Lado B
Un Hombre Llamado Lobo de Oliverio Coelho
En los últimos años se ha hablado mucho sobre la novela como género predominante en el mercado. El público devora con avidez novelas con temas políticos, históricos o los que marque la agenda de los medios de comunicación.
Por Lado B @ladobemx
17 de octubre, 2013
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Alejandro Badillo

En los últimos años se ha hablado mucho sobre la novela como género predominante en el mercado. El público devora con avidez novelas con temas políticos, históricos o los que marque la agenda de los medios de comunicación. Si hacemos un análisis más minucioso podemos decir que es un subgénero, la novela realista, el que concentra casi todas las miradas. Esta novela, heredera del folletín francés, de Tolstoi y Flaubert, entre muchos otros, sigue usando sus viejos trucos, aderezados con toques modernos, para seducir al lector. Parecería que la mayoría de autores que publican novelas en editoriales comerciales está interesada en este tipo de narrativa. Claro, siempre habrá excepciones, pero la gran cantidad de obras con estas características es abrumadora y este fenómeno no es exclusivo de la literatura mexicana.

Duomo Ediciones, 1era edición 2011, 261 pp.

Duomo Ediciones, 1era edición 2011, 261 pp.

Quizás, como escuché en una conferencia, la preponderancia de la crónica como contadora de anécdotas ancladas a la realidad, historias que abrevan de las noticias de todos los días, haya mostrado el camino a los autores que buscan las grandes masas lectoras. Sin embargo, esta intención suele sacrificar elementos como la originalidad del lenguaje y sus estructuras. Pasando la primera década de este segundo milenio, muchas vanguardias han agotado su discurso y ahora son meras referencias históricas. Tenemos el ejemplo, en artes visuales, de la obra “Campbell’s Soup Cans” de Andy Warhol cuya excentricidad la volvió un camino sin salida. En literatura parece que hay un creciente escepticismo en los autores sobre la experimentación en la forma, como si cualquier nuevo camino estuviera vedado de antemano y, por ende, no interrogan la escritura de sus historias, se limitan a elaborar un lenguaje homogéneo, funcional, incluso fácil en cuanto a sus argumentos, que les asegura llegar al destinatario adecuado para garantizar una carrera en el mundo literario.

Hago esta introducción para comentar Un hombre llamado Lobo del escritor argentino Oliverio Coelho (Buenos Aires, 1977), seleccionado por la revista Granta como una de las promesas literarias en hispanoamérica, porque me parece que es una novela que está inmersa en este dilema: una historia que se mueve en territorios convencionales y que, de vez en cuando, da pequeños giros que intentan mostrar una estética del autor, un lenguaje único, una atmósfera que revele una poética propia, una apuesta que vaya más allá de la eficacia narrativa, de la coherencia en las escenas y el estándar que debe cumplir cualquier obra para ser publicada.

En Un hombre llamado Lobo se narra la vida de Silvio Lobo, un hombre cuya vida anodina cambia cuando se casa con Estela, varios años menor que él, con la que procrea un hijo, Iván. Sin embargo, poco tiempo después ella lo abandona sin una razón clara aunque se adivina que atrás de su decisión laten el hastío, la indiferencia, la falta de complicidad y de diálogo en el matrimonio. Lobo se queda con su hijo y trata de seguir con su vida y con su trabajo. Pero nada vuelve a la normalidad pues le atormenta el paradero de Estela. Como la relación con Iván –que tiene pocos meses de nacido- es casi inexistente y no hay un sentimiento de protección, lo deja al cuidado de su madre y continúa sus pesquisas.

Después su mujer se las ingenia para convencer a su suegra de dejarle al niño y Silvio Lobo se queda solo. En ese camino encuentra a Marcusse, un detective privado, que se interesa en su caso y le ofrece sus servicios. Lobo pierde su trabajo y con el dinero de su liquidación emprende un viaje con el detective en búsqueda de su esposa, viaje en el que habrá más derrotas que victorias y en el que la relación entre los dos hombres comenzará a develar los entretelones de sus vidas. Además, se buscará otra vida obteniendo un empleo en una ferretería y casándose con la hija del dueño.

Una de las características que resaltan en la novela es el perfil del personaje: poco emotivo, casi mecánico, construido con una prosa que, además de atender los detalles y la verosimilitud de las escenas, imita el término medio en el que se mueven los protagonistas: una cámara que sigue imágenes y diálogos pero que no los desmenuza o profundiza. La estructura de la obra remarca esta mirada a pesar del rompimiento del orden cronológico cuando, muchos años después, tenemos a Iván ya adolescente que deja la casa de su abuela y emprende la búsqueda de su padre. Esta línea paralela no alcanza a formar una nueva expectativa en el lector pues apenas la vemos en capítulos salpicados y está a la sombra de la trama principal.

Esto nos deja con el anzuelo narrativo que implica cualquier pesquisa: si Lobo encontrará a Estela y a su hijo, qué le dirá; en suma, si hay un punto de quiebre en el horizonte. Pero al avanzar en la historia nos damos cuenta de que el interés del autor no es resolver una incógnita sino dibujar retratos, perfiles que apenas se modifican por el viaje en pos de Estela y sus descubrimientos intermedios. En el viaje iniciático el héroe se transforma, a veces el cambio es tan grande que no se reconoce al final de la jornada; en su trayecto hay un aprendizaje, un cambio en la perspectiva o, incluso, una inmersión más profunda en sus problemas. Los personajes de Oliverio Coelho, a contracorriente de esto y a pesar de su desplazamiento físico, apenas cambian en su mundo interior y caminan en círculos esperando que un evento los mueva a otra órbita. Alrededor todo puede estar a punto del derrumbe pero ellos apenas se dan cuenta.

En Un hombre llamado Lobo podemos adivinar una referencia clara a la crisis del modelo familiar, sobre todo el tema de la soledad en las grandes ciudades. La gente se casa y tiene hijos sólo para no estar sola, evitar las paredes desnudas de un cuarto vacío. Silvio Lobo es un personaje que vive en continua evasión, que quiere encontrar a su esposa sólo como un capricho, para resolver un acertijo que, conforme pasa el tiempo, se vuelve tan molesto como una piedra en el zapato pero que no tiene un significado más profundo.

A pesar de la búsqueda obsesiva no tiene planes por si llega a su meta y, así, se mueve por instinto, busca llenar huecos sin saber muy bien por qué. El otro punto de vista, contrastante, es el del detective Marcusse que acepta su caso y comienza a investigar el paradero de Estela y de su hijo. Este personaje es heredero de la figura del detective atormentado, un poco excéntrico, con teorías cada vez más descabelladas para obtener alguna pista. Aquí el autor evitó el lugar común y dibuja un perfil pintoresco, tragicómico, que en muchos momentos es más atractivo que Silvio Lobo.

Al terminar la novela queda la sensación, como apunté al inicio de estas notas, que la prosa efectiva, transparente, es un punto que vincula a Un hombre llamado Lobo con la novela realista moderna, si se me permite el término, con sus trucos efectivos aunque poco novedosos. Los momentos en los que el autor intenta romper el molde, sobre todo con la estructura no lineal, son poco relevantes en el aspecto general de la obra. La apuesta queda sustentada, pues, en el personaje, en el antihéroe que transcurre casi a ciegas, insatisfecho con casi todo pero sin una iniciativa clara para lograr un cambio.

Esta tragedia silenciosa recuerda la premisa del existencialismo: vivir sin sentido, todos los días, como si uno estuviera encerrado en una jaula. Si durante mucho tiempo la humanidad creyó ir a un futuro luminoso el existencialismo abordado por la literatura echó por la borda estas esperanzas: ya no más heroísmos, no más blancos y negros, el color de ahora en adelante será el gris, un bloque de arena que se va desintegrando. Nuestros actos irracionales nos definen y dan forma a una sociedad individualista, entrampada en sus reflejos. La tragedia que late atrás de la novela de Oliverio Coelho es la pérdida de esta conciencia, el andar mecánico que contrasta con los personajes de autores identificados con el existencialismo como Jean-Paul Sartre o Albert Camus que aún retienen ideologías, un bosquejo de iniciativa incluso a la hora de plantear su suicidio.

Los antihéroes de la actualidad son como Silvio Lobo, primitivos exploradores del mundo, descritos con minucia, de forma efectiva, pero sin muchas cosas por decir. Estos hombres y mujeres son como lienzos en blanco, historias listas para ser interpretadas por otros porque ellos, sin importar su condición social o intelectual, no intentan explicar su mundo, ni siquiera imaginan posibilidades reales que los alejen de la rutina de todos los días. Esto explica por qué el viaje de Silvio Lobo nos parece, a pesar de las anécdotas que echan a andar las escenas, un caminar intrascendente que sólo acumula pasos hasta llegar al final.

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