Los padres de Ernesto los recogerían al término de la función. La plazuela frente al teatro estaba ya vacía, sólo el frío de aquella noche de noviembre y algunas farolas que iluminaban con tonos amarillentos los recovecos de aquel lugar, acompañaban a una mujer que no levantaba la mirada del suelo y a aquel músico que cargaba en el hombro derecho su jarana tercerona.
Raquel, mujer con un problema de prognatismo que la distinguía del resto de sus compañeras del ballet, permanecía inmóvil, sentada en la acera de la calle 8 norte, con los hombros caídos y estrechando entre sus brazos los recipientes en donde depositaba, tres días a la semana, aquellos diminutos y pálidos pies con los que llevaba el ritmo de la música que las jaranas, el requinto, la quijada de burro y el arpa, suelen convidar en los fandangos, en aquellos bailables del puerto.
– No creo que tarden mucho en llegar-, murmuró Ernesto.
– No importa. ¡Al carajo!, ya nada importa-, contestó Raquel mientras apretaba con mayor fuerza sus zapatos de baile.
El tono rojo de aquellos utensilios que solían albergar sus pies lucía impecable, ningún rastro de la función los había ensuciado. Nadie en el teatro había escuchado el zapateado de Raquel sobre la tarima aquella noche, ni siquiera ella, luego que el director del ballet decidiera sacarla al último momento del cuadro, tal vez por el tono blanco de su piel y la necesidad de presentar Veracruz con poblanas de tez morena para darle mayor realismo a la escena.
-¡Al carajo!-, repitió una y otra vez Raquel, mientras seguía estrechando sus zapatos rojos.
Las luces de un automóvil que se acercaba dejaron al descubierto la falda y blusa blanca que lucía aquella mujer de baja estatura y ojos en tono verde. El atuendo de aquel bailable no mostraba ninguna mancha, ningún descuido al que hubiera incurrido con el maquillaje que acostumbran usar como plastas las bailarinas de ballet, para que en escena el público contemple el llamado folklor. Raquel aún llevaba puestos los pasadores en el cabello y su chongo permanecía intacto.
El vehículo detuvo su marcha. El padre de Ernesto les hizo señas para que abordaran. Raquel observó como su acompañante subió la jarana tercerona al asiento trasero, y después volteaba a verla Sobre la acera, lugar en el que permanecía aquella mujer de tez clara.
– ¡Venga mujer, ya habrá otras presentaciones!-, comentó Ernesto, mientras se acercó a Raquel y le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
– ¡Al carajo!, ¡todo se fue al carajo!-, murmuró Raquel al momento de alzar la mirada en dirección a Ernesto y finalmente tomar su mano.
Subieron al coche del padre de Ernesto y una sonrisa apareció en el rostro de Raquel mientras el automóvil comenzaba su andar.
-¡Ya habrá otras presentaciones!-, exclamó, al tiempo de sonreír y dejar al descubierto aquellos labios rojos y unos dientes que ligeramente se asomaban.
El vehículo desapareció de la calle 8 norte, mientras aquellos utensilios de baile de Raquel, quedaron cobijados por las luces amarillentas de las farolas, la fría noche de noviembre, la plazuela frente al teatro y el silencio de unos zapatos rojos que no tocarían la tarima nunca más.
*El son jarocho y sus fandangos llegaron a mi corazón hace 8 años. A pesar que mi abuela paterna fue oriunda de la comunidad de Faisán, en Cardél, Veracruz, aquella música de sotavento pasó desapercibida en mi infancia.
Sería hace ocho años, por razones del corazón, que una bella mujer de ojos verdes y corta estatura me llevaría a descubrir el latido del zapateado. Aquellos sonidos que reflejan el retumbar de las emociones, se quedarían en las historias que suelo escribir y no compartir, pero que hoy en día, cuando escucho un requinto, las jaranas y la leona, me llevan a recordar aquellos momentos en los que incluso, terminé tocando en un grupo de son jarocho con el que recorrí algunos escenarios en Puebla.
Hoy en dia mi corazón retumba con el son, y cuando un fandango es anunciado, las ganas de estar y tocar la jarana llegan como latidos del corazón. La Semana de… un Fandanguito para el corazón, intenta compartirles un poco de esta música que siempre lleva cortejo en su historia.
EL PEPO