Lado B
La Ciudad Alucinada de Rafael Toriz
Me gusta pensar en el ensayo como un género proteico, difícil de clasificar y que toma prestados elementos de otros géneros literarios: poesía, cuento, crónica, autobiografía.
Por Lado B @ladobemx
24 de octubre, 2013
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Alejandro Badillo

Me gusta pensar en el ensayo como un género proteico, difícil de clasificar y que toma prestados elementos de otros géneros literarios: poesía, cuento, crónica, autobiografía. No se debe perder de vista que el talante ensayístico tiene que ver con la incertidumbre, con “probar”, “ensayar” sobre una experiencia o un tema desde la subjetividad y la imaginación. Todos estos engranajes se encuentran en La ciudad alucinada, libro de Rafael Toriz (Xalapa, 1983) ganador del Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes 2012.

Conaculta / Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 1era edición, 2013.

Conaculta / Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 1era edición, 2013.

La ciudad alucinada parte de un diario que funciona como el andamiaje principal que se expande en distintos elementos: reflexiones, cuaderno de viaje, pintas en las calles, confesiones y biografías de escritores. Es inevitable pensar, por el estilo de Rafael Toriz, en autores como W.G. Sebald y, entre nosotros, a Gabriel Bernal Granados. Ambos ensayistas parten del devaneo, convierten la experiencia del viaje en un mero pretexto para la reflexión y la búsqueda de nuevos significados.

Una calle, una estatua o un edificio son atisbos a otra realidad que florece con el lenguaje. Sin embargo, a pesar de estas coincidencias, Toriz le da un sello distinto a sus textos gracias a la experimentación que lo aleja del ensayo clásico. Día tras día, en un registro caprichoso, hay una feliz convivencia de lo disímil y lo sorprendente. En una página tenemos una aproximación a la ciudad, más abajo la anotación cotidiana de un día común en Buenos Aires  cuyo objetivo es dar continuidad, servir de puente y hacer más homogénea la lectura. De esta forma el libro se convierte en una suerte de recorrido urbano en el que la experiencia depende de los intereses y el punto de vista del observador.

Las partes que más me interesaron son aquellas en las que el autor sondea sus obsesiones argentinas: la comida y la devoción por autores como Héctor A. Murena, Rodolfo Wilcock y Witold  Gombrowicz. El primero, autor de “El gato”, un cuento magnífico compilado por Borges en su Antología de la Literatura Fantástica, es visto sin romanticismos fáciles, consignando sus luces pero, también, sus sombras.

Otro punto interesante es los vínculos, casi inerciales, entre México y Argentina. Ambas urbes, a su manera, son reflejadas como símbolos de la modernidad: territorios que abarcan todo, que devoran. Algo que me hubiera gustado ver es una mayor relación de las fotografías que salpican las páginas de libro con los vagabundeos del escritor.

Sin embargo, esto no le resta redondez a La ciudad alucinada libro que, por méritos propios, merece una lectura detenida y, sobre todo, una relectura. Como las ciudades complejas, este libro guarda recovecos y pasajes secretos que pasan desapercibidos en la primera mirada.

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