Lado B
Pueblos fantasma y reacomodo minero en la sierra michoacana
 
Por Lado B @ladobemx
29 de junio, 2014
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Tomada de subversiones.org/

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Valentina Valle | SubVersiones

Son unos cien los kilómetros que separan la ciudad de Coalcomán de la ciudad de Colima, una distancia que se cubre más o menos en dos horas y media. Hace treinta años moverse entre estos dos lugares era un verdadero viaje de nueve horas, atravesando pueblos como La Cuchilla, Guadalupe del Cobre, Pantla y El Guayabo. Después de la realización de la carretera 110, de la inundación de la presa de Trojes y de veinte años de guerra entre el Cártel de Jalisco, los Zetas, la Familia Michoacana y los Caballeros Templarios, lo que queda de la vida que animaba estos lugares es un puñado de casas abandonadas, esparcidas en una naturaleza que paulatinamente volvió a recuperar su poder. Nadie visita estos pueblos fantasmas, nadie habla de su gente desplazada o asesinada y, sobretodo, nadie se preocupa de que el nuevo negocio que está surgiendo –la explotación incontrolada e ilegal de las minas– transforme los pueblos todavía habitados en otros cementerios de vivos.

Estos lugares son preciosos y ricos de historia, pero al recorrerlos la atmósfera que se respira es espectral y la sensación de inquietud, constante. Hihuitlán, en el municipio de Chinicuila, es el último pueblo donde hay barricadas de autodefensas: de allí en adelante sigue siendo “tierra de nadie”. Un campesino de regreso de la milpa lleva a caballo su haz de mazorcas, se acerca y pregunta a qué venimos y a dónde vamos. Poco adelante, cerca de la palapa levantada el año pasado por los comunitarios, se encuentra la última de las primeras barricadas de Michoacán. Un macizo sigue bloqueando la carretera y un señor se sigue sentando frente de una cabaña. A la derecha quedan pedazos de lo que era una hacienda, los árboles han crecido en el adobe de los muros. El aire es inmóvil, el tiempo se ha parado. Ahora, como hace diez años, los comunitarios vigilan el pueblo, nos cuestionan, su solicitud no es una molestia sino una garantía de seguridad.

Casi nada se sabe de la historia de esta gente que en los primeros años del 2000, se enfrentó a los narcos que bajaban del cerro de la Morena, un lugar todavía infestado de criminales. Una vez más fueron las mujeres a encabezar esta resistencia que lastimosamente se perdió en la memoria de los demás. En ese entonces no había cuernos de chivos o rifles, las únicas armas eran las escopetas usadas para proteger el ganado y que además fueron tomadas sólo después del asesinato de don Vicente Virgen Cerillos, padre del actual presidente municipal de Chinicuila y hombre valiente que desafió los cárteles. En comparación con el ruido mediático que se desató en los últimos dieciséis meses, después del levantamiento armado de Tierra Caliente, la lucha de este rincón de Michoacán pasó totalmente desapercibida. Y tal vez fue por la falta de armas largas o por tratarse de la rebelión de un ejido donde no hay limoneros, aguacateros o ganaderos, pero ni una palabra fue dedicada a estos campesinos que con piedras y palos bloquearon las carreteras y lograron sacar los traficantes. O tal vez fue porque parece que en esta tierra haya nada menos que petróleo y para explotar los hidrocarburos no sólo es conveniente sino casi necesario que los territorios donde se encuentra el precioso líquido sean lo más vacío posible. Cualquiera que haya sido la razón, los habitantes del ejido de Barranca Seca fueron dejados solos y si por un lado su lucha logró sacar al cártel del Milenio y a los Zetas, por el otro no pudo detener la avanzada de los Templarios. El resultado es que donde hace diez años había movimiento, resistencia y vida hoy sólo hay fantasmas.

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