La historia de la violencia sexual en los conflictos es tan antigua como la guerra misma. No distingue fronteras, condición étnica, religión ni edad.
La población de la República Democrática del Congo (RDC) conoce demasiado bien el sufrimiento de la violencia sexual. Según un informe del Ministerio de Género, solo en 2012 se reportaron 15.654 casos, un aumento de 52 por ciento en relación a 2011.
De estos delitos, 98 por ciento se perpetraron contra mujeres. En las zonas congoleñas de conflicto, la edad promedio de las sobrevivientes es menor a 21 años, y un tercio tienen entre 12 y 17 años. El año pasado, 82 por ciento de todas las víctimas no habían completado la escuela primaria.
Estos no son solo números. Se trata de niños concebidos en violaciones y abandonados, y también de mujeres y niñas que día a día soportan las secuelas físicas y emocionales de semejante agresión, y de hombres y niños que sufren en silencio la vergüenza y el estigma asociados a este delito.
Todos los sobrevivientes deben recibir la atención necesaria, y todos los actores involucrados deben unir fuerzas para permitir que reconstruyan sus vidas y evitar que estos hechos se repitan.
No fue este conflicto el que creó el flagelo de la violencia sexual que hoy enfrentamos en la RDC. Las raíces, en especial la desigualdad de las mujeres y el abuso de poder, han estado ahí durante siglos.
En la RDC y en todo el mundo, la violencia de género es el abuso más prevalente, pero menos reportado, de los derechos humanos.
El conflicto genera inseguridad y un entorno de impunidad, lo que a su vez exacerba la violencia sexual preexistente.
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