fiesta que empezó desde el sábado 31 cuando llegaron los paisanos de Arnulfo, sigue todavía por varios días entre las visitas y la alegría. Ahora el lugar se extendió un poco más, acondicionando una habitación que sirve como consultorio para que Javier lea las cartas. A un lado hay otras habitaciones abandonadas, llenas de escombros, de techos muy altos y sin ventilación, que serán próximamente parte del santuario que crece con los años.

Además de festejar la primera década de existencia, este año también se hará la décima procesión de la Santa Muerte en Puebla, el aniversario de la primera vez que no más de 30 devotos salieron caminando entre las iglesias coloniales y hasta el zócalo, cargando imágenes de la Niña Blanca.

Arnulfo dice que sus curaciones son materiales, no clarividentes, pero de vez en cuando alguna verdad se la manifiesta en los sueños, y confiesa que ya se soñó, de viejo, “todo chocho”, ahí mismo en el Santuario. Y sonríe.

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Autor Lado B
Aranzazú Ayala Martínez
Periodista en constante formación. Reportera de día, raver de noche. Segundo lugar en categoría Crónica. Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo Puebla 2014. Tercer lugar en el concurso “Género y Justicia” de SCJN, ONU Mujeres y Periodistas de a Pie. Octubre 2014. Segundo lugar Premio Rostros de la Discriminación categoría multimedia 2017. Premio Gabo 2019 por “México, el país de las 2 mil fosas”, con Quinto Elemento Lab. Becaria ICFJ programa de entrenamiento digital 2019. Colaboradora de “A dónde van los desaparecidos”